Un futuro para la juventud. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Un futuro para la juventud - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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de la presencia de este sentimiento en vosotros, otras relaciones. Entonces, lo experimentaréis con mayor razón cuando el ser a quien amáis es el ser de todos los seres.

      Pero, ¿cómo amar a alguien cuya existencia negamos?... A quien no cree en Dios, que no le ama, le faltará siempre algo, por muy sabio o filósofo que sea; la ausencia de ese sentimiento, le privará de la verdadera comprensión. El amor es una fuerza que actúa en vosotros, en vuestro mental, en vuestra voluntad, incluso en vuestro cuerpo, y os ofrece inmensas posibilidades. El amor es como el carburante: si tenéis gasolina en vuestro coche, podéis avanzar; pero si os falta la gasolina, ¿a dónde iréis?

      Comprended que lo que hoy os digo es una verdad esencial: la presencia o la ausencia de ciertos elementos en vosotros es lo que determina vuestro destino. Si tenéis la fe, el amor, y la esperanza, si creéis en Dios, si le amáis y si fundamentáis vuestra esperanza en El, cualesquiera que sean los acontecimientos y las condiciones, vuestra vida no será la misma que si no los tuvierais. Llegará el día en que los investigadores comprenderán que tan importante es estudiar las reacciones químicas que producen en el hombre sus convicciones, sus ideas y sus pensamientos, como conocer toda la química mineral, orgánica, etc.

      Incluso si esto que os explico aún no os dice gran cosa, no importa, no caerá en saco roto. Ya que os hablo de realidades que existen en vosotros, aunque ahora no seáis conscientes de ellas, yo sé que, al hablaros, pulso algo en vosotros que sólo pide salir a la luz. Poco a poco, ese algo – el sentimiento de lo divino – se manifestará en vosotros. Como el loto, que empieza por crecer bajo el agua y después se abre en la superficie.

      El loto es, justamente, el símbolo de este proceso psíquico que os estoy describiendo. Las cosas nacen, se forman y empiezan a crecer en la oscuridad del subconsciente; y en el momento en que aparecen en la conciencia ya no son incipientes, sino que están casi ultimadas porque se han estado desarrollando desde hace ya mucho tiempo. De igual modo, en lo más profundo de vuestro ser, mis palabras despiertan algo, que un día, igual que la flor de loto, surgirá para expandirse sobre el agua.

      III

      EL SENTIDO DE LO SAGRADO

      Hace años, cuando yo era todavía muy joven, en Bulgaria, no tenía dinero suficiente para comprarme una radio y me fabriqué un aparato de galena. Para hacer funcionar este aparato hay que colocar una pequeña aguja sobre un cristal de galena y desplazarla hasta obtener un contacto; a veces funciona, y otras no... Y esto fue precisamente lo que me llamó la atención en aquella época y lo que me impulsó a reflexionar: el hecho de que no siempre funcionaba. Por mucho que la aguja tocase la piedra, no oía nada y debía seguir buscando a tientas; y luego, de repente oía, por fin, música o voces... Era como si hubiese puntos vivos, sensibles, y puntos muertos. Cuando encontraba un punto vivo, debía mantener la aguja en él para que el aparato siguiera funcionando; si la desplazaba, perdía el contacto y tenía que volver a tantear hasta encontrar un nuevo punto.

      Reflexionando, descubrí que este fenómeno presentaba equivalencias con nuestra vida interior. Todos los humanos buscan algo, quieren oír una voz, quieren recibir ayuda. Pero la mayoría de las veces no oyen nada, no reciben nada. ¿Por qué? Porque no han sabido pulsar dentro de sí mismos los puntos sensibles de su alma y de su espíritu que los pondrían en comunicación con las regiones espirituales. Así pues, deben seguir explorando, tanteando; cuando logren dar con estos puntos, experimentarán una sensación que no les engañará: recibirán la luz, el amor y el gozo; tendrán la revelación del sentido de la vida.

      Diréis: “Bien, lo hemos comprendido, debemos buscar estos puntos; pero ¿cómo?” En realidad se trata de una cuestión de actitud. Porque hay una cosa en particular que los humanos descuidan cada vez más, y es la actitud interior, el sentido de lo sagrado. A sus ojos, ya nada es digno de respeto ni de veneración. Diréis que tratan de cultivar el respeto por la persona humana... Sí, pero esto es poca cosa, e incluso nada en absoluto, porque más allá del hombre, existen superiores a él, seres a quienes ignora, y en cuya existencia ni siquiera cree. Se ampara tras lo que llama “respeto por la persona humana” para justificarse de no respetar nada más, ni a sí mismo, ni a la naturaleza, ni siquiera al Creador.

      En realidad, no podéis respetar verdaderamente a los seres humanos si, dentro de vosotros, no tenéis consideración por algo más grande, absoluto. Destrozaréis incluso a vuestro prójimo porque en vosotros existirán móviles personales muy fuertes que suprimirán este respeto. Sólo cuando tengáis un sentimiento sagrado hacia algo, o más bien hacia alguien, un ser más grande, más elevado, para con el Creador, respetaréis también a los seres humanos. Este aspecto de la actitud es esencial, pues determina toda la vida interior y exterior del hombre. Hoy, la actitud de la mayoría de la gente es deplorable: en vez de mirar hacia el Creador, le dan la espalda. Ya nadie enseña a la gente a cultivar este sentido de lo sagrado, más bien se les incita incluso a desembarazarse de él porque, al parecer, es algo que ya es inútil, que ya está superado. Era bueno para nuestros antepasados, que eran unos ignorantes; pero, ¡en nuestros tiempos!... Pues bien, que sepan que por eso encuentran tantas dificultades en la vida, ya que, con esta actitud grosera e irrespetuosa, no pueden obtener ningún progreso. Por supuesto que en los campos científico y técnico en los que se ejercitan, obtienen algunos resultados, pero todo eso pertenece al ámbito material, exterior, porque interiormente en el campo espiritual, desgraciadamente no descubren gran cosa; la mayoría de las veces no encuentran sino mediocridad, estupidez, vacío y angustia. Esto seguirá siendo así mientras no hayan resuelto esta cuestión esencial: encontrar la actitud adecuada.

      Ante este Ser sublime que todo lo dirige, que todo lo distribuye, el hombre debe tener una actitud de respeto, de asombro. Diréis: “¡Pero no vemos a este Ser!” Sí, le veis: veis la belleza de la naturaleza, la armonía de la Creación; veis, a vuestro alrededor, hombres y mujeres; pero nunca pensáis en remontaros hasta el autor de todo cuanto veis, ¡el Autor no existe! Y bien, ¿qué creéis que ganáis con semejante actitud? De este modo únicamente seréis zarandeados a diestro y a siniestro, por fuerzas caóticas con las que habéis sintonizado inconscientemente. Cuando queremos obtener un favor de alguien sabemos cómo saludarle, cómo comportarnos con él, cómo hablarle; pero ante el Cielo que nos ha creado, que nos lo ha dado todo, no sabemos qué hacer. Ni siquiera en las iglesias tenemos una actitud correcta. Exteriormente sí, claro... ¡y aún no del todo! Pero es interiormente, en los pensamientos, en los sentimientos, donde hay que encontrar esa actitud para obtener todas las bendiciones del Cielo.

      Tratad ahora de encontrar la actitud correcta hacia el Señor, de pensar en El con respeto, admiración y amor, porque así vibraréis al unísono con El, y todo lo que El posee empezará a venir hacia vosotros: sentiréis que os ilumináis con su luz, que amáis con su amor, que sois libres con su libertad, que os regocijáis con su gozo. Mirad a los enamorados: comulgan con las mismas sensaciones porque vibran en la misma longitud de onda. Es una ley de la física. Pero los humanos nunca piensan en aplicar, en el terreno espiritual, las leyes que han descubierto en el mundo físico.

      Es evidente que El Creador no necesita vuestro amor ni vuestra veneración, a El no le falta nada. Rebosa de plenitud; pero vosotros sí que tenéis necesidad de amarle, porque gracias a ese amor os eleváis hasta los mundos de la belleza, de la luz y de la libertad, que son los suyos. Sí, y por eso debéis tener un sentimiento sagrado hacia este Ser que lo ha creado todo con tanta inteligencia. Os maravilláis ante las flores, las piedras preciosas, el canto de los pájaros, la belleza o la inteligencia de ciertos seres... ¿por qué entonces, no podéis maravillaros ante Aquél que los ha creado? El es el único que merece vuestra admiración, y sin embargo, se le descuida, se le proscribe.

      La religión, que se ha reducido poco a poco a prácticas exteriores, y la ciencia, que ha contribuido a apartar al hombre de lo sagrado, no facilitan el reencuentro de esta actitud sagrada. Por eso, durante algún tiempo, tendréis que buscar, buscar... ¡como con el aparato de galena! Con el pensamiento y con la oración (que son la aguja) trataréis de pulsar este punto... Y en cuanto lo hayáis logrado, veréis el esplendor del mundo divino y oiréis la voz del Eterno. Así pues, hay que seguir, hay que insistir... Y, luego, un día, de repente, algo se abrirá, brotará de vuestro interior...

      IV

      LA


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