Eternamente. Angy Skay

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Eternamente - Angy Skay


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pasa, Max? ¿Te altero? Pues esto solo es el principio, porque pienso enterarme de quién es Bryan Summers, cueste lo cueste. Ni tú ni nadie va a impedírmelo —le dije, señalándolo con el dedo—. Ahora, si quieres —continué con aires de chulería—, puedes irle con el cuento a tu fiel amigo.

      Entonces pasó algo que jamás me habría imaginado. Al darme la vuelta para ir hacia mi coche, Max me detuvo. Me cogió por los hombros y, zarandeándome, me chilló:

      —¡No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo! ¿Quién cojones te crees que eres para indagar en su vida de esa manera? ¡¿Quién?! Si él decide contarte sus cosas, lo hará. Si no, créeme, es mucho mejor para ti. ¡Eres una necia!

      A cada palabra que iba diciendo, yo abría los ojos más y más, hasta llegar a un punto en el que comenzaron a escocerme. Jamás lo había visto así. ¿Este era el verdadero Max? ¿Dónde estaba su lado cariñoso y pasional?

      Me quedé helada, con la mirada fija en él. Enseguida se me escapó una lágrima, y él, asustado, me miró. Creo que en ese momento entró en sí y se dio cuenta de que había perdido los papeles. Y no con cualquiera, sino conmigo.

      Cuando te apoyas tanto en una persona como yo lo hacía en Max, duele —y mucho— encontrarte con que no es como lo esperabas. Pero, claro, es lo mismo de siempre… Nada es como lo esperamos.

      Max me soltó de inmediato y miró mis hombros marcados por la presión de sus dedos. Sus ojos se abrieron más que los míos al darse cuenta de lo que había hecho, al ver cómo me había hablado.

      Retrocedí un paso.

      —Any… —Elevé una mano en el aire para que no continuara, pero él no se dio por vencido—: Escúchame, lo siento. No sé qué me ha pasado… Por favor, espera —me suplicó.

      Sin mirar atrás, me metí en el coche y salí echando humo del aparcamiento de mi empresa, dejando a Max de pie y observando cómo me alejaba.

      Desde ese día, o sea, desde hace un mes, he intentado evitarlo por todos los medios, y hasta el día de hoy lo he conseguido. Todavía no me veo capacitada para hablar con él.

      Sé que Bryan se ha dado cuenta de lo que pasa. Estoy segura de que Max se lo ha contado, aunque él personalmente no me haya dicho nada. Pero yo no soy tonta; lo sé.

      A pesar de todo lo malo, siempre hay algo que me hace sonreír día a día: mis adorables hijas Lucy y Natacha, mis dos luceros. Crecen tan rápido que a veces me asusta. No quiero que se separen de mí jamás. Son mi día y mi noche y, sobre todo, mis ganas de seguir adelante. Mis dos pequeñas tienen ya casi un año. Parece que fue ayer cuando las tuve. Cada día están más espabiladas. Son una ricura y se portan estupendamente. Andrea, como siempre, nos ayuda en todo lo que puede, sobre todo ahora, que tenemos más trabajo en la oficina y tengo que estar más tiempo fuera de casa.

      Hablé con Richard y, en vez de dejar de trabajar por completo como Bryan quería, redujimos unas cuantas horas de jornada. Me da tiempo suficiente para hacer todos mis proyectos y poder disfrutar de mi familia.

      Bryan, últimamente, está mucho tiempo trabajando, así que lo veo a duras penas. Aunque intento aprovecharlo al máximo, siempre hay algo que me dice que esté alerta.

      —¿Qué estás ocultando, Bryan? —murmuro mientras continúo sumergida en la piscina, relajándome. Hay veces que pienso que me tiro más tiempo en el agua que en mi propia cama.

      Noto cómo alguien entra y, seguidamente, me pone una mano en la cintura.

      Y aquí está el hombre de mis más profundos pensamientos y dudas.

      —Hola… —Besa mi hombro. Me giro y cojo su cara con mis manos para darle un apasionado y largo beso—. ¡Vaya, qué buen recibimiento! —Asiento—. Pero, a pesar de esta magnífica acogida, veo que alguien está dándole vueltas a algo aquí. —Me señala la cabeza. Me mira con admiración, aunque también con cara de «Sé que ocultas algo»—. ¿Es por Max?

      Decido que si le digo que sí dejará de preguntarme, pero también sé que creará otra duda más. Realmente, estoy harta de guardarme todo para mí.

      —Sí —me limito a decir. Asiente; lo sabe—. Sabes por qué estamos así, ¿no es cierto?

      Me observa durante un momento, y creo que está a punto de mentirme, pero no lo hace:

      —Sí. —Ahora es él quien me mira como diciendo «Sé más que tú». Lógico…

      —¿Y bien? ¿No piensas decirme nada?

      Apoya su frente en la mía y suspira levemente.

      —¿Qué quieres que te diga? Tú debes saber valorar tus actos y lo que haces.

      Me separo de él, dándole un suave empujón hacia atrás.

      —Sé perfectamente por qué lo he hecho. Quizá sea porque es la única manera de saber lo que tú te niegas a contarme. —Lo miro desafiante.

      Coge uno de mis brazos y tira de mí para acercarme a él.

      —¿Has encontrado algo relevante? —Niego con la cabeza—. No tienes que preocuparte de nada. Son cosas de mi pasado y, créeme, es mejor que se queden en el pasado. Ya no tiene importancia —me asegura, pegado a mi boca.

      —Tú conoces el mío de pies a cabeza. Tú y medio mundo —refunfuño.

      —Any, déjalo estar, no merece la pena.

      Roza sus labios con los míos; ya está intentado desviar el tema.

      —Bryan…

      —Mmm… —murmura sin despegarse de mi cuello.

      Agarra mis nalgas y las estruja, elevándome. Enrosco mis piernas alrededor de su cintura y me restriego un poco contra él. Gime pegado a mi oreja cuando noto en mi muslo su enorme erección lista para entrar en acción. Mete su mano derecha hábilmente por la parte baja de mi bikini y la posa en mi sexo. Arqueo mi espalda cuando aprieta mi clítoris, lo que hace que nos movamos hacia delante y que perdamos un poco el equilibrio.

      —¿Quieres hacer el favor de ser más disimulada?

      Encima se guasea de mí.

      —¿Quieres hacer el favor de ser menos atrevido?

      Me mira como si estuviera enfadado. Pero no lo está; solo quiere parecerlo. Levanta una de las comisuras de sus labios, gesto que me dice que va a reírse. Sin embargo, mi cara cambia cuando noto su ancha cabeza en la entrada de mi sexo.

      —No me perdería por nada del mundo tus caras, cielo.

      —Eres un degenerado.

      —Y tú una provocadora.

      Mi vista se separa de los bonitos ojos de mi adonis y me encuentro con el otro adonis al que llevo evitando un mes a los pies de la piscina y con los brazos cruzados en el pecho. ¿Qué hace aquí?

      —Ejem…

      Ese ruidito sale de la garganta de Max para indicarnos claramente que está ahí. Me separo un poco de Bryan. Él levanta la cabeza, pero no se menea del sitio.

      —¡Ey! —lo saluda efusivamente Bryan. Sin embargo, al ver la cara que trae el otro, arruga el entrecejo—. ¿Qué pasa, Max?

      Max me mira a mí, luego a Bryan, y dice seriamente:

      —Hola, Bryan. Tenemos que hablar. Es urgente.

      Se da la vuelta en dirección a la casa y yo me quedo a cuadros en la piscina. «¿Hola, Bryan?». Creo que la decepción es palpable en mi rostro. Bryan me mira, entendiendo mi cara y mi malestar. Se separa de mí un poco y me recoloca la parte baja del bikini. Él hace lo propio y me da un beso.

      —Deberíais hablar. No es bueno para nadie que estéis así.

      —Yo no tengo nada que hablar con él —le


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