La buena voluntad. Ingmar Bergman

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La buena voluntad - Ingmar Bergman


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ojos castaños, nariz bien formada, boca dulce y ­sensual y mejillas redondas, infantiles. Lleva una preciosa blusa de encaje, un cinturón ancho en torno a la delgada cintura y una falda larga, elegantemente cortada, de lana fina y clara. No lleva joyas, solo unos pequeños pendientes de brillantes. Los botines son, como marca la moda, de tacón alto.

      Así es ella: Anna, que, en realidad, se llamaba Karin. Ni quiero ni puedo explicar por qué tengo esta necesidad de mezclar y cambiar nombres: mi padre se llamaba Erik y la que se llamaba Anna era precisamente mi abuela. Bueno, debe de ser cosa del juego, y esto es un juego.

      anna: ¿Duermes, papá?

      johan åkerblom: Pues claro. Duermo y sueño que duermo. Y sueño que estoy en mi despacho durmiendo. Y se abre la puerta y entra la más hermosa, la más adorable, la más tierna de las criaturas. Y se acerca a mí y me sopla con su dulce aliento diciendo: ¿Duermes, papá? Y entonces sueño que pienso: Así debe de ser despertarse en el paraíso.

      anna: Papá, tienes que aprender a quitarte las gafas cuando reposas la comida. Si no, pueden caer y romperse.

      johan åkerblom: Eres igual de sabionda que tu madre. Ya deberías saber que yo lo hago todo con toda intención y después de pensarlo bien. Si me coloco las gafas en la frente cuando me tomo el corto reposo de la comida, da la impresión de que estoy pensando algo con los ojos cerrados. Nadie —excepto tú— puede sorprender a Johan Åkerblom con la barbilla colgando y la boca abierta.

      anna: No, no, papá. Dormías muy correcto y elegante y controlado. Como siempre.

      johan åkerblom: Bueno. ¿Y qué querías, mi vida?

      anna: Vamos a cenar enseguida. Por cierto, ¿me dejas probar el ajenjo? Dicen que es tan perverso… Acuérdate de Christian Krohg y todos aquellos noruegos geniales que se volvieron locos por tomar ajenjo. (Lo prueba). Para tomar ajenjo hay que ser un poco perverso. Estate ­quieto un ­momento, que voy a peinarte para que estés bien guapo.

      Anna desaparece en otra habitación y vuelve enseguida con un cepillo y un peine.

      johan åkerblom: ¿No íbamos a tener un invitado para la cena? ¿No era Ernst el que iba a…?

      anna: Sí, es un compañero de Ernst. Cantan juntos en el coro de la universidad. Ernst dice que está estudiando Teología.

      johan åkerblom: ¿Qué? ¿Que va a ser sacerdote? Nuestro Ernst, ¿amigo de un aprendiz de cura? Me parece que se acerca el fin del mundo.

      anna: No seas bobo, papá. Ernst dice que el chico —se me ha olvidado cómo se llama— es muy simpático, un poco tímido, pero muy simpático. Además, parece que es terriblemente pobre. Pero guapo.

      johan åkerblom: ¡Vaya, vaya! Ahora me explico tu inesperado interés por las últimas amistades de tu hermano.

      anna: Ahora vuelves a decir tonterías, papá. Yo me voy a casar con mi hermano Ernst. Él es el Único para mí.

      johan åkerblom: Y yo, ¿qué?

      anna: ¡Y tú también, claro! ¿No te ha dicho mamá que tienes que tener cuidado con los pelos de los oídos? No sé cómo se puede oír con tanto pelo en los oídos.

      johan åkerblom: ¡Son muy delicados, se llaman pelos auditivos y no dejo que me los toque nadie! Con mis pelos auditivos tengo un oído especial que me dice lo que la gente piensa. Porque la mayoría de la gente dice una cosa, pero piensa otra. Yo eso lo oigo enseguida con mis pelos auditivos.

      anna: ¿Puedes decirme, papá, lo que estoy pensando ahora mismo?

      johan åkerblom: Estás demasiado cerca. Los pelos auditivos se recargan demasiado. Ponte allí, en ese rayo de luz, y te digo al momento lo que estás pensando.

      anna (se coloca, riéndose): ¡Venga, papá!

      johan åkerblom: Estás muy contenta de ti misma. También estás muy contenta de que tu padre te quiera tanto.

      Cuando el reloj de la catedral, el reloj del comedor, el reloj de la sala y el reloj ensimismado que descansa sobre el suelo del despacho dan las cinco, se abre la puerta y el director de Tráfico hace su entrada en el salón con Anna a su lado. Ha puesto la mano derecha sobre sus hombros y con la izquierda se apoya en un bastón.

      Todos se levantan a saludar al cabeza de familia. Este es, quizás, el momento oportuno para describir a los presentes: de la señora Åkerblom ya hemos hablado, así como del hijo preferido, Ernst, que tiene la misma edad que Henrik. Los tres hermanos, Oscar, Gustav y Carl, están un poco apartados, dilucidando alguno de los eternos negocios de letras de cambio de Carl. Se quitan la palabra de la boca unos a otros. En cuanto el padre entra en la habitación, se callan y se vuelven sonriendo amablemente a los recién llegados.

      Oscar se parece a su padre, es un acomodado mayorista, seguro de sí mismo y hombre de pocas palabras. Está casado con una mujer alta y delgada de aspecto enfermizo, con gafas que ocultan su mirada dolorida. Siempre cree que está a punto de morirse. Pasa todos los otoños en sanatorios o balnearios del sur de Alemania o de Suiza y regresa todos los años encorvada, un poco tambaleante y con una atormentada sonrisa de disculpa: tampoco me he muerto esta vez, tenéis que tener un poco de paciencia.

      Gustav es catedrático de Derecho Romano y muy pelmazo, como afirman de buena gana los que lo rodean. A modo de protección se ha procurado una notable redondez. Ríe, bonachón, y sacude la cabeza ante su propio aburrimiento. Su esposa, Martha, es de origen ruso, habla sueco con marcado acento y es muy alegre. A ella y a su marido les une un profundo amor por los placeres de la mesa. Tienen dos hijas adolescentes, atractivas y algo díscolas.

      Carl es ingeniero e inventor, casi siempre fracasado. La mayoría considera que es la oveja negra de la familia. Es una síntesis de inteligencia y de misantropía, solterón y no muy limpio, ni de alma ni de cuerpo, esto último para constante indignación de su madrastra. Sí, algo raro pasa con el hermano Carl, volveré a él más adelante.

      También está presente Torsten Bohlin, un joven genio de rasgos atrevidos y pelo flotante, de una descuidada elegancia y muy querido de la familia. A los veinticuatro años está escribiendo su tesis doctoral (sobre el canto gregoriano en la música coral anterior al protestantismo tal y como se refleja en la colección de música hallada en la iglesia de Skattungby cuando fue restaurada en 1898). Al joven Bohlin se le considera, finalmente, como el futuro esposo de Anna. Se dice que entre ambos jóvenes se han producido señales visibles de sentimientos románticos.

      La pudibunda Siri se asoma a la puerta del comedor, parece ligeramente desorientada. Karin Åkerblom dice desde el otro extremo de la habitación: nuestro otro invitado no ha llegado todavía. Vamos a esperar unos minutos a ver si aparece.

      karin (a ernst): ¿Estás seguro de haberle dicho a tu amigo que la cena era a las cinco?

      ernst: Le insistí en que somos de una puntualidad enfermiza en esta familia. Me contestó que él era un desesperado entusiasta de la puntualidad.

      johan åkerblom: ¿Qué clase de individuo es?

      ernst: Pero, papá, no es ningún individuo. Estudia Teología y será sacerdote, si Dios quiere.

      carl: ¡Un sacerdote, un sacerdote! ¿Por qué no un sacerdote en la familia? Sería una aportación profesional a esta pandilla de hipócritas.

      martha: ¿Y cómo se llama ese prodigio?

      ernst: Henrik Bergman. Corporación universitaria de Gästrike-Hälsinge. Cantamos juntos en el coro de la universidad. Tiene una estupenda voz de barítono y, además, tres tías solteras.

      oscar: Las señoritas de Elfvik.

      ernst: Las señoritas Bergman, de Elfvik.

      johan åkerblom: Entonces, el diputado Fredrik Bergman debe de ser su abuelo.

      karin: ¿Lo conocemos?

      johan åkerblom: Un viejo zorro de mucho cuidado. Se desvive por una asociación especial, un partido agrario. ¡Pues sí que estaría bonito! Enfrentamiento y división. Debemos de ser algo parientes, por cierto.


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