Un Sueño de Mortales . Морган Райс

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Un Sueño de Mortales  - Морган Райс


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Echó un vistazo a la lúgubre bodega, sintió el balanceo y enseguida supo que estaba en un barco. Lo sabía por la manera en que se movía su cuerpo, por las brechas de luz que entraban, por el olor decrépito de hombres atrapados bajo cubierta.

      Thorgrin miró alrededor, poniéndose alerta de inmediato, sintiéndose débil e intentando recordar. Lo último que recordaba era aquella horrible tormenta, el naufragio, él y sus hombres cayendo del barco. Recordaba a Angel, recordaba agarrarse a ella con todas sus fuerzas y recordaba la espada en su cinturón, la Espada de los Muertos. ¿Cómo había sobrevivido?

      Thor miraba a su alrededor, preguntaba cómo podía estar navegando en el mar, confundido, buscando desesperadamente a sus hermanos y a Angel. Se sintió aliviado al distinguir unas formas en la oscuridad y verlos a todos por allí cerca, atados con cuerdas a postes: Reece y Selese, Elden e Indra, Matus, O’Connor y, a pocos metros de ellos, Angel. Thor se sentía feliz al ver que todos ellos estaban vivos, aunque todos parecían estar agotados, machacados por la tormenta y por los piratas.

      Thor oyó una risa escandalosa, discusiones, griterío proveniente de algún lugar por allá arriba y después lo que sonó como explosiones en sus oídos mientras los hombres se tiraban unos sobre otros en la hueca cubierta y recordó: los piratas. Aquellos mercenarios que intentaron hundirlo en el mar.

      Reconocería aquel sonido en cualquier lugar, el sonido de individuos vulgares, aburridos en el mar, en busca de crueldad -se los había encontrado muchas veces antes. Se dio cuenta, al sacudirse su sueño, que ahora era su prisionero y luchó con las cuerdas, intentando liberarse.

      Pero no pudo. Habían atado bien sus brazos, igual que sus tobillos. No iba a ir a ninguna parte.

      Thorgrin cerró los ojos, intentando reunir el poder que llevaba dentro, el poder que él sabía que podía mover montañas si él lo elegía.

      Pero no vino nada. Estaba demasiado agotado por la dura experiencia del naufragio, sus fuerzas todavía estaban demasiado bajas. Sabía por experiencia en el pasado que necesitaba tiempo para recuperarse. Tiempo que sabía que no tenía.

      “¡Thorgrin!” dijo una voz aliviada, a través de la oscuridad. Era una voz que reconocía bien y, al echar un vistazo, vio a Reece, atado a pocos metros, mirándolo con alegría. “¡Vives!” añadió Reece.

      “¡No sabíamos si lo lograrías!”

      Thor se dio la vuelta y vio a O’Connor atado a su otro lado, igualmente contento.

      “Rezaba por ti a cada minuto”, dijo una dulce y suave voz en la oscuridad.

      Thor echó una ojeada y vio a Angel, con lágrimas de alegría en los ojos, y sintió lo mucho que se preocupaba por él.

      “Le debes la vida, ¿sabes?” dijo Indra. “Cuando te lanzaron al agua, fue ella la que se tiró al agua y te trajo de vuelta. Si no hubiera sido por su valentía, ahora mismo no estarías aquí”.

      Thor miró a Angel con un nuevo respeto y un nuevo sentimiento de gratitud y devoción.

      “Pequeña, encontraré el modo de recompensarte”, le dijo.

      “Ya lo has hecho”, dijo, y él pudo ver que realmente así lo creía.

      “Recompénsala sacándonos a todos de aquí”, dijo Indra, luchando contra sus cuerdas, enojada.

      “Aquellos piratas parásitos son lo más bajo que hay. Nos encontraron flotando en el mar y nos ataron mientras todavía estábamos inconscientes por la tormenta. Si se hubieran enfrentado a nosotros hombre a hombre, hubiera sido otra historia”.

      “Son unos cobardes”, dijo Matus. “Como todos los piratas”.

      “También nos quitaron nuestras armas”, añadió O’Connor.

      El corazón de Thor dio un vuelco cuando, de repente, recordó sus armas, su armadura, la Espada de los Muertos.

      “No te preocupes”, dijo Reece, al ver su cara. “Nuestras armas superaron la tormenta –la tuya incluida. Por lo menos, no está en el fondo del mar. Pero la tienen los piratas. ¿Ves allí, a través de los listones?”

      Thor miró a través de los listones y vio, en la cubierta, todas sus armas, tendidas bajo el sol, los piratas reunidos a su alrededor. Vio el hacha de batalla de Elden y el arco dorado de O’Connor y la alabarda de Reece y el mayal de Matus y la lanza de Indra y el saco de arena de Selese – y su propia Espada de los Muertos. Vio a los piratas, con las manos en las caderas, mirando hacia abajo y examinándolas con regocijo.

      “Nunca había visto una espada así”, dijo uno de ellos a otro.

      Thor enrojeció de ira al ver cómo un pirata daba un golpe con el pie a la espada.

      “Parece que fuera de un Rey”, dijo otro, dando un paso adelante.

      “La encontré yo primero, es mía”, dijo el primero.

      “Eso será por encima de mi cadáver”, dijo el otro.

      Thor observaba cómo los hombres se abalanzaban el uno sobre el otro y después oyó un fuerte porrazo cuando ambos se desplomaron sobre cubierta, luchando, mientras los otros piratas formaban un círculo a su alrededor y los abucheaban. Iban rodando sobre el suelo de aquí para allá, dándose puñetazos y codazos, mientras los demás les animaban a hacerlo, entonces finalmente Thor vio que la sangre le salpicaba a través de los listones, vio cómo un pirata pisoteaba la cabeza del otro varias veces.

      Los demás gritaban, deleitados con ello.

      El pirata que ganó, un hombre sin camisa, con un torso nervudo y una larga cicatriz en el pecho, se levantó y, respirando profundamente, se dirigió hacia la Espada de los Muertos. Mientras Thor observaba, este alargó el brazo, la agarró y la levantó victorioso. Los demás gritaron.

      Thor hervía la verlo. Esta escoria sujetando su espada, una espada digna de un Rey. Una espada por la que él había arriesgado su vida. Una espada que le habían dado a él, y a nadie más.

      Entonces se oyó un grito repentino y Thor vio cómo la cara del pirata, de golpe, hacía un gesto de agonía. Gritó y lanzó la espada, parecía que estaba sujetando una serpiente y Thor vio cómo volaba por los aires e iba a parar a cubierta con un sonido metálico y un golpe seco.

      “¡Me ha mordido!” exclamó el pirata a los demás. “¡Este bicho raro me ha mordido la mano! ¡Mirad!”

      Extendió la mano para mostrar que le faltaba un dedo. Thor echó un vistazo a la espada, a través de los listones se veía la empuñadura y vio unos pequeños dientes afilados sobresaliendo de una de las caras que estaban allí grabadas y la sangre corriendo por ella.

      Los otros piratas se giraron a mirarla.

      “¡Es del demonio!” exclamó uno.

      “¡Yo no la tocaré!” exclamó otro.

      “Olvidaos de ella”, dijo uno, dándole la espalda. “Hay muchas más armas para escoger”.

      “¿Y qué pasa con mi dedo?” grito el pirata con agonía.

      Los otros piratas rieron, lo ignoraron y, a cambio, se concentraron en las otras armas, luchando todos ellos por el alijo.

      Thor volvió a fijarse en su espada, ahora la veía allí, tan cerca de él, casi al alcance de la mano al otro lado de los listones. Una vez más intentó con todas sus fuerzas liberarse, pero la cuerda no cedía. Estaba bien atado.

      “Si pudiéramos conseguir nuestras armas”, dijo Indra furiosa. “No puedo soportar ver sus grasientas manos encima de mi lanza”.

      “Quizás yo pueda ayudar”, dijo Angel.

      Thor y los demás la miraron incrédulos.

      “A mí no me ataron como a vosotros”, explicó. “Mi lepra les asustó. Ataron mis manos, pero después lo dejaron. ¿Veis?”

      Angel se puso de pie, mostrando que sus muñecas estaban atadas detrás de su espalda, pero sus pies estaban libres para caminar.

      “De poco nos servirá”, dijo Indra. “Incluso


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