El Escritor. Danilo Clementoni

Читать онлайн книгу.

El Escritor - Danilo Clementoni


Скачать книгу
de tu cinturón.»

      Â«No es que tenga ahora mucha importancia pero debo decir que tengo un poco de curiosidad.»

      Â«Bien. Entonces, empecemos por informar a los Ancianos de nuestra situación y apenas nos hayamos acomodado intentaré recuperar esta información.»

      Â«Elisa» dijo entonces Azakis. «Por desgracia el único H^COM que teníamos se destruyó al mismo tiempo que la Theos. ¿Podrías, por favor, prestarnos el que te habíamos dejado antes de irnos?»

      Â«Â¿Te refieres al casco? Pues claro. Lo cojo enseguida.»

      Â«Por desgracia la situación es grave» susurró Azakis volviéndose hacia el coronel, en el momento en que Elisa estuvo bastante lejos para no poder oirles. «Aunque consiguiésemos contactar con los Ancianos, las posibilidades que tenemos de volver a nuestro planeta son ahora ya prácticamente nulas.»

      Â«Â¿Pero no pueden mandar a alguien a recogeros? Zaneki tiene una nave como la vuestra, ¿o me equivoco?»

      Â«Lamentablemente los motores instalados sobre su nave son mucho menos potentes de los que teníamos en la nuestra. Es esa la razón por la que tuvo que irse inmediatamente después de la transición de Kodon. Si no lo hubiese hecho no habría conseguido alcanzar Nibiru, que se estaba alejando rápidamente. Nosotros hemos podido permanecer aquí mucho más debido a nuestros motores experimentales. Por desgracia, la Theos era la única de nuestra flota que los tenía. La producción e instalación de otros dos nuevos podría llevarnos un montón de tiempo. Un montón de "nuestro" tiempo.»

      Â«Â¿Queréis decir que deberías quedar aquí hasta la próxima transición de Nibiru?»

      Â«Aquí está» exclamó Elisa mientra volvía rápidamente hacia ellos.

      Â«Me temo que sí, Jack» dijo Azakis en voz baja, mientras se levantaba para coger el casco H^COM que la arqueóloga le estaba entregando. «Gracias Elisa» dijo el alienígena mientras se lo ponía. «Veamos si funciona.»

      Â«A decir verdad, hemos probado también nosotros pero no hemos conseguido hablar con nadie.»

      Â«Así trabaja mi amigo» comentó Azakis mirando hacia Petri. «Jamás funciona nada de lo que hace.»

      Â«Muy simpático, como siempre» replicó con aire muy serio Petri. «Lo recordaré cuando me pidas que ponga a punto tu baño.»

      Â«El baño» exclamó Elisa sonriendo. «Me acuerdo perfectamente cómo funcionan vuestros baños. Una experiencia realmente inolvidable.»

      Los cuatro soltaron una sonora risotada al término de la cual Petri sacó de las manos de Azakis el casco y dijo «Espera, viejo gruñón. Primero debo cambiar una configuración. El sistema está programado para que llamemos sobre la pobre Theos y no creo que allí te pueda responder nadie.»

      El alienígena trasteó durante un momento con los mandos del H^COM portátil, a continuación, cuando quedó satisfecho con lo que había hecho, se lo pasó de nuevo a su compañero, diciendo «Prueba ahora. Esperemos que mi memoria no me haya traicionado y que haya conseguido configurarlo para conectarte con la persona adecuada.»

      Azakis no dudó ni siquiera un segundo de la memoria de su amigo y endosó el casco. Pulsó el botón de inicio y quedó pacientemente a la espera. Pasó casi un minuto antes de que la imagen tridimensional de la huesuda cara de su Anciano responsable fuese proyectada directamente sobre la retina de sus ojos un poco cansados.

      Â«Azakis, ¡que placer verte!» dijo su canoso interlocutor alzando el delgado brazo derecho en señal de saludo. «¿Pero desde dónde estás llamando? Tu imagen aparece muy extraña y distorsionada.»

      Â«Es una larga historia» replicó el alienígena. «Lo que estoy utilizando es un aparato improvisado para comunicaciones de larga distancia.»

      Â«Â¿No estás en tu nave? No me dirás que todavía no habéis salido. Sabes que el límite temporal para alcanzarnos está a punto de acabarse ¿verdad?»

      Â«Justo es de esto que quería hablarte.» Hizo una breve pausa para buscar las palabras adecuadas y a continuación prosiguió diciendo «Ha ocurrido un imprevisto... Nuestra nave ya no existe.»

      Â«Â¿Cómo que no existe? ¿Qué quieres decir?»

      Â«Ha explotado. Fué activado el sistema de autodestrucción y sólo tuvimos tiempo para ponernos a salvo antes de que todo saltase en mil pedazos.»

      Â«Pero ese procedimiento sólo lo podías activar tú con tu sistema de control remoto personal. ¿Cómo pudo suceder algo así?» preguntó el Anciano asombrado.

      Â«Digamos que han tenido lugar una serie de acontecimientos especiales, en uno de los cuales se me debió caer.»

      Â«Â¿Y alguien lo ha encontrado y lo ha activado en vez de ti?»

      Â«Todavía no hemos conseguido determinar qué es lo que realmente sucedió, pero es una posibilidad.»

      Â«Â¿Y ahora? ¿Cómo pensáis hacer para volver?»

      Â«Es justo por esto que os estamos hablando. Necesitaríamos una solución buena y rápida para este pequeño problema.»

      Â«Â¿Pequeño?» replicó el Anciano levántandose con una agilidad sorprendente. «¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? La ventana temporal está ya en el límite máximo. Tendrías que haber partido ya y tú me dices que la Theos no existe y que estáis bloqueados en la tierra. ¿Qué deberemos hacer nosotros ahora?»

      Â«Bueno, no sabría decirte. Vosotros sois los Ancianos. Confiamos que, con vuestra experiencia y vuestra infinita sabiduría, nos podáis echar una mano para salir de esta desagradable situación.»

      Su interlocutor volvió a sentarse dejándose caer pesadamente sobre la suave butaca gris, apoyó los codos sobre la repisa que había enfrente de él y puso las manos entre los blancos y largos cabellos mientras quedaba en silencio. Permaneció inmóvil algunos segundos, a continuación levantó la vista y dijo «Intentaré reunir rápidamente al Consejo y pondré a trabajar a todos nuestros mejores Expertos. Espero poder darte pronto buenas noticias» y cortó la conversación.

      Pasadena, California – El friqui

      Â«Â¿Nada más?» exclamó el tipo grueso, decididamente con sobre peso, mientras observaba el extraño artilugio que tenía en la mano el joven friqui. «No me dirás que nos has hecho esperar más de un mes para hacernos ver esta cosa que parpadea.»

      Â«Os puedo asegurar que está funcionando» replicó el chaval aterrorizado. «Aún diría más, creo que ha hecho ya aquello para lo que ha sido proyectado.»

      Â«Muy bien, ¿pero nos quieres decir el qué?» chilló el tipo alto y delgado mientras se ponía de repente en pié. «Estoy empezando a perder la paciencia.»

      En el sótano repleto de aparatos, monitores y ordenadores de todo tipo, iluminado por una débil luz led que se difundía reflejada desde las desgastadas paredes, la cara demacrada del chaval parecía todavía más pálida de lo que era en realidad.

      Â«Si no nos dices para qué sirve realmente esta cosa, juro que te la hago tragar entera» exclamó el gordito cogiendo al friqui por el pescuezo.

      Â«Pero si os lo he dicho» rebatió


Скачать книгу