Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires (1880-1900). Mauro Vallejo

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Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires (1880-1900) - Mauro Vallejo


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el dueño de título profesional. Al respecto, el redactor agregaba:

      En la misma dirección, la difundida existencia de los regentes fue notada por el publicista genovés Ferdinando Resasco en su visita a la ciudad en 1889:

      Justo es decir que en la República Argentina la fortuna tiene esos caprichos raros (…). Algunos desesperados, no sabiendo a qué Santo encomendarse, se hicieron mancebos de botica, y una vez adquirido un poco de crédito, abrieron oficinas de farmacia por su propia cuenta, sin poseer título de ninguna clase, y realizaron grandes fortunas por haber comprendido al público y conocido la localidad. Supe de otros que por haber establecido en Buenos Aires boticas con un capital llevado de Europa, y con otro capital mayor en títulos y en conocimientos profesionales, se arruinaron y acabaron muy desdichadamente, siendo criados y practicantes de sus mancebos. (Resasco, 1890: 403-404).

      Resulta necesario comprender que el repetido señalamiento de esas infracciones es un síntoma de la existencia de controles ideados para regular infructuosamente un mercado denso y en constante expansión. Las propias autoridades no se cansaban, por su parte, de protestar por la insuficiencia de esos mecanismos de control. Podemos recordar, a tal propósito, la queja manifestada por el Departamento de Higiene en un informe publicado en 1896. Quedan allí en evidencia no solo la rotunda difusión y promoción de esas mercancías sospechosas, sino la vasta cantidad de actores sociales implicados en ese embrollado tráfico:

      En síntesis, la comercialización de específicos contra afecciones nerviosas formó parte de la consolidación de ese mercado que, aun con sus desórdenes y tensiones, abastecía cotidianamente a esos porteños que para fines de siglo se habían habituado, movidos por la fuerza de las cosas, a amalgamar el cuidado de la salud con un ademán de (auto) consumo. Tal y como veremos, los boticarios no fueron los únicos en sacar provecho de esa fusión. Por lo pronto, conviene subrayar que el estudio de esa profusa circulación de remedios atañe, de un modo íntimo y en una medida difícil de sobreestimar, a la historia de la experiencia de la enfermedad en una ciudad cuyos habitantes tenían cotidianamente una relación fría y distante con la profesión médica. Más que la distancia, lo que marcaba el contacto con la medicina era la decepción; nunca viene de más repetir que durante el último cuarto del siglo XIX, y aun a pesar de los estrepitosos avances efectuados en bacteriología o en cirugía, la ciencia médica seguía siendo lo de siempre: una profesión que no curaba. Su arsenal terapéutico para las enfermedades más mortíferas y extendidas, como por ejemplo la tuberculosis, no era más efectivo que el hígado de bacalao. Una de las luminarias de esa ciencia había escrito en su tesis de


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