Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924). Gilberto Loaiza Cano
Читать онлайн книгу.y Gonzalo Catalán sobre la formación del “campo cultural” en Chile, con las consiguientes disputas entre élites intelectuales por adquirir el control hegemónico de ese campo, y, en el caso de México, los estudios de Roderic Camp sobre los intelectuales y el poder. La reciente tesis, premiada por Colcultura, de Hilda Soledad Pachón Farías, sobre José Eustasio Rivera y los intelectuales del decenio del veinte, constituye toda una novedad en un campo inexplorado.11
En 1975, el ensayista Darío Ruiz Gómez reconoció que hasta esa fecha Luis Tejada había sido condenado a permanecer “al margen, en un silencio conveniente”,12 junto con otros escritores colombianos como Tomás Carrasquilla y Fernando González. En verdad, hasta ese momento Luis Tejada no había pasado de ser un sujeto digno de evocaciones y testimonios cada vez más escasos con el pasar del tiempo: una anécdota, una semblanza que llegaba en las fechas de aniversario a las publicaciones periódicas. Pero, reconozcamos, desde 1977 comenzó a expandirse un variado interés que se manifestó en la aparición de su nombre en historias de la filosofía, del sindicalismo, de la política, del arte, de la literatura y de la crítica literaria en Colombia. Menciones que testimonian la riqueza y la intensidad latentes de un hombre que apenas vivió entre 1898 y 1924.
En 1977 fue publicada una desordenada compilación que recogía las crónicas de su libro de 1924 y 80 nuevos textos. Como una especie de admonición, Juan Gustavo Cobo Borda dijo en el prólogo de esa compilación que la obra del cronista, hasta 1921, pertenecía a una prehistoria que “bien vale la pena olvidar”,13 aunque sin saberlo estuviese presentando textos que Tejada escribió en años anteriores al límite arbitrario que impuso el crítico. En 1989, en un intento reparador, Miguel Escobar Calle recopiló escritos de 1920, uno de los años más fecundos del periodista antioqueño.14 Pero, desatento a lo biográfico y poco sensible con el estilo de Tejada, le adjudicó escritos de 1919 que no fueron de su autoría. El esfuerzo más reciente por abarcar a Tejada de principio a fin terminó en el poco confiable libro de Víctor Bustamante titulado Luis Tejada. Una crónica para el cronista.15 No hay allí una responsable descripción de las fuentes ni una sólida voluntad de explicación de la vida y la obra de Tejada. Las imprecisiones sumadas podrían dar origen a un nuevo libro. El defecto más considerable del libro de Bustamante consiste en que olvidó que Tejada fue un intelectual con creaciones teóricas y prácticas, por lo que no se encuentra la conjunción de vida y obra. Fue como hablar de Bolívar sin mencionar sus batallas o escribir la biografía de Colón olvidando sus viajes.
“Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en ciencias humanas”.16 Con esa premisa metodológica, tan obvia pero tan despreciada en nuestro medio, emprendimos la aventura de, primero, reunir toda la obra escrita posible de Tejada, cumpliendo con las pesquisas detectivescas propias de una tarea recopiladora: fijación de fechas originales de los textos, ordenamiento cronológico, determinación de autoría en casos necesarios. Cumplido ese paso, el examen de su obra y su vida resultó más expedito y cada juicio más sólido. La filología, en consecuencia, obró aquí como disciplina auxiliar.
¿Qué hay de singular en Tejada para que merezca tanta dedicación? En verdad, muchos hombres de la generación de Los Nuevos en Colombia tienen la aureola de seres singulares; además, la época en que se forjaron intelectualmente les planteó dilemas que la definieron como una de las generaciones de “mayor personalidad histórica” del país.17 Época de crisis ideológica, política y económica en el mundo después de la Primera Guerra. Protagonistas de un decenio, 1920-1930, de grandes mutaciones en el país. Aunque, según Daniel Pécaut, el espectro político ideológico de ese decenio estuvo petrificado,18 fue un período de enfrentamientos de nuevas clases sociales y de choque entre las ideologías anunciadoras de una revolución socialista entonces triunfante y la de un régimen anclado en un espíritu religioso que rememoraba los patrones culturales de la Colonia española. Incipiente modernización técnica y cultural, aparición de tipos sociales modernos, pero también prolongación de los atavíos de una sociedad regida por la ideología oficial de la Iglesia católica, influyente en el control social y en los más altos asuntos del Estado. En esa época de contrastes se definieron las personalidades de Jorge Eliécer Gaitán, del genial y trágico Ricardo Rendón, de Alberto Lleras Camargo, de León de Greiff, de Luis Tejada, entre otros.
La sospecha inicial sobre Tejada partió de la pluralidad de su escritura, que hacía suponer un amplio espectro de preocupaciones. A eso se unieron los testimonios de sus compañeros de generación que coincidían en señalarlo como su guía moral e intelectual. En el trayecto, apareció la certeza de tener al frente al más sincero exponente de los dilemas de un tipo de intelectual que nació con el siglo. Casi con igual denuedo ejerció la crítica de arte, la crítica social y política, la enunciación de los compromisos de la nueva intelectualidad pequeño burguesa. En fin, fue un crítico de la cultura. Todo aquello lo ejerció con la brillantez del genio que, en un escenario tan efímero como el periodismo, pudo crear un tipo de escritura original y perdurable. Además, su obra teórica se ligó a tareas prácticas de organización de los primeros grupos comunistas de Colombia y de movimientos críticos y artísticos afiliados a las estéticas vanguardistas.
Semejante a la comparación que hizo Antonio Gramsci entre la crítica “militante” de Francesco de Sanctis y la “fríamente estética” de Benedetto Croce, la crítica de Tejada expuso “el fervor apasionado del hombre de partido”.19 Con su escritura y con su comportamiento manifestó el reprimido ascenso de un grupo de intelectuales que deseaba imponer sus orientaciones morales, estéticas y políticas. Su crítica fue la del hombre que buscó la existencia de un nuevo arte y de una nueva sensibilidad acordes con las luces subversivas de las estéticas de vanguardia, que trató de hallar nexos orgánicos entre la naciente clase obrera y la joven intelectualidad que él representaba. E intentó aclimatar en un ambiente hostil la utopía del socialismo. En definitiva, luchó por una nueva cultura.
En Tejada se condensó de manera dramática lo que José Carlos Mariátegui definió como “la inquietud contemporánea” y cuyo síntoma fue “una gran crisis de conciencia”, de desesperada oscilación entre actitudes decadentes y afirmativas, entre el desordenado escape del intelectual bohemio ante las exigencias de sobriedad puritana y la angustiosa búsqueda de un mito movilizador con sus respectivos ídolos. Las ambivalencias del hombre que se refugió en el café o en los suburbios de la ciudad y que luego trató de hallar equilibrio en una utopía. Y, he ahí la tragedia, cuando encontró esa fe apasionada y luchó “por la victoria de un orden nuevo”, su cuerpo ya estaba mortalmente aniquilado. Pero tal singularidad, en vez de aislarlo, hizo de Luis Tejada el hilo conductor para reconstruir, en parte, un modo de vivir de los intelectuales, un modo de ser de la cultura colombiana en un momento de su historia. A partir de la vida de un intelectual nos aproximamos a las concepciones del mundo que se enfrentaron en las primeras décadas del siglo; a los movimientos de rebelión ética y estética; a la formación de núcleos de recepción de nuevas ideas políticas y artísticas; a las pugnas por el control de los medios de producción ideológica, a la oposición entre viejos y nuevos intelectuales. Es decir, la vida de un intelectual representó para nosotros la posibilidad de reconstruir la vida intelectual de una época o, como diría Lucien Febvre, el “clima moral” que la identificó.
Como si nos hubiésemos propuesto darle la razón al tiempo circular de Borges, en el siglo xix vivió un Luis Vargas Tejada que fue poeta romántico y conspirador. Participó en la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra Simón Bolívar, cuando su gobierno se trastocaba en dictadura. También, como nuestro hombre, apenas vivió algo más de veintiséis años: nació en 1802 y murió perseguido en 1829. Ningún nexo familiar fue descubierto, pero las similitudes dicen que cada vida es plagio de otra anterior.
Ahora bien, ¿cómo transformamos la materia bruta de la investigación en este ensayo biográfico? Basándose en André Maurois, otro biógrafo colombiano dijo que “la biografía es un estudio demarcado por dos acontecimientos: el nacimiento y la muerte”.20 Esas son las fronteras temporales del relato y a ese orden nos ceñimos con relativo esmero. En el primer capítulo nos pareció importante fijar los rasgos de la tradición cultural que heredó Tejada a través de su familia y con la cual entró en conflicto. En el último quisimos aventurarnos en