Autoliderazgo de nuestras emociones. Néstor Braidot

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Autoliderazgo de nuestras emociones - Néstor Braidot


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“estados funcionales del cerebro” puede resultar raro y quizás chocante para algunas personas.

      Sin embargo, a diario, con cada nueva investigación, la neurociencia confirma que lo son. De hecho, la mayor parte de la bibliografía especializada coincide en que…

      Las emociones son estados que articulan aspectos neurocognitivos con sensaciones físicas, actúan como filtros en la percepción y son potentes fijadores de la memoria.

      Sin emociones no podríamos desarrollar nuestra creatividad, tomar decisiones acertadas ni, fundamentalmente, “sobrevivir”.

      Supongamos que estamos parados en la vereda. Sentimos un silbido, levantamos la vista y observamos que un hacha se dirige, de punta, hacia nuestra cabeza.

      El cerebro carece de tiempo para tomar decisiones racionales. No puede desperdiciar ni un segundo en elegir, por ejemplo, si conviene correr hacia la derecha o hacia la izquierda.

      Entonces, aparece la importancia de la región emocional: es la que acorta el tiempo de respuesta y desencadena una reacción tan rápida que parece automática.

      El experto Joseph LeDoux descubrió que, junto a la vía neuronal que va desde el tálamo a la corteza cerebral existe un conjunto de fibras nerviosas que comunica directamente el tálamo con la amígdala.

      Dicho de otra manera, en el cerebro humano existe una especie de atajo que permite que la amígdala reciba algunas señales de forma ultrarrápida emitidas por los sentidos.

      Ante el estímulo sensorial (observamos cómo se acerca el hacha), la señal se divide en dos impulsos que recorren trayectos diferentes luego de llegar al tálamo.

      El primero, la vía rápida. El impulso toma el atajo hacia la amígdala y la respuesta es instantánea, no se hace esperar: nos movemos de donde estamos para que el hacha rebote contra el suelo en lugar de incrustarse en nuestra cabeza.

      Esto no es una novedad evolutiva: la vía rápida significó, para los antiguos cazadores, una fuente de salvación. ¿Un rugido de un animal salvaje se escuchaba cada vez más próximo? Nada mejor que huir en la dirección contraria.

      El otro recorrido, llamado “vía lenta”, demora apenas unas milésimas de segundo más, que es lo que tarda el estímulo en llegar a la corteza cerebral.

      En la vía rápida actuamos prácticamente por instinto. En la vía lenta, por la activación de la conciencia.

      Ante una situación de peligro, la emoción le gana a la razón.

      La amígdala reacciona primero y la neocorteza, donde residen las funciones cognitivas más importantes, como el pensamiento, después.

      La evidencia surge luego de muchísimas investigaciones: existe un procesamiento de las emociones previo a la conciencia que se tiene sobre éstas.

      Las emociones se expresan en patrones que recorren varias regiones del cerebro, pero la amígdala actúa como principal receptor de los estímulos relacionados. La información le llega desde el tálamo y la dirige hacia la corteza.

      Las vías neuronales implicadas en ese tránsito son aproximadamente diez veces más ricas en cantidad de neuronas que las que actúan en sentido contrario.

      La reacción inmediata de la “vía rápida” puede jugarnos alguna mala pasada, ya que involucra reacciones primitivas y poco elaboradas, como gritar o pegar.

      ¿Cuántas veces debimos arrepentirnos de algo que dijimos?

      ¿En cuántas ocasiones nos lamentamos por lo que hicimos?

      ¿En cuántas oportunidades no nos reconocimos a nosotros mismos?

      En todos los casos, la respuesta será similar: más de las que hubiésemos deseado. Es una característica que nos iguala a todos los seres humanos.

      Si bien hay personas más vehementes que otras, nuestras palabras y nuestra conducta suelen dispararse de forma sorprendente, como si corrieran (y de hecho, lo hacen) más rápido que nosotros, que nuestra propia consciencia.

      Levantar la voz, golpear un escritorio o romper una raqueta de tenis durante un partido son actitudes que dejan a un individuo mal parado y normalmente le traen problemas, sobre todo en ámbitos familiares o de trabajo.

      Las reacciones basadas en respuestas viscerales normalmente provocan rechazo en los demás.

      En conclusión:

      Las decisiones basadas únicamente en respuestas emocionales (reactivas), sin participación de los mecanismos cerebrales superiores, como el razonamiento, pueden llevarnos hacer cosas de las cuales luego nos arrepentiremos.

      La amígdala, mencionada a repetición en los párrafos precedentes, es la estructura más importante en el procesamiento cerebral de las emociones.

      Se encuentra en las profundidades del cerebro, prácticamente dentro del lóbulo temporal. En realidad, tenemos dos amígdalas, la izquierda y la derecha, una en cada hemisferio.

      La forman varios núcleos que controlan gran parte de los estímulos emocionales que recibe el sistema nervioso.

      Está involucrada en los mecanismos de cognición social y empatía, en el sistema olfatorio (participa activamente en la conducta sexual y en la fijación de la memoria de los olores) y en otros procesos cerebrales muy importantes.

      Entre ellos, se destacan:

      • Fijación de la memoria emocional

      La mayoría de las personas puede recordar qué estaba haciendo en el momento exacto en que se produjo el atentado a las Torres Gemelas.

      Aún hoy, cuando han pasado más de quince años de ese desgraciado suceso, son muchos los que pueden efectuar una descripción pormenorizada de dónde estaban, con quién y hasta detalles ínfimos de lo sucedidos aquel día.

      Este tipo de recuerdos, especialmente fuertes, nítidos y permanentes debido a la intensidad de la experiencia, se enmarcan en un tipo de memoria emocional denominada flashbulb memory (memoria de destello).

      Con el correr de los años, es posible que el relato de los protagonistas se modifique, pero jamás olvidarán ni el acontecimiento ni las emociones asociadas a éste.

      Lo mismo ocurre con experiencias propias muy importantes.

      Por ejemplo, difícilmente olvidemos lo que ocurrió el día que obtuvimos nuestro primer diploma de grado, el del nacimiento de nuestros hijos o algunos sustos que te provocaron situaciones extremas o inesperadas.

      En todos los casos, especialmente en la memoria del miedo, la amígdala tiene un rol decisivo.

      • Aprendizaje emocional

      Relacionado con lo anterior, cuanto más intensa es la activación de la amígdala, más imborrable es la información que ingresa en el cerebro, sea positiva o negativa.

      • Desencadenamiento de respuestas automáticas ante estímulos de tipo emocional

      La vida cotidiana está repleta de estos sucesos.

      Personas que salen corriendo cuando ven un caniche porque alguna vez las mordió un perro.

      Otras que tiemblan apenas ven el mar porque estuvieron a punto de ahogarse de pequeñas.

      Unas cuantas que bajo ningún punto de vista se subirían a un avión y que ni siquiera pueden explicar cuál es el origen de ese temor.

      La mayor parte de los recuerdos emocionales son no conscientes e influyen en nuestra conducta durante toda la vida.

      Por ejemplo, durante un experimento realizado en el Hospital Pitié-Salpêtrière, en Francia, se aplicó una técnica de presentación subliminal que consistió


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