La verdad, fruto de la sabiduría y del amor. Omraam Mikhaël Aïvanhov
Читать онлайн книгу.dignos de obtener su mano, os colocáis en una situación de orgullo insensato, y ella os despedirá. Sucede como en los cuentos: la verdad es hija de un rey inflexible, nunca se adaptará, ni descenderá hasta vosotros, y, si no sois vosotros los que os inclináis ante ella, no sólo no conseguiréis ganárosla, sino que moriréis, espiritualmente hablando. ¿Diréis que la verdad es cruel? Sí y no, todo depende de vuestra actitud
Sólo encontraremos la verdad si nos decidimos a servirla. ¡Cuántos espiritualistas, incluso, no la encontrarán jamás!, porque esperan que ella les ayude a realizar sus deseos más materiales. Os lo dije: la toman como una sirvienta, o incluso como una cuenta bancaria que les servirá para conseguir posesiones, poder, medios para seducir a las mujeres, etc. Sin embargo, la verdad es una princesa, y, cuando ve que queréis rebajarla para realizar tareas humillantes, se indigna y dice: “Pero, ¿por quién me toma éste?” y os rechaza con desprecio. Desgraciadamente, por todas partes en la sociedad, en las escuelas, en las familias, sólo se exponen teorías, y no se ven más que ejemplos de gente que está continuamente exigiendo, imponiéndose, sin sospechar que esta actitud de falta de respeto y de violencia, es la que les cierra todas las puertas.
Para encontrar la verdad hay que ser humildes; y ser humildes es, en primer lugar, dejar de mostrarse tan exigentes con la naturaleza, con los humanos, con el Creador. “Sí, diréis, ¡pero tenemos necesidades!” Pues bien, hablemos de estas necesidades. Estudiad un poco lo que vuestro interior os reclama. ¿De dónde viene esta voz que reclama la facilidad, el bienestar, los placeres, y que rechaza los esfuerzos, las molestias, las obligaciones? Es la voz de la naturaleza inferior. Pero, precisamente, ¿acaso sois vosotros, en verdad, la naturaleza inferior?... No.
La naturaleza inferior forma parte del hombre, pero no es el hombre mismo. Es como una materia sobre la que el hombre debe trabajar para alimentar su naturaleza superior, que es inmortal, eterna. Y, con esta naturaleza superior es con la que hay que identificarse. Mientras el hombre se confunda con su naturaleza inferior, se identificará con ella diciendo: “Soy yo el que desea esto, soy yo el que desea aquello, soy yo el que está herido, soy yo el que sufre...”, y sin embargo continuará afirmando por todas partes: “Busco la verdad, busco, busco...”, y no la encontrará.
Para conocer la verdad, debe identificarse con la luz, con la nobleza, con la incorruptibilidad de la naturaleza superior.
II
LA VERDAD, HIJA DE LA SABIDURÍA Y DELAMOR
La mayoría de los hombres tienen una curiosa manera de explicar cómo esperan encontrar la verdad. Hablan de ello como si un día fuesen a encontrarse con la verdad en persona, y que ésta les fuese a decir: “Soy la verdad. Por fin me has encontrado. Así que, escúchame bien: de ahora en adelante, debes pensar esto, debes hacer aquello...” Pero no, las cosas no suceden así.
Para comprender bien como se presenta esta cuestión de la verdad, hay que empezar por estudiar la estructura psíquica del hombre. Ésta se basa en tres factores fundamentales: el intelecto, que le permite pensar, el corazón, que le permite experimentar sentimientos, y la voluntad, que le permite actuar. La voluntad nunca actúa sin móviles, sino bajo el impulso de los pensamientos y de los sentimientos.
Observaos: es porque tenéis pensamientos y sentimientos con respecto a las cosas y a los seres que vuestra voluntad se pone, o no, en movimiento. Para decidirse a trabajar bien, no basta con pensar que trabajar es útil, hay que amar también este trabajo. Si os encontráis con un hombre herido, o en la miseria, para decidiros a ayudarle no basta con pensar que lo necesita: es preciso que también experimentéis un sentimiento de simpatía hacia él. Y el que se lanza sobre su vecino para aplastarle, no se ha contentado con pensar: “Es estúpido, es malo”, ha tenido que sentir, también, exasperación, cólera, u odio. Los ejemplos son innumerables. Toda nuestra vida cotidiana está hecha de actos inspirados por nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. El factor pensamiento y el factor sentimiento intervienen más o menos, según los casos, pero siempre intervienen.
Podemos decir, pues, que los actos son testimonio de los pensamientos del intelecto y de los sentimientos del corazón, que son sus hijos, y, según la calidad de estos pensamientos y de estos sentimientos, los actos realizados por la voluntad son buenos o malos. Serán buenos en tanto en cuanto el intelecto esté inspirado por la sabiduría y el corazón por el amor. El intelecto tiene como ideal manifestar la sabiduría; el corazón, manifestar el amor; y la voluntad, que se deriva de ellos, manifestar la verdad. Lo que significa que, en la medida en que los pensamientos de vuestro intelecto tiendan hacia la sabiduría, y los sentimientos de vuestro corazón hacia el amor, estaréis en la verdad. Sí, éste es el secreto de la verdad; es simple.
Se han dado toda clase de definiciones sobre la verdad que no han hecho más que embrollar la cuestión. Es imposible definir lo que es la verdad, porque no existe como tal; únicamente existen la sabiduría y el amor. ¡Cuántos se creen estar en posesión de la verdad! Es fácil tener estas pretensiones, pero cuando se les ve actuar, ¡ay, ay, ay!... Porque, precisamente, lo que ellos llaman su verdad, no está inspirado por la sabiduría y el amor. Es el comportamiento de un ser lo que revela si posee la verdad, y no las teorías y las elucubraciones que expone a los demás. Lo que es extraordinario, es que los humanos hacen de la verdad una especie de abstracción, cuando, por el contrario, ésta aparece reflejada en su forma de ser y de manifestarse diariamente.
De ahora en adelante, pues, debéis absteneros de decir que buscáis la verdad y que no la encontráis, porque no hay nada que buscar, ni nada que encontrar: lo único que hay que hacer es progresar en el amor y en la sabiduría. Y también debéis abandonar la pretensión de que poseéis la verdad. Esta pretensión tampoco es válida: si poseéis el amor y la sabiduría, aunque no digáis nada, poseéis la verdad, y todo el mundo la percibirá. Quizá esta imagen os sorprenda, pero podemos decir que la verdad es comparable a una medalla con dos caras: la una es el amor, y la otra la sabiduría. Nunca encontraréis la verdad como un elemento aislado, porque no puede concebirse independientemente del corazón y del intelecto. Vuestro amor y vuestra sabiduría son los que os mostrarán la verdad.
Si hay ahora tantas “verdades” diferentes y contradictorias que circulan por el mundo, es porque ello refleja la deformación del corazón y del intelecto de los humanos. Cuando alguien os dice: “Para mí la verdad es...”, se trata de su verdad, y esta verdad habla de su corazón y de su intelecto, que son insuficientes, deformados o, por el contrario, muy elevados. Si la verdad fuese independiente de la actividad del corazón y del intelecto, todo el mundo la hubiera descubierto. Sin embargo, no es éste el caso, lo sabéis bien, todo el mundo descubre verdades diferentes, salvo aquellos que poseen el verdadero amor y la verdadera sabiduría. Estos han descubierto la misma verdad; por eso todos ellos, en el fondo, hablan el mismo lenguaje.
Todo depende, pues, del desarrollo armonioso del corazón y del intelecto, y, más allá todavía, del alma y del espíritu. Si el hombre no permanece vigilante, se alejará de la verdad. Escribirá libros para exponer su punto de vista, arrastrará a la gente, y será sincero, sin duda, pero no poseerá la verdad; porque la sinceridad es una cosa, y la verdad, otra. Podéis ser sinceros sumidos en los peores errores, y no hay que tomar la sinceridad como pretexto para justificarse.
Si la verdad sigue siendo una cuestión tan oscura, es porque la consideramos como una abstracción. Sin embargo, la verdad es el mundo en el que estamos sumergidos, y permanecemos conectados con ella, unidos a ella, sin posibilidad de separación. Vivimos en la verdad, la saboreamos, la respiramos, y hay que abandonar la idea de que nos vendrá del exterior. Lo que nos puede venir del exterior son solamente los encuentros: los seres, los objetos, los libros, las obras de arte, cuyo contacto despierta en nosotros una intuición de la verdad. Eso es todo. Por eso, decir: “Voy a buscar la verdad” es la mejor forma de no encontrarla. Porque en la tierra no podemos encontrarla, y aquel que espera encontrarse con algo exterior sobre lo que pueda decir: “He ahí la verdad”, se equivoca. Sólo podemos acercarnos a la verdad estudiando y tratando de manifestar el amor y la sabiduría.
Ahora, si me habéis comprendido, debéis analizaros: “Veamos, ¿cuál es la naturaleza de mis sentimientos? ¿Es el verdadero amor?... Y mi pensamiento, ¿cómo considera las cosas? ¿Sigue, acaso, el camino de la sabiduría? ¿No se