Las Tragedias de William Shakespeare. William Shakespeare

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Las Tragedias de William Shakespeare - William Shakespeare


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      LUCIO. — Sí, señor, si os agrada.

      BRUTO. — Hazlo, muchacho. Te molesto demasiado; pero tienes buena voluntad.

      LUCIO. — Es mi deber, señor.

      BRUTO. — Yo no reclamaría tu deber más allá de tus fuerzas. Sé que la sangre joven necesita su tiempo de reposo.

      LUCIO. — He dormido ya, señor.

      BRUTO. — Has hecho bien, y dormirás de nuevo. No te detendré largo rato. Si vivo, seré bueno para ti.

      (Música y un canto.)

      Es un aire soñoliento... ¡Oh sueño asesino! ¿Dejas caer tu plúmbea maza sobre mi joven, que te ofrece música? ¡Gentil mancebo, buenas noches! ¡No seré tan cruel que te despierte! ¡Si cabeceas, vas a romper tu instrumento! Te lo quitaré. ¡Buenas noches, buen muchacho!... Vamos a ver. ¿No está doblada la hoja donde dejé la lectura? Aquí es, creo.

      (Entra la sombra de CÉSAR.)

      ¡Qué mal arde esa vela! ¡Ah!... ¿Quién viene? ¡Pienso que es la debilidad de mis ojos la que forjó esta monstruosa aparición!.., ¡Se me acerca!... ¿Eres algo? ¿Eres algún dios, ángel o demonio, que haces que se hiele mi sangre y se me ericen los cabellos? ¡Dime qué eres!...

      SOMBRA. — ¡Tu espíritu malo, Bruto!.

      BRUTO. — ¿Por qué vienes?...

      SOMBRA. — ¡A decirte que me verás en Filipos!...

      BRUTO. — Bien. Entonces, ¿he de verte de nuevo?...

      SOMBRA. — Sí, en Filipos...

      BRUTO. — Pues te veré entonces en Filipos...

      (Desaparece la sombra.)

      ¡Ahora que he recobrado el ánimo te desvaneces!;.. ¡Mal espíritu, quisiera hablar más contigo!... ¡Muchacho, Lucio! ¡Varrón! ¡Claudio! ¡Señores, despertad! ¡Claudio!

      LUCIO. — ¡Señor, las cuerdas están destempladas!

      BRUTO.— ¡Piensa que todavía se halla con su instrumento! ¡Despierta, Lucio!

      LUCIO. — ¡Señor!

      BRUTO. — ¿Es que soñabas, Lucio, para gritar así? -

      LUCIO. — Señor, no creo haber gritado.

      BRUTO. — ¡Si que lo has hecho! ¿Viste alguna cosa?

      LUCIO. — Nada, señor.

      BRUTO. — Sigue durmiendo, Lucio... ¡Claudio, pícaro! (A VARRÓN.) ¡Tú, amigo, despertad!

      VARRÓN. — ¡Señor!

      CLAUDIO. - ¡Señor!

      BRUTO. — ¿Por qué habéis gritado así, señores, en vuestro sueño?

      VARRÓN y CLAUDIO. — ¿Nosotros, señor?

      BRUTO. — ¡Sí! ¿Visteis alguna cosa?

      VARRÓN. — ¡No, señor; no he visto nada!

      CLAUDIO. — ¡Ni yo, señor!

      BRUTO. — ¡Id y saludad en mi nombre a mi hermano Casio! ¡Decidle que se adelante cuanto antes con sus tropas, y le seguiremos!

      VARRÓN y CLAUDIO. — ¡Así se hará, señor!

      (Salen.)

      Acto V

       Índice

      SCENA PRIMA

       Las llanuras de Filipos

      Entran OCTAVIO, ANTONIO y su ejército

      OCTAVIO. — Ahora, Antonio, se realizan nuestras desesperanzas. Dijisteis que el enemigo no bajaría, sino que seguiría ocupando las montañas y las altas mesetas. No ha sido así. Sus batallones están a la mano. Su intención es adelantársenos aquí, en Filipos, contestando antes que les preguntemos.

      ANTONIO. — ¡Bah!, estoy en sus secretos y sé por qué lo hacen. Ya se contentarían con visitar otros sitios; y si descienden con bravatas para intimidar, imaginando que por ese medio infunden en nuestros pensamientos la idea de que tienen valor; pero no es así.

      (Entra un MENSAJERO.)

      MENSAJERO. — ¡Preparaos, generales! ¡El enemigo avanza en bizarra ostentación! ¡Ha enarbolado su sangrienta bandera de combate, y es preciso tomar en seguida las medidas necesarias!

      ANTONIO. — Octavio, avanzad lentamente con vuestras tropas sobre la izquierda del terreno llano.

      OCTAVIO. — Sobre la derecha, yo; toma tú la izquierda.

      ANTONIO. — ¿Por qué contrariarme con esa exigencia?

      OCTAVIO. — No os contrarío, sino que lo quiero así.

      (Marcha) Tambores. Entran BRUTO, CASIO y sus ejércitos; Lucilio, TITINIO, MESALA y otros

      BRUTO. — Hacen alto y deben querer parlamento.

      CASIO. — ¡Permaneced firmes, Titinio! Es necesario salir y conferenciar.

      OCTAVIO. — Marco Antonio, ¿damos la señal de batalla?

      ANTONIO. — No, César; responderemos al ataque. ¡Salid de las filas! ¡Los generales quieren decirnos algo!

      OCTAVIO. — ¡Nadie se mueva hasta la señal!

      BRUTO. — ¡Palabras antes que golpes! ¿No es así, compatriotas?

      OCTAVIO. — ¡No porque prefiramos las palabras, como vosotros!

      BRUTO. — ¡Buenas palabras son mejor que malos golpes, Octavio!

      ANTONIO. — ¡En vuestros malos golpes, Bruto, dais buenas palabras! ¡Dígalo el taladro que hicisteis en el corazón de César gritando: «¡Viva! ¡Salve, César!»

      CASIO. — Antonio, aún se ignora la naturaleza de vuestros golpes; pero en cuanto a vuestras palabras, robaron a las abejas de Hibla y les quitaron su miel.

      ANTONIO. — ¡Y su aguijón!

      BRUTO. — ¡Oh, sí! ¡Y también su ruido, pues zumbáis como ellas, Antonio, y amenazáis muy prudentemente antes de vuestra punzada!

      ANTONIO. — ¡Miserables! ¡No hicisteis lo mismo cuando vuestros viles puñales tropezaron uno con otro en los costados de César! ¡Enseñabais los dientes como monos, os arrastrabais como perros y os prosternabais como esclavos, besando los pies de César, mientras el maldito Casca, como un dogo callejero, hería por la espalda el cuello de César! ¡Oh farsantes!

      CASIO. — ¡Farsantes! ¡Ahora, Bruto, agradecedlo a vos mismo! ¡Esa lengua no ofendería así hoy de haber prevalecido la opinión de Casio!

      OCTAVIO. — ¡Vamos, vamos al asunto! ¡Si deliberando vertemos sudor, la prueba lo convertirá en gotas enrojecidas! ¡Mirad! ¡Desenvaino la espada contra los conspiradores! ¿Cuándo pensáis que volverá a la vaina? ¡Nunca, mientras las veintitrés heridas de César no queden bien vengadas, o hasta que otro César se sume a la carnicería del acero de los traidores!

      BRUTO. — ¡César, tú no morirás a manos de traidores, a no ser que los traigas contigo!

      OCTAVIO. — ¡Así lo espero! ¡No nací para morir por la espada de Bruto!

      BRUTO. — ¡Oh joven! ¡Si fueras el más noble de tu no podrías alcanzar una muerte más gloriosa! .

      CASIO — ¡Escolar impertinente, indigno de tal honor, ligado a un farsante y juerguista!


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