Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924). Gilberto Loaiza Cano
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Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924)
2.a edición
Gilberto Loaiza Cano
Periodismo
Editorial Universidad de Antioquia®
Colección Periodismo
© Gilberto Loaiza Cano
© Editorial Universidad de Antioquia®
ISBN: 978-958-501-004-8
ISBNe: 978-958-501-003-1
Segunda edición: diciembre del 2020, Editorial Universidad de Antioquia®
Primera edición: 1995, Instituto Colombiano de Cultura
Motivo de cubierta: Pedro Nel Gómez, Homenaje a Ricardo Rendón, 1938, Colección Casa Museo Pedro Nel Gómez, Medellín
Diseño de cubierta y diagramación: Imprenta Universidad de Antioquia
Hecho en Colombia / Made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®
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Ministril, trovero, juglar
de alma singular...
Vago de todos los caminos:
¡tus innúmeros rastros
confundan al viajero
del futuro...!
León de Greiff, 1921
Para analizar debidamente todo lo que representa Luis Tejada, habría necesidad de escribir mucho y de haber meditado mucho antes de escribir. Tal vez algún día lo hagamos
Alberto Lleras Camargo, 1925
Prólogo a la primera edición
Cuando Gilbert Keith Chesterton escribió la biografía de William Cobbet, el primer capítulo debió titularlo “El renacimiento de Cobbet”, aunque quiso llamarlo “El olvido de Cobbet”, para advertir más claramente que se había ocupado de un escritor injustamente olvidado y, en el mejor de los casos, mal conocido. Chesterton seguía advirtiendo que a Cobbet se lo admiraba por aquello que, precisamente, era menos sustancial en su obra. A Cobbet, decía su biógrafo, “se lo ha estimado únicamente por su estilo, por su manera de escribir, y no por sus temas, por su materia”.1 En consecuencia, la biografía buscaba restituir, hacer renacer aquellos aspectos de alguien que, según Edward P. Thompson, fue el creador de la cultura intelectual radical en Inglaterra.2 Iguales intenciones iluminaron las populares biografías de Stefan Zweig, quien siempre creyó haber elegido “hombres aparte”. Robert Skidelsky presentó su extensa biografía de John Maynard Keynes diciendo que intentaba superar aquellos estudios que no habían atrapado la vida del pensador inglés “en toda su variedad y riqueza”.3 Cada biografía, pues, responde a una omisión, a un olvido, es una reparación presuntamente científica ante los vacíos y distorsiones acumulados sobre la vida y la obra de un individuo.
El otro requisito imprescindible de los estudios con alguna inspiración biográfica consiste en elegir arquetipos, paradigmas, individuos y obras ejemplares. Entonces se acude a hombres proféticos, en el sentido de Max Weber, que han señalado el rumbo de un proceso colectivo. Se recurre a una obra y a un hombre clásicos para hacer descubrimientos más vastos: la concepción del mundo de un grupo social, el modo de sentir y pensar de los hombres de una época, la cultura del pueblo condensada en una voz intelectual. Así, tenemos los célebres estudios de Lucien Febvre y Mijaíl Bajtín basados en François Rabelais, y los estudios sobre Pascal y el jansenismo de alguien que, como Lucien Goldmann, despreció el valor interpretativo de lo biográfico en la comprensión de una obra teórica, pero que aceptó la existencia de voces individuales coherentes. No siempre se elige a aquellos seres que representan “los ideales de vida de una comunidad”,4 según lo creía José Luis Romero. Precisamente, los estudios de Jean-Paul Sartre sobre Baudelaire, Flaubert y Genet tratan de destinos poco heroicos. Pero tienen la virtud, quizá la más esencial, de detenerse en “un universal singular [...] universalizado por su época” que, a su vez, “la retotaliza reproduciéndola como singularidad”.5 Sin necesidad de ir tan lejos, en Colombia tuvimos en Alberto Miramón a un dedicado biógrafo que con audacia dirigió sus indagaciones hacia vidas nada ejemplares que servían para advertir sobre la existencia “de un tipo social determinado en una época”.6
Las reflexiones anteriores invitan a entender el ensayo biográfico como un método multidisciplinario, porque puede responder a varios propósitos y porque el ejercicio mismo de la investigación exige esfuerzos versátiles. En la historia política, un personaje puede informar sobre “un grupo de influencia”, sobre el “medio político o intelectual” que lo originó e, incluso, sobre el “contexto pasional” en que los individuos jugaron un papel significativo. Las vidas de artistas pueden ser útiles sistemas de interpretación de obras y de fijación de momentos en la historia del arte. En la biografía de intelectuales se reconstruye el campo cultural de una época, se conocen las formas predominantes de sociabilidad intelectual y las ideologías que disputaron algún nivel de hegemonía.7
El biógrafo no siempre tendrá al frente seres unilaterales, tal como lo advirtieron Edward P. Thompson al escribir su biografía de William Morris y Robert Skidelsky en su trabajo sobre Keynes. En el primer caso, el historiador inglés tuvo ante sí a un poeta y creador de crítica social, de teoría y acción políticas. En el otro, el autor advirtió que “Keynes habitó mundos diferentes” y eso lo obligó a “una combinación de habilidades que pocas veces se encuentra en un biógrafo”. No será entonces extraño que el sociólogo, el historiador, el filósofo, el literato sufran grandes mutaciones según las exigencias narrativas y explicativas de la biografía, según los campos en que teórica y prácticamente intervino el personaje biografiado.8
En apariencia, y es fácil creerlo así, la biografía es el retorno a la historia de eventos, de detalles, donde prima el relato de sucesos. Es cierto que se recobra el interés por vidas, sentimientos, comportamientos, incluso por aquello que con algún desprecio llamamos anécdotas. Pero, en verdad, la biografía, como la entendemos, exige una armonía entre el microcosmos y el macrocosmos. De un lado, la entrega escrupulosa y fina a las fuentes que nos permitan decir toda la verdad posible sobre el individuo. Del otro, el examen de las generalizaciones de la sociología y la historia que iluminan a manera de premisas el trayecto de la investigación. Entre esas dos direcciones de la investigación surgen ricos contrastes. De las afirmaciones globales depende la justa ubicación de la masa a veces caótica de pequeños hechos. A su vez, de esos pequeños detalles que rodean al sujeto de la biografía pueden resultar valoraciones más precisas sobre un período, sobre una generación intelectual, es decir, se hace posible algún cuestionamiento a la gran teoría. De ahí que nos hayan parecido tan aleccionadoras las palabras de Peter Gay, el minucioso biógrafo de Sigmund Freud: “La narración histórica sin un análisis completo es trivial, el análisis histórico sin la narración es incompleto”.9
Luis Tejada perteneció a la que José Carlos Mariátegui denominó generación de “hombres nuevos” de América Latina.10 Igual que Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce y el Amauta, padeció la fatal coincidencia de una muerte temprana. Pero no compartió con ellos una refinada formación universitaria ni las decantaciones filosóficas que dieran lugar a una obra sistemática de pensador socialista. Tampoco participó de polémicas políticas allende las fronteras. Y, sobre todo, su obra escrita, toda concentrada en el periodismo, aún no conoce una difusión generosa, y de su vida solamente hay una reunión de anécdotas distorsionantes.