El Escritor. Danilo Clementoni

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El Escritor - Danilo Clementoni


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desgracia no, amigo mío. De otro modo ya lo habría hecho, ¿tú qué crees?»

      Â«Pero no es posible» dijo el comandante mientras era arrastrado por un brazo por su compañero de aventuras, en dirección al módulo de comunicación interno número tres.

      Â«En realidad, se podría incluso intentar interrumpir de manera manual el procedimiento pero necesitaríamos, por lo menos, treinta minutos y nosotros, tenemos, más o menos, uno.»

      Â«Espera, párate» exclamó entonces Azakis liberándose con un tirón del fuerte agarre del amigo. «No podemos dejar que explote aquí. La ola de energía que generará la deflagración llegaría a la tierra en pocos minutos y la parte visible del planeta sería embestida por una onda de impacto gigantesca que destruiría todo lo que encontrase a su paso.»

      Â«Ya he preparado el control remoto de la Theos desde la nave espacial. La desviaremos cuando hayamos subido, siempre que te des prisa» le gritó Petri mientras aferraba de nuevo el brazo del amigo y lo arrastraba a la fuerza en dirección al módulo.

      Â«Sesenta segundos para la autodestrucción.»

      Â«Â¿A dónde la quieres desviar?» continuó Azakis mientras la escotilla del módulo de comunicación interno se abría en el puente de la nave espacial en el nivel seis. «No será suficiente un minuto para conseguir que alcance una distancia tal que...»

      Â«Â¿Quieres dejar de parlotear?» lo interrumpió Petri. «Cierra el pico y siéntate allí. Yo me encargo.»

      Azakis, sin decir nada más, obedeció la orden y tomó asiento en la butaca gris al lado de la consola central. De la misma manera que había hecho ya decenas de veces en situaciones igualmente peligrosas, decidió fiarse completamente de la capacidad y experiencia de su compañero. Mientras Petri trasteaba febrilmente con una serie de hologramas tridimensionales de simulación, pensó en controlar el resultado de la evacuación del resto de la tripulación, contactando de manera simultánea con cada uno de los pilotos. En pocos segundos todos confirmaron la reciente separación de las naves espaciales de la nave nodriza. Estaban alejándose rápidamente. El comandante dejó escapar un hondo suspiro de alivio y volvió a prestar su atención a las maniobras de su amigo.

      Â«Treinta segundos para la autodestrucción.»

      Â«Estamos fuera» exclamó Petri. «Ahora desvío la Theos.»

      Â«Â¿Qué puedo hacer para ayudarte?»

      Â«Nada, no te preocupes. Estás en buenas manos» y le guiñó el ojo derecho, así como le habían enseñado a hacer sus amigos terrestres. «Pondré la nave detrás de la luna. Desde allí no podrá hacer daño.»

      Â«Â¡Maldita sea!» exclamó Azakis. «No lo había pensado.»

      Â«Por eso estoy aquí, ¿no?»

      Â«La onda expansiva se romperá sobre el satélite, el cual asorberá toda la energía. Eres un fenómeno, amigo mío»

      Â«Y no producirá ningún daño en la luna» continuó Petri. «Allí no hay nada más que rocas y cráteres.»

      Â«Diez segundos para la autodestrucción.»

      Â«Estoy a punto...» dijo Petri con un hilo de voz.

      Â«Tres... Dos... Uno.»

      Â«Â¡Hecho! La Theos está en posición.»

      Justo en ese momento, en la cara oculta de la luna, en las coordenadas, en grados decimales, 24,446471 de latitud y 152,171308 de longitud, en el mismo lugar de aquello que los terrestres habían llamado el cráter Komarov, tuvo lugar un extraño movimiento telúrico. Sobre la superficie árida y accidentada del cráter, como si una enorme hoja de espada, invisible se hubiese clavado repentinamente, se abrió una gruesa y profunda hendidura de márgenes perfectos. Inmediatamente después, como si hubiese sido disparado desde el fondo del cráter, un extraño objeto de forma ovalada saltó hacia afuera a una velocidad increíble y se dirigió hacia el espacio, con una trayectoria aproximada de treinta grados de inclinación respecto a la perpendicular. El objeto permaneció visible solo unos pocos segundos antes de desaparecer definitivamente en un fogonazo de luz azulada.

      Sobre la nave espacial, desde la apertura elíptica que permitía la visión del exterior, un resplandor cegador iluminó el negro y frío espacio exterior, inundando el interior de la nave con una luz casi irreal.

      Â«Amigo mío, ¿qué te parece si nos vamos de aquí?» sugirió Azakis preocupadísimo, mientras observaba la ola de energía que se expandía y acercaba rápidamente hacia su posición.

      Â«Â¡Seguidme!» gritó Petri en el comunicador dirigiéndose a los pilotos de las otras naves espaciales. A continuación, sin añadir nada más, maniobró con su propio medio de transporte y lo puso a cubierto rápidamente detrás de la cara de la luna que siempre mira hacia la tierra. «Agárrate con fuerza» añadió, mientras se aferraba firmemente a los apoyabrazos de la butaca del puente de mando sobre la que estaba sentado.

      Esperaron, en silencio absoluto, el paso de interminables segundos, con la mirada fija en la pantalla central, esperando que el desplazamiento repentino de la Theos hubiese conseguido evitar una catástrofe sobre la tierra.

      Â«La onda de energía se está dispersando en el espacio» dijo tranquilamente Petri. Hizo una breve pausa, a continuación, después de haber verificado toda una serie de incomprensibles mensajes aparecidos en los hologramas que estaban enfrente de él, añadió «La luna ha absorbido perfectamente la parte que iba directamente hacia el planeta.»

      Â«Beh, creo que has hecho un buen trabajo, amigo mío» comentó Azakis después de haber vuelto a respirar.

      Â«La única que ha salido perdiendo ha sido la pobre luna. Ha recibido un buen golpe.»

      Â«Piensa en lo que podría haber ocurrido si la onda hubiese llegado a la tierra.»

      Â«Habría quemado medio planeta»

      Â«Â¿Estáis todos bien?» se apresuró a preguntar Azakis, mediante el comunicador, a los otros pilotos que, siguiendo las maniobras de Petri, habían puesto también las propias naves espaciales al amparo del satélite. Respuestas reconfortantes llegaron una tras otra y, después de que el último comandante hubiese confirmado tanto las perfectas condiciones de la tripulación como de la nave, se dejó caer sobre el respaldo de la butaca y dejó escapar todo el aire que tenía en los pilmones.

      Â«Todo ha salido bien» comentó Petri satisfecho.

      Â«Sí, pero ¿ahora qué hacemos? La Theos ha dejado de existir. ¿Cómo volvemos a casa?»

      Tell el-Mukayyar – Un rayo en el cielo

      En el campamento base de la doctora Elisa Hunter, la gatita Lulú, después de haber saltado desde los brazos de la arqueóloga, había comenzado a girar nerviosamente por todas partes con la mirada fija en el cielo. El sol estaba a punto de ponerse y una bellísima luna casi llena estaba ya alta en el horizonte.

      Â«Lulú, ¿qué pasa?» preguntó Elisa un poco preocupada, volviéndose hacia la inquieta gata.

      Â«Debe estar triste porque habrá comprendido que nuestros amigos se han ido» comentó Jack lacónico intentando consolarla con algunas rascaditas debajo del mentón.

      Al principio parecía que la minina había agradecido


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