Las Tragedias de William Shakespeare. William Shakespeare

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Las Tragedias de William Shakespeare - William Shakespeare


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rápidamente concebido, nunca logras un feliz alumbramiento, sino que das muerte a la madre que te concibe!

      TITINIO. — ¡Cómo, Píndaro! ¿Dónde estás, Píndaro?

      MESALA. — Búscale, Titinio, en tanto voy al encuentro del noble Bruto a destrozarle sus oídos con la noticia. Y puedo decir destrozarle, porque el penetrante acero y los dardos emponzoñados no agujerea tanto los oídos de Bruto como la noticia de este espectáculo.

      TITINIO. — Id, Mesala, y yo buscaré entretanto a Píndaro.

      (Sale MESALA.)

      ¿Por qué me enviaste, valeroso Casio? ¿No hallé a tus amigos? ¿Y no pusieron Sobre mis sienes este laurel de victoria y me suplicaron que te lo ciñera? ¿No oíste sus aclamaciones? ¡Ay! ¡Todo lo interpretaste equivocadamente! ¡Pero ten, toma esta guirnalda en tu frente! ¡Tu Bruto me la .dio para ti, y cumplo su mandato! ¡Bruto, acudid aprisa y ved cómo respetaba yo a Cayo Casio! ¡Con vuestro permiso, dioses, he aquí lo que cumple a un romano! ¡Ven, espada de Casio, y encuentra el corazón de Titinio! (Se da la muerte.) Fragor de combate. Vuelve a entrar MESALA con BRUTO, CATÓN el joven, ESTRATÓN, VOLUMNIO y LUCILIO.

      BRUTO. — ¿Dónde, Mésala, dónde yace su cuerpo?

      MESALA. — ¡Ved! ¡Allí, y Titinio llorándolo!

      BRUTO. — ¡Titinio está cara al cielo!

      CATÓN. — ¡Ha muerto!

      BRUTO. — ¡Oh Julio César! ¡Todavía eres poderoso! ¡Tu espíritu recorre la tierra y vuelve nuestras espadas contra nuestras propias entrañas!

      (Decrece el fragor.)

      CATÓN. — ¡Bravo Titinio! ¡Mirad cómo no ha dejado de coronar a Casio muerto!

      BRUTO. — ¿Quedan todavía dos romanos como éstos? ¡Adiós, tú, el último de los romanos! ¡Es imposible que Roma produzca otro igual! Amigos, debo a este muerto más lágrimas de las que me veríais verter. ¡Ya hallaré ocasión, Casio, ya hallaré ocasión! ¡Venid, pues, y transportad su cadáver a Tasos! Sus exequias no deben hacerse en nuestro campamento; nos desalentarían, Lucilio; venid, y vos también, joven Catón, y volvamos al campo. ¡Labeo y Flavio, avanzad con nuestros batallones! ¡Son las tres, y antes de la noche probaremos fortuna en un segundo combate, romanos!

      (Salen.)

      SCENA QUARTA

      Otra parte del campo Fragor de combate. Entran peleando soldados de los dos ejércitos; después, BRUTO, CATÓN el joven, LUCILIO y otros BRUTO. — ¡Todavía, compatriotas! ¡Oh! ¡Erguid todavía vuestras cabezas! CATÓN. — ¿Qué bastardo no lo hará? ¿Quién quiere seguirme? ¡Proclamaré mi nombre por el campo ¡Yo soy el hijo de Marco Catón, ¡eh!, el azote de tiranos y amigo de la patria! ¡Soy el hijo de Marco Catón! ¡Eh! BRUTO. — ¡Y yo Bruto; Marco Bruto, yo! ¡Bruto, el amigo de mi patria! ¡Reconoced a Bruto! (Sale cargando sobre el enemigo. CATÓN es vencido y cae.) LUCILIO. — ¡Oh joven y noble Catón! ¿Has sucumbido? Pues bien: mueres ahora tan valerosamente como Titinio y se te puede honrar como hijo de Catón. SOLDADO PRIMERO. — ¡Ríndete, o mueres! LUCILIO. — ¡Sólo a la muerte me rindo yo! Aquí tienes dinero suficiente para que puedas matarme sobre el campo. (Ofreciéndole dinero.) ¡Mata a Bruto y hónrate con su muerte! SOLDADO PRIMERO. — ¡No lo mataremos! ¡Es un noble prisionero! SOLDADO SEGUNDO. — ¡Plaza, eh! ¡Decid a Antonio que hemos cogido a Bruto!

      SOLDADO PRIMERO. — ¡Daré la noticia! ¡Aquí viene el general! (Entra ANTONIO.) ¡Bruto ha sido hecho prisionero, señor; Bruto ha sido hecho prisionero!

      ANTONIO. — ¿Dónde está? LUCILIO. — ¡En seguro, Antonio! ¡Bruto está bastante seguro! ¡Me atrevo a asegurarte que ningún enemigo prenderá al noble Bruto mientras viva! ¡Los dioses le defiendan de tan gran oprobio! ¡Dondequiera que le halléis, vivo o muerto, hallaréis en él al Bruto de siempre, al mismo! ANTONIO. — Éste no es Bruto, amigos, pero os garantizo que es una presa no menos valiosa. Velad por la seguridad de este hombre. Prodigadle toda clase de atenciones. Prefiero tener a tales hombres por amigos que por enemigos. Id y ved si Bruto está vivo o muerto, y volved a la tienda de Octavio a darnos cuenta de cuanto ocurra. (Sale.)

      SCENA QUINTA

      Entran BRUTO, DARDANIO, CLITO, ESTRATÓN y VOLUMNIO

      BRUTO. — ¡Venid, exiguo resto de amigos, descansad en esta roca!

      CLITO. — Estatilio ha enseñado desde lejos la antorcha encendida; pero, señor, no ha vuelto. Ha caído prisionero o ha muerto.

      BRUTO. — Siéntate, Clito... ¡Se trata de matar! ¡Es una acción al uso! ¡Escucha, Clito!

      (Cuchichean.)

      CLITO. — ¡Cómo! ¿Yo señor? ¡Jamás! ¡Ni por todo el universo!

      BRUTO. — ¡Silencio entonces! ¡Ni una palabra!

      CLITO. — ¡Antes me mataría a mí mismo!

      BRUTO. — ¡Escucha, Dardanio!

      (Cuchichean.)

      DARDANIO. — ¿Hacer yo semejante cosa?

      CLITO. — ¡Oh Dardanio!

      DARDANIO. — ¡Oh Clito!

      CLITO. — ¿Qué te pidió Bruto?

      DARDANIO. — ¡Que lo matara, Clito! ¡Mira! ¡Está meditando!

      CLITO. — ¡Tan colmado de dolor está ese noble vaso, que casi se vierte por los ojos!

      BRUTO. — ¡Acércate aquí, buen Volumnio!

      VOLUMNIO. — ¿Qué dice mi señor?

      BRUTO. — ¡Esto, Volumnio! ¡La sombra de César se me ha aparecido dos veces de noche: una, en Sardis, y la otra, anoche, aquí, en los campos de Filipos! ¡Sé que ha llegado mi hora!

      VOLUMNIO. — ¡No lo creáis, señor!

      BRUTO. — ¡Sí, tengo la seguridad de ello, Volumnio! ¡Ya ves cómo son las cosas! ¡Nuestros enemigos nos han batido y empujado hasta el borde del abismo! (Lejano fragor de combate.) Es más honroso lanzarnos dentro que esperar a que nos precipiten en el fondo. Buen Volumnio, tú sabes que los dos fuimos juntos a la escuela. ¡Pues bien, en nombre de nuestra antigua amistad, te ruego que tengas firme mi espada, mientras me arrojo sobre ella!

      VOLUMNIO. — ¡Eso no es oficio para un amigo, señor!

      (Continúa el fragor del combate.)

      CLITO — ¡Huid, huid, señor! ¡No es posible permanecer aquí!

      BRUTO. — ¡Adiós a vos, y a vos, y a vos, Volumnío! Estratón, has estado dormido todo este tiempo. ¡Adiós a ti también, Estratón! ¡Compatriotas, mi corazón se regocija de no haber encontrado en toda mi vida un hombre que no me haya sido leal! ¡Más gloria alcanzaré yo en mí derrota que Octavio y Marco Antonio con su vil triunfo! ¡Así, adiós por vez postrera, pues la lengua de Bruto ha terminado casi la historia de su vida!... ¡El velo de la noche se extiende sobre mis ojos! ¡Mis huesos, que no han trabajado sino para llegar a esta hora, piden reposo! (Fragor de combate. Gritos dentro: ¡Huid, huid, huid!

      CLITO. — ¡Huid, señor, huid!

      BRUTO. — ¡Fuera de aquí! ¡Os seguiré!

      (Salen CLI TO, DARDANIO y VOLUMNIO.)

      Estratón, te suplico que te quedes con tu señor. ¡Eres un mozo digno de todo respeto! En tu vida ha habido algunos rasgos de honor. ¡Sostén, pues, mi espada, y vuelve a un lado el rostro mientras me arrojo sobre ella! ¿Quieres, Estratón?

      ESTRATÓN. — ¡Dadme primero vuestra mano! ¡Adiós, señor!

      BRUTO. — ¡Adiós, querido Estratón! (Se arroja sobre su espada.) ¡César, aplácate ahora!


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