El Escritor. Danilo Clementoni

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El Escritor - Danilo Clementoni


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Gracias por la información» prosiguió. «Le ruego que, en el momento en que tenga más noticias, contacte conmigo inmediatamente.»

      Â«Será mi prioridad, señor. Hasta luego, que tenga un buen día» y cortó la conversación.

      Â«Â¿Qué te han dicho?» preguntó la doctora.

      Â«Beh, parece que, efectivamente, ha ocurrido algo extraño allí arriba pero nadie ha encontrado todavía una explicación coherente.»

      Â«Cada vez estoy más convencida de que les ha ocurrido algo a nuestros amigos.»

      Â«Venga, no pienses eso. Con su fantástica astronave quién sabe dónde estarán ahora.»

      Â«Espero, de corazón, que estés en lo cierto pero continuo teniendo un extraño presentimiento.»

      Â«Escucha, para salir de dudas, ¿por qué no usamos el artilugio que nos han dejado e intentamos contactar con ellos?»

      Â«Bueno, no sé... Decían que sólo podríamos utilizarlo cuando estuvieran en su planeta... No creo que...»

      Â«Vete a cogerlo y basta» la interrumpió el coronel. A continuacióhn, percatándose de que había sido muy brusco, añadió un «Por favor» seguido de una deslumbrante sonrisa.

      Â«Vale. En el peor de los casos, no funcionará» dijo Elisa mientras iba a recuperar el H^COM portátil. Regresó casi enseguida y, después de arreglar un poco sus largos cabellos, se puso aquella especie de extraño y engorroso casco.

      Â«Habían dicho que presionásemos ese interruptor» dijo Jack indicando el botón. «A continuación el sistema funcionaría solo.»

      Â«Â¿Qué hago, lo pulso?» preguntó Elisa dubitativa.

      Â«Venga, ¿qué puede suceder?»

      La arqueóloga pulsó el botón y, articulando quizás demasiado las palabras, dijo «¿Hola? ¿Me escucha alguien?»

      Permaneció a la espera pero no recibió ninguna respuesta. Esperó todavía algunos minutos y a continuación insistió «Hola... Hola... ¿Petri estás ahí? No escucho nada.»

      Elisa esperó un poco más, después abrió los brazos y se encogió de hombros.

      Â«Pulsa de nuevo el botón» sugirió el coronel.

      Intentaron repetir el procedimiento varias veces pero desde el sistema de comunicación no llegó a ellos ni siquiera un mísero crujido.

      Â«No hay nada que hacer. Quizás les ha sucedido realmente algo» susurró Elisa mientras se sacaba el H^COM de la cabeza.

      Â«O quizás no han llegado todavía al rango de acción de este artilugio.»

      El coronel no había terminado de decir la última frase cuando un extraño ruido proveniente del exterior llamó la atención de los dos.

      Â«Jack, mira» exclamó Elisa asombrada mientras se asomaba desde la tienda. «Las esferas... Se están reactivando.»

      Con el corazón en un puño corrieron los dos afuera y, realmente perplejos, observaron la pirámide virtual de aterrizaje que estaba de nuevo tomando forma. Sus amigos estaban volviendo.

      Â«Ves como no han explotado» dijo Jack tranquilo.

      Â«Quizás han olvidado algo.»

      Â«Lo importante es que están bien. Ahora intentemos mantener la calma. Dentro de nada descubriremos qué ha sucedido en realidad.»

      El procedimiento de aterrizaje se desenvolvió con normalidad y, en poco tiempo, las enormes figuras de los dos alienígenas aparecieron sobre la plataforma de descenso.

      Â«Hola chicos» gritó Petri agitando su manaza sobre la cabeza.

      Â«Â¿Qué diablos hacéis todavía aquí?» preguntó Jack mientras los dos llegaban hasta el suelo gracias a la estructura móvil.

      Â«Os echábamos de menos» replicó Petri mientras saltaba desde aquella especie de ascensor antes incluso de que tocase tierra, seguido inmediatamente después por su compañero de aventuras.

      Â«Nos estábamos preocupando» dijo Elisa finalmente aliviada. «Hemos asistido a un extraño acontecimiento que ha ocurrido en la luna hace poco y temíamos que os hubiese ocurrido algo malo.»

      Â«Por desgracia, querida, algo malo ha sucedido realmente» dijo Azakis con aire desconsolado.

      Â«Â¿Ves? ¡Lo sabía!» exclamó Elisa. «Una vocecita dentro de mí me lo decía. ¿Pero qué ha sucedido?»

      Â«Ha ocurrido todo de repente.»

      Â«Â¡Por el amor de Dios! ¿Quieres hablar? Venga, no nos tengas sobre ascuas. Cuéntalo todo, ahora.»

      Â«Nuestra nave ha dejado de existir» anunció Azakis de un tirón.

      Los dos terrestres se miraron asombrados. A continuación fue Jack el que tomó la palabra diciendo «¿Estáis bromeando? ¿Qué queréis decir con que ya no existe?»

      Â«Quiere decir que, en este momento, el pedazo más grande de la Theos podría estar tranquilamente sobre la yema de tu dedo índice.»

      Â«Â¿Cómo ha podido suceder? ¿Y el resto de la tripulación, dónde se encuentra? ¿Están todos bien?»

      Â«Sí, están bien, gracias. Ahora se encuentran sobre otras tres naves espaciales y dentro de un rato estarán aquí con nosotros. Si no os molesta, prepararemos aquí una estructura de emergencia e intentaremos arreglarnos de alguna manera.»

      Â«Pues claro, ¿qué problema hay?» dijo Jack. «Os ayudaremos en lo posible. No hay ni que preguntar.»

      Â«En definitiva» explotó Elisa que no conseguía frenar su curiosidad. «¿Nos podéis decir de una vez qué ha sucedido alli arriba?»

      Â«Es una historia un poco larga» dijo Azakis sentándose sobre un cubo de lata tirado por el suelo. «Ponéos cómodos.»

      Después de unos diez minutos, el alienígena les había contado prácticamente toda la historia. Desde la pérdida del sistema de contol remoto a la tentativa de desactivación del mismo. Desde la imprudencia de haber renunciado a su recuperación hasta la repentina reactivación del instrumento que había provocado después el comienzo del procedimiento de autodestrucción.

      Â«Pero ¡es alucinante!» exclamó Elisa asombrada. «¿Quién ha podido provocar un desastre así?»

      Â«Probablemente» dijo Azakis «alguien habrá encontrado aquel extraño objeto y se habrá puesto a estudiar sus características. A continuación, habrá encontrado alguna información entre los millones de datos que hemos descargado sobre vuestros servidores y, de alguna manera, ha conseguido encenderlo, provocando de esta manera lo que sabemos.»

      Â«Â¡Por todos los santos!» susurró el coronel desconcertado. «Parece una historia tan absurda... Y vosotros, sabiendo lo peligroso que era un artilugio de ese tipo, ¿no habéis hecho nada para recuperarlo?»

      Â«La culpa fue mía» dijo Petri, metiéndose en la discusión. «Creía que lo había desactivado completamente y pensaba que ningún terrestre, aunque lo hubiese encontrado, sería capaz de reactivarlo.»

      Â«Y en cambio,


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