Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski

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Lo mejor de Dostoyevski - Fiódor Dostoyevski


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de levantarme y me preparaba para ir a veros, pero el estado de mi traje me lo ha impedido. Ayer me olvidé de decir a Nastasia que limpiara las manchas de sangre, y ahora mismo acabo de vestirme.

      ¿Manchas de sangre? preguntó Pulqueria Alejandrovna, aterrada.

      No tiene importancia, mamá; no te alarmes. Ayer, cuando salí de aquí delirando, me encontré de pronto ante un hombre que acababa de ser víctima de un atropello… Un funcionario. Por eso mis ropas estaban manchadas de sangre.

      ¿Cuando estabas delirando? dijo Rasumikhine . Pues te acuerdas de todo.

      Es cierto convino Raskolnikof, presa de una singular preocupación . Me acuerdo de todo, y con los detalles más insignificantes. Sin embargo, no consigo explicarme por qué fui allí, ni por qué obré y hablé como lo hice.

      El fenómeno es conocido observó Zosimof . El acto se cumple a veces con una destreza y una habilidad extraordinarias, pero el principio que lo motiva adolece de cierta alteración y depende de diversas impresiones morbosas. Es algo así como un sueño.

      «Al fin y al cabo, debo felicitarme de que me tomen por loco, pensó Raskolnikof.

      Pero las personas perfectamente sanas están en el mismo caso observó Dunetchka, mirando a Zosimof con inquietud.

      La observación es muy justa respondió el médico . En este aspecto, todos solemos parecernos a los alienados. La única diferencia es que los verdaderos enfermos están un poco más enfermos que nosotros. Sólo sobre esta base podemos establecer distinciones. Hombres perfectamente sanos, perfectamente equilibrados, si usted prefiere llamarlos así, la verdad es que casi no existen: no se podría encontrar más de uno entre centenares de miles de individuos, e incluso este uno resultaría un modelo bastante imperfecto.

      La palabra «alienado», lanzada imprudentemente por Zosimof en el calor de sus comentarios sobre su tema favorito, recorrió como una ráfaga glacial toda la estancia. Raskolnikof se mostraba absorto y distraído. En sus pálidos labios había una sonrisa extraña. Al parecer, seguía reflexionando sobre aquel punto que le tenía perplejo.

      Bueno, pero ¿ese hombre atropellado? se apresuró a decir Rasumikhine . Te he interrumpido cuando estabas hablando de él.

      Raskolnikof se sobresaltó, como si lo despertasen repentinamente de un sueño.

      ¿Cómo…? ¡Ah, sí! Me manché de sangre al ayudar a transportarlo a su casa… A propósito, mamá: cometí un acto imperdonable. Estaba loco, sencillamente. Todo el dinero que me enviaste lo di a la viuda para el entierro. Está enferma del pecho… Una verdadera desgracia… Tres huérfanos de corta edad… Hambrientos… No hay nada en la casa… Ha dejado otra hija… Yo creo que también tú les habrías dado el dinero si hubieses visto el cuadro… Reconozco que yo no tenía ningún derecho a obrar así, y menos sabiendo los sacrificios que has tenido que hacer para enviarme ese dinero. Está bien que se socorra a la gente. Pero hay que tener derecho a hacerlo. De lo contrario, Crevez chiens, si vous n’étes pas contents.

      Lanzó una carcajada.

      ¿Verdad, Dunia?

      No repuso enérgicamente la joven.

      ¡Bah! También tú estás llena de buenas intenciones murmuró con sonrisa burlona y acento casi rencoroso . Debí comprenderlo… Desde luego, eso es hermoso y tiene más valor… Si llegas a un punto que no te atreves a franquear, serás desgraciada, y si lo franqueas, tal vez más desgraciada todavía. Pero todo esto es pura palabrería añadió, lamentando no haber sabido contenerse . Yo sólo quería disculparme ante ti, mamá terminó con voz entrecortada y tono tajante.

      No te preocupes, Rodia; estoy segura de que todo lo que tú haces está bien hecho repuso la madre alegremente.

      No estés tan segura repuso él, esbozando una sonrisa.

      Se hizo el silencio. Toda esta conversación, con sus pausas, el perdón concedido y la reconciliación, se había desarrollado en una atmósfera no desprovista de violencia, y todos se habían dado cuenta de ello.

      «Se diría que me temen», pensó Raskolnikof mirando furtivamente a su madre y a su hermana.

      Efectivamente, Pulqueria Alejandrovna parecía sentirse más y más atemorizada a medida que se prolongaba el silencio.

      «¡Tanto como creía amarlas desde lejos!», pensó Raskolnikof repentinamente.

      ¿Sabes que Marfa Petrovna ha muerto, Rodia? preguntó de pronto Pulqueria Alejandrovna.

      ¿Qué Marfa Petrovna?

      ¿Es posible que no lo sepas? Marfa Petrovna Svidrigailova. ¡Tanto como te he hablado de ella en mis cartas!

      ¡Ah, sí! Ahora me acuerdo dijo como si despertara de un sueño . ¿De modo que ha muerto? ¿Cómo?

      Esta muestra de curiosidad alentó a Pulqueria Alejandrovna, que respondió vivamente:

      Fue una muerte repentina. La desgracia ocurrió el mismo día en que te envié mi última carta. Su marido, ese monstruo, ha sido sin duda el culpable. Dicen que le dio una tremenda paliza.

      ¿Eran frecuentes esas escenas entre ellos? preguntó Raskolnikof dirigiéndose a su hermana.

      No, al contrario: él se mostraba paciente, e incluso amable con ella. En algunos casos era hasta demasiado indulgente. Así vivieron durante siete años. Hasta que un día, de pronto, perdió la paciencia.

      O sea que ese hombre no era tan terrible. De serlo, no habría podido comportarse con tanta prudencia durante siete años. Me parece, Dunetchka, que tú piensas así y lo disculpas.

      ¡Oh, no! Es verdaderamente un hombre despiadado. No puedo imaginarme nada más horrible repuso la joven con un ligero estremecimiento.

      Luego frunció las cejas y quedó absorta.

      La escena tuvo lugar por la mañana prosiguió precipitadamente Pulqueria Alejandrovna . Después, Marfa Petrovna ordenó que le preparasen el coche, a fin de trasladarse a la ciudad después de comer, como hacía siempre en estos casos. Dicen que comió con excelente apetito.

      ¿A pesar de los golpes?

      Ya se iba acostumbrando… Apenas terminó de comer, fue a bañarse; así se podría marchar en seguida… Seguía un tratamiento hidroterápico. En la finca hay un manantial de agua fría y ella se bañaba en él todos los días con regularidad. Apenas entró en el agua, sufrió un ataque de apoplejía.

      No es nada extraño observó Zosimof.

      ¿Y dices que la paliza había sido brutal?

      Eso no influyó dijo Dunia.

      Raskolnikof exclamó, súbitamente irritado:

      No sé, mamá, por qué nos has contado todas esas tonterías.

      Es que no sabía de qué hablar, hijo mío se le escapó decir a Pulqueria Alejandrovna.

      ¿Es posible que todos me temáis? dijo Raskolnikof, esbozando una sonrisa.

      Sí, te tememos respondió Dunia con expresión severa y mirándole fijamente a los ojos . Mamá incluso se ha santiguado cuando subíamos la escalera.

      El semblante de Raskolnikof se alteró profundamente: parecía reflejar una agitación convulsiva.

      Pulqueria Alejandrovna intervino, visiblemente aturdida:

      Pero ¿qué dices, Dunia? No te enfades, Rodia, te lo suplico… Bien es verdad que, desde que partimos, no cesé de pensar en la dicha de volver a verte y charlar contigo… Tan feliz me sentía con este pensamiento, que el largo viaje me


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