Eternamente. Angy Skay

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Eternamente - Angy Skay


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perfección las líneas de su espalda. ¡Jesús! Su musculatura es irresistible. Sus músculos se definen tan duros como el acero, y la vista que tengo desde mi posición no podría ser mejor. Gozaría lamiéndole la espalda desde el cuello hasta el coxis cien mil veces.

      Parece que me lee el pensamiento, pues gira la cabeza, me mira y sonríe, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se contraigan, especialmente los de mi parte baja.

      —¿Debería pensar en voz alta, señor Summers? —le pregunto pícara.

      —No estaría mal, pero le quitaría la gracia.

      —¿Y eso por qué? —Arqueo una ceja, temiéndome la respuesta.

      —Me gusta ver la cara que pones cuando te pillo en medio de pensamientos… De esos que nos gustan a ambos.

      Enarco más la ceja, si es posible, y él vuelve a sonreír, pero esta vez se ríe con ganas. Se marcha negando con la cabeza y con un gran bulto en medio de las piernas.

      —Esto —señala su paquete— es por tu culpa. Ya hablaremos después…

      Le sonrío como una niña buena y salgo de la piscina. Me seco el pelo, me pongo un vestido largo, cojo a las dos pequeñas, que están en el parque cuna, y me voy a buscar a Brenda.

      —¿Brenda? —la llamo desde la habitación.

      Al ver que no me contesta, decido entrar para llamarla por si está durmiendo, pero cuando entro, tengo que taparme los ojos corriendo.

      —Lo siento, lo siento —me disculpo.

      —¡Any, joder! —grita Ulises del susto.

      Brenda se incorpora ipso facto de la cama y empieza a reírse como una descosida.

      —Brenda, venía a decirte que voy a ir con las niñas a la playa a dar un paseo. ¿Quieres venir?

      En medio de un ataque de risa, consigue contestarme:

      —Cla…, claro.

      —Bien, te espero abajo. Lo siento de nuevo, Ulises.

      —Tampoco ha sido tan grave —me contesta como si nada.

      Negando con la cabeza por mis pensamientos, bajo las escaleras. Brenda tenía razón: está bien dotado el amigo. Me río como una tonta.

      Cuando llego abajo, giro a la derecha para coger a las niñas, que las he dejado un segundo en el salón, y me estrello contra Max justo cuando sale de una de las habitaciones de la casa. Me separo de él poniendo mis manos en sus hombros para recuperarme del golpe que acabo de darme.

      —¿Estás bien? —me pregunta más frío que el hielo.

      —¿Te importa? —le contesto sarcástica.

      Me mira. Yo le devuelvo la mirada sin amilanarme, pero no contesta. Simplemente, me esquiva por el lateral y se marcha. ¡Esto es increíble! Me quedo con cara de estúpida en medio del pasillo. Al fondo, veo a Bryan asomado por una de las puertas. Niega, y al ver el estado en el que me he quedado, se dirige hacia mí.

      —¿Estás bien, nena? —me pregunta, y me da un beso.

      —¿Desde cuándo Max es tan imbécil?

      —No es imbécil. Solo está enfadado.

      —Claro… —digo desganada—. Me voy con Brenda y las niñas a la playa a dar un paseo. Ahora volveré. ¿Qué hacía aquí?

      —Ha venido a entregarme unos papeles.

      —¿Va a quedarse?

      Estamos muy lejos de casa, así que dudo que vaya a irse.

      —No, no ha querido. Ya se lo he dicho.

      Me marcho con los ojos encharcados. Pero no pienso llorar; él se lo ha buscado. Yo no estoy comportándome de manera infantil. Él fue el que se pasó tres pueblos conmigo. Si quiere algo, que venga a decírmelo.

      Cojo a las pequeñas y salgo a la entrada de la casa para esperar a que llegue Brenda. Veo cómo Max se sube en su coche y sale disparado. No sé qué hará aquí o qué será tan importante, pero algo grave debe ser cuando se ha pegado este viaje para venir. Tendré que enterarme, y sé cómo voy a hacerlo.

      Paseamos por la playa que tengo frente a la casa en la que estamos. Es de arena blanca y fina. Tenemos kilómetros de playa privada que corresponden a la finca. Todo un paraíso. Ponemos una toalla sobre la arena, tanto para las pequeñas como para nosotras, y nos sentamos.

      —¿Estás bien? —me pregunta Brenda.

      —No lo sé. Creo que están escapándoseme muchas cosas.

      —¿Has averiguado algo más?

      Asiento. Estoy harta de hacer averiguaciones sobre la vida de Bryan. Aunque él me haya dicho que pertenece a su pasado, ¿tan malo es para no compartirlo?

      —¿Y bien?

      —Es poco, pero me vale. Sé que la llave que me entregó Anthony es de un pariente suyo y que corresponde a una casa. Pero no sé dónde está siquiera. Es un puto rompecabezas, Brenda.

      —¿Y qué hay de lo otro?

      —Un pen drive.

      Brenda me mira sin entender nada. Está hablándome de lo que había detrás de la chimenea; lo que parecía más misterioso de todo, a fin de cuentas. Esta familia y sus secretos…

      —¿Cómo dices? —me pregunta asombrada.

      —Sí, así me quedé yo. Lo que había detrás de la chimenea de Anthony era un pen drive.

      —¿Qué hay dentro?

      —No lo sé. No sé siquiera si estoy preparada para verlo.

      Me quedo unos instantes mirando el mar. Pienso, le doy vueltas a todo una y otra vez. Mi rompecabezas no termina de encajar, y tengo un descontrol mental que no me deja ni dormir. Le cuento que hoy ha venido Max, que necesito que me ayuden una vez más para despistar a Bryan, para llevar a cabo mi plan.

      —Claro que sí. Sabes que puedes contar con nosotros para lo que quieras. Y cambiando un poco de tema, ¿qué te ha parecido Ulises?

      —Lo he pasado mal… ¡No te rías!

      —Any, ¡por Dios! Si lo conoces desde antes que yo.

      —¿Y qué? Eso no me da derecho a tener que conocer todas las partes de su cuerpo.

      —Entonces, ¿qué? —insiste, realmente interesada.

      —¡Oh, Brenda! ¡Venga ya! ¿De verdad quieres que te lo diga?

      —A mí me gustaría saberlo.

      Nos quedamos las dos en absoluto silencio y, cuando giramos la cabeza, ahí está el hombre del que estamos hablando: Ulises. Las dos estallamos en una carcajada mundial. Ulises se sienta en la arena y coge a la pequeña Lucy en brazos de manera cariñosa. A Natacha, al momento, le da envidia y empieza a tocarle la pierna con su pequeña manita. Todos nos quedamos con cara de bobos mirándola. Al final, Ulises termina cogiendo a una en cada brazo.

      —¿Y bien? —Ulises nos saca a ambas de nuestros pensamientos.

      —No está mal —le contesto, a sabiendas de su respuesta.

      Brenda comienza a reírse de nuevo.

      —¿Cómo que no está mal? —pregunta molesto, pero en el fondo sé que no lo está.

      Él mismo empieza a reírse; se lo tiene bien creído el tío. Se nos pasa la risa cuando Ulises suelta:

      —Any, llevo un tiempo sin hablar cercanamente contigo, y la verdad es que lo echo de menos. Sabes que te quiero, y quiero a estas dos niñas tan preciosas que tienes, pero…

      —Sigue sin gustarte —termino la frase.

      Niega y mira a Brenda.

      —No


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