Growin' Up. José Javier Torre Ruíz

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Growin' Up - José Javier Torre Ruíz


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si realmente nos hacen bien. Estos sueños pueden ser estudiar una carrera con salidas laborales, alcanzar un trabajo con altas retribuciones económicas, perseguir un amor platónico o crear una familia viviendo en un entorno ideal. Descifrar la razón de estos sueños y todas las decisiones que tomamos para lograrlos puede llevarnos al diván de un psicólogo o un terapeuta. Erramos el tiro cuando tenemos sueños donde prevalece el resultado a la intención, al propósito o al para qué hacemos lo que hacemos. Séneca lo decía así:

      «En toda actividad, el sabio atiende a la intención, no al resultado».

      Incluso una vez conseguidos nuestros sueños de juventud podemos perpetuar nuestro empeño en mantenerlos, aún siendo conscientes de que no era eso lo que realmente queríamos. O que eso que perseguíamos con tanta fijación nos perjudica más de lo que nos beneficia. Porque en el fondo todos sabemos que nos hemos equivocado cuando comienzan a surgir preguntas incómodas al irnos cada noche a la cama, o cuando encontramos un momento para reflexionar sobre nuestra vida y eso nos deja una sensación agridulce pese a estar rodeados de objetos, dinero o una relación aparentemente idílica. Es ahí cuando aparece el drama y nos alcanza la «oscuridad» a la que se refiere Bruce en esta canción. Cuando las respuestas a esas preguntas nos escupen a la cara cierto grado de insatisfacción con lo que tenemos, lo que hacemos o lo que somos.

      Mi caso no es muy diferente al de otras personas que probaron las «mieles» y las «hieles» del triunfo y se dieron cuenta de que «eso» no era lo que realmente querían. Logré tener una vida acomodada: un trabajo en una multinacional, un buen sueldo que me permitía pagar la hipoteca y los caprichos que se me antojaban... Además, tuve la suerte de no trabajar en exceso, y solo me quitaban el sueño algunas reuniones cuando los jefes europeos nos visitaban. Sin embargo, había algo que me generaba insatisfacción, frustración o angustia: no disfrutaba de mi trabajo. Y una pregunta comenzó a instalarse en mi mente: ¿me veo haciendo lo mismo dentro de diez años?

      Tomar caminos equivocados no es un fracaso, aunque la mayoría de las veces lo consideremos de este modo. Empeñarnos en mantenernos en ese camino por nuestro ego, nuestras expectativas o por la cerrazón de nuestras ideas es un error que nos conduce a la oscuridad y a perderlo todo. Podemos vivir cegados por una realidad que no nos hace bien en pos de conseguir más dinero, más seguridad, más poder, más estatus, más reconocimiento… De hecho, podemos conseguir el éxito social que trae consigo todo eso que nos afanamos en perseguir desde que somos jóvenes y que la sociedad nos ha inculcado desde niños y, pese a todo, ser auténticos desgraciados con carencias emocionales imposibles de gestionar.

      Ese mundo de oscuridad es el que nos lleva a sacar lo peor de nosotros: apatía, negatividad, queja, crítica, rabia, arrogancia, prepotencia, cinismo, victimismo… Y podemos quedarnos anclados ahí, sin movernos, envenenándonos con nuestro resentimiento o instaurando un estado de resignación que nos conduzca a la depresión. Lo bueno y lo malo de esta situación es que la responsabilidad de salir o permanecer ahí la tiene cada persona. Al final, cada uno es responsable y tiene la capacidad para elegir qué actitud y qué decisión tomar ante esta situación. Porque, como dijo una vez Springsteen, «siempre hay esperanza»; incluso a pesar de que el sueño nunca se convierta en realidad, hay que seguir soñando.

      Darte cuenta de tu error

      «Darse cuenta» significa tomar conciencia de lo que te está sucediendo. No hay que ser una mente brillante para comprender que algo no va bien en tu vida si aparecen ese cúmulo de emociones o comportamientos a los que nos referíamos antes. Sin embargo, no es fácil aceptar que nos hemos equivocado. Que en el pasado tomamos el camino equivocado. Aparecen pensamientos y preguntas que nos incomodan, porque claro, eso significa aceptar que tenemos que cambiar y no es sencillo. Cambiar implica abandonar los hábitos, comportamientos y creencias que nos han acompañado durante mucho tiempo. Cambiar significa tomar decisiones que traen asociados riesgos y situaciones incontrolables. Cambiar trae consigo salir de nuestra zona de seguridad y ponernos a trabajar, probando nuevos caminos sin tener la certeza de si son los correctos o nos vamos a equivocar de nuevo.

      Te das cuenta de un error cuando aparece una profunda insatisfacción por la situación que estás viviendo. Cuando te quejas y todo te parece negativo y te gustaría salir huyendo. Cuando lo negativo gana terreno a lo positivo. Cuando alguna de las emociones básicas, el «Big Three» de las emociones –el miedo, la ira y la tristeza–, irrumpe en tu vida. En ese momento, tu bienestar o felicidad se ven amenazados. Justo cuando Bruce estaba viviendo el conflicto con su representante y no podía grabar nuevas canciones ni lanzar un nuevo disco compuso una canción que refleja ese sentimiento de negatividad e impotencia. La canción «The Promise» cuenta una historia, con claros tintes autobiográficos, donde el protagonista que «busca la canción del millón de dólares» vive un momento en el que algo falla, «la promesa se rompió»:

      «Bueno, gané a lo grande una vez y llegué a la costa

      sí, pero pagué el coste.

      Dentro sentí que llevaba los espíritus rotos

      de todos los otros que perdieron.

      Cuando la promesa se ha roto, sigues viviendo,

      pero algo es robado de tu alma.

      Cuando se dice la verdad, no hay diferencia,

      algo en tu corazón se enfría».

      Es en ese momento cuando entras en la oscuridad, cuando sientes que algo ha fallado o cuando tomamos conciencia de los errores cometidos. Es entonces cuando aparece en nuestra mente la palabra fracaso, un término que hemos desterrado de nuestra cultura latina, principalmente porque nos cuesta mucho aceptar el error y reconocer nuestros fallos o fracasos. De hecho, la cultura del error está muy poco desarrollada. Consideramos que haber fracasado en algo implica ser un fracasado.

      El origen filosófico de esta concepción lo encontramos en una visión profundamente racionalista procedente de dos filósofos muy importantes de nuestra historia: René Descartes e Immanuel Kant. El primero, famoso por su lema «Pienso, luego existo», consideraba al hombre como un ser dotado de dos facultades principales mal ajustadas entre sí: un entendimiento limitado y una voluntad ilimitada. Es a través de la voluntad con la que podemos llegar a los grandes logros y llegar a parecernos a Dios. Es decir, para Descartes fracasar significa mantener nuestra voluntad en los límites de nuestro conocimiento, que como sabemos es finito y limitado. O, lo que es lo mismo, fracasar implica no haber utilizado adecuadamente nuestra voluntad. Mientras que Kant, autor de la trilogía Crítica de la razón pura, práctica y del juicio, creía que nos comportamos erróneamente cuando no sabemos escuchar a nuestra razón. Por lo tanto, ya sea por nuestro limitado uso de la razón o por la ausencia de voluntad, el fracaso es concebido como un acto generado por el hombre, porque no es lo suficientemente inteligente o porque carece de una voluntad de hierro y, por lo tanto, es culpable de la situación.

      Pero ¿cómo cambiamos esa concepción tan negativa del fracaso? ¿Podemos darle otro significado y verlo como una invitación al cambio? Charles Pépin, en su ensayo Las virtudes del fracaso, nos muestra que podemos considerar el fracaso de una forma más positiva que nos permita aprender algún tipo de lección y nos abra la puerta a nuevas oportunidades como una invitación al cambio. Por ejemplo, podemos aprender del fracaso para afirmar nuestro carácter, midiendo nuestros límites y perseverando en nuestros objetivos. O considerar el fracaso como una experiencia de la realidad, aceptándola tal cual es por encima de nuestros deseos. O ver el fracaso, como una puerta hacia una nueva vida para reinventarnos y convertirnos en algo diferente a lo que hemos sido hasta ese momento.

      En cualquier caso, para poder realizar este cambio de percepción convendría adoptar la concepción anglosajona del fracaso, que tiene que ver con la «cultura del error», es decir, aceptar los fracasos y errores como etapas necesarias para alcanzar la obra final. Cabe recordar la famosa cita de Samuel Beckett:

      «Lo intentaste. Fallaste. No importa. Vuelve a intentarlo. Falla de nuevo. Falla mejor».

      En cualquier caso, este tipo de afirmación debería hacernos reflexionar y poner en cuestión si el fracaso realmente nos ayuda


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