Ecos del misterio. José Rivera Ramírez

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Ecos del misterio - José Rivera Ramírez


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      Posidonio define la poesía: “la creación de un poema lleno de discreción y la revelación de la significación más profunda de las cosas, en una imitación de todo lo divino y humano... el poema mismo es una lexis (forma verbal) métrica, rítmica, oratoria, que, por su esplendor decorativo, se alza por encima de la prosa puramente racional”.

      Algunos estoicos, sin embargo, junto a los epicúreos, defienden la insignificancia ética y pedagógica del arte, que causa un mero placer, y es ocasión de la entrega al gusto puramente subjetivo; ya que cada uno capta, a su manera, lo dicho por el poeta.

      Diógenes de Seleucia se levanta en contra, y defiende el valor pedagógico de la música, que, por medio del melos y el ritmo, produce estados de ánimo, buenos y malos. Y es que el alma posee doble facultad de percepción, por una parte capta las propiedades sensibles, pero por otra las cualidades –también en el orden sensible– de medida y equilibrio. Y esta facultad más elevada puede ser adiestrada por medio del ejercicio.

      Crates de Malos aplica la doctrina a la literatura, pero partiendo de la necesidad de eliminar cuanto no cuadra en la lógica y moral. Y se constituye una escuela de filólogos, muy famosa, y muy severa, del tipo de Zoilo, uno de sus componentes. Pero personalmente Crates es mucho menos rigorista: la poesía es un arte autónomo, con su prepon interno. Hay algo que hace que la poesía sea poesía, y ello no es la lógica ni la ética. Las descripciones y sentimientos del poeta hay que captarlas sensiblemente; sólo así puede llegarse al contacto del Logos divino, presente en cada poema, por la clarividencia del poeta. El placer poético proviene pues, de la apreciación capacitada de la armonía (forma) verbal, métrica y rítmica, y del sentir los pensamientos del poeta (contenido); y en plano más elevado, el poema es entendido por otra inteligencia, distinta a la pura razón lógica; no se rechaza el logos, sino que descubre significaciones más profundas, ocultas bajo formas alegóricas.

      El alegorismo toma vuelos. El habla es una creación relacionada con la realidad de las cosas nombradas (importancia de la etimología); pero como también hay diferencias, hay que tener en cuenta no sólo la analogía, sino también la anomalía. “La alegoría es un medio para expresar o sugerir, indirectamente y en lenguaje figurado, la esencia de las cosas”. Se funda en la relación de simpatía que une todo.

      Los estoicos cambian el concepto de Aristóteles; para ellos los primeros, y en suma los más importantes poetas, son los teólogos. Sólo después viene la ínfima poesía que se ocupa en el hombre...

      II. MARCO VALERIO MARCIAL

      Día 2 de junio 1967

      Las 3,40. Terminé anteayer el primer examen general de los Hechos, con el estudio singular de los capítulos. Antes de emprender la segunda parte del trabajo, que ha de consistir en el ahondamiento de algunas ideas principales, y debido, sobre todo, a que he dejado las folias correspondientes a los primeros capítulos, inicio la diversión de registrar algunas impresiones concernientes a mis lecturas de clásicos. La Misa no va a celebrarse hasta las 9,45; ello me abre un panorama de casi seis horas, lo que me presta una dicha insólita. He seleccionado discos de Bach, (infortunadamente no poseo más que la obertura nº 2, tan delectable), de Chaikowsky, Dvorack y Beethoven. Me prometo una noche y un ingreso en el día, extremadamente gozoso. No tengo apenas molestias físicas, ni sueño. El domingo salgo para Malagón, y allí me consagraré a la tarea sobre el Espíritu Santo. Esta noche el programa comprende estudios clásicos –al menos escribiré las ideas suscitadas por la lectura de Marcial19– y un avance en la construcción de la doctrina de la contemplación de Raissa Maritain. Adelante joven.

      Desventuradamente sólo tengo la traducción, pues no he conseguido hacerme con el texto latino. He manejado además la obra de Lorenzo Riber, de grata lectura y valiosa para mis objetivos.

      Una primera consecuencia, de considerable gravedad, es la constancia de lo humano. Es decir, para un espíritu cultivado, Marcial no presenta novedad apreciable. Los defectos que él encontraba en Roma son los mismos, en lo psicológico y moral, que podría encontrar un satírico moderno. Los epigramas de Marcial, conforme a la declaración jubilosa del propio escritor, “saben a hombre”; no se refieren a mitologías hechas, ni a sentencias moralizadoras. Él va burlándose, o aludiendo seriamente a ellos, de una serie de defectos de las gentes. Se ocupa en señalar las bagatelas diarias. El deseo de disimular la vejez, el parasitismo, la extranjerización, de la romana que se greciza, el médico que mata a los enfermos, el ruido de la ciudad, el marido cornudo, el recitador pesado, el plagiario, el captador de herencias, el que quiere leer libros sin comprarlos, el nuevo rico, las fealdades o defectos físicos, la liviandad y la lascivia, el afeminamiento de los pisaverdes... la declarada sodomía...

      También encontramos los sentimientos delicados, que Riber anota cuidadoso: sentimientos amorosos, la pena por la temprana muerte de dos niñas, loas a la castidad, al valor, a la preocupación del emperador por el pueblo, a la religiosidad... El sentimiento de la naturaleza.

      En cuanto al estilo, no sé por qué Marcial no está de moda. Las pocas citas originales que he podido leer en Riber, muestran un estilo concentrado, raudo, que debería complacer a los poetas actuales. Aquí cabría un interesantísimo estudio, que muy probablemente quedará nonato y, casi casi, inconcepto, respecto de la significación psicológica de las distintas lenguas. Si cada una tiene su genio, es que cada uno pertenece a un pueblo de diverso pergenio humano. Y precisamente ese cariz lingüistico nos ayudaría a penetrar la catadura moral de las gentes. Existen seguramente libros sobre el tema, pero yo desgraciadamente no los conozco, ni aunque los conociera, podría verosímilmente consagrarme a su estudio, de manera suficiente. Pero la evolución que lleva al hispano a transformar el latín en castellano, catalán, gallego, valenciano, nos enseñaría mucho respecto de la psicología hispana. Y ahora entro en el capítulo de las diferencias. En la galería de los epigramas encontramos que los permanentes defectos humanos se verifican en modos diversos. Hoy no contemplamos la “institución” de los clientes que acuden a las cenas regaladas, o al cotidiano y tempranísimo saludo a sus señores; ni los captadores de herencias son un tipo tan definido... Pocas son las diversidades que encuentro. Puestos en verso castellano, de estilo moderno, la mayor parte con mucho de los epigramas, y aun algunos de los espectáculos –que es quizás donde halle divergencias más notables– podrían dirigirse hoy igualmente, a multitud de personas conocidas. Las adulaciones a los emperadores, no son más descaradas que las incensaciones periodísticas a los ídolos políticos. El comienzo de nuestra postguerra ocasionó carteles laudatorios a Franco, no menos inverecundos, y él los permitió, con la misma carencia de rubor, con que los césares admitían las alabanzas de Marcial.

      Pero, si todo lo expuesto hasta aquí, sirve de robustecimiento a mi tesis de la igualdad de la naturaleza, de la constancia de lo humano, si me ofrece argumento muy seguro –aunque tristemente de muy poco valor práctico, porque mis adversarios ideológicos son incultos, rematadamente incultos e inhumanos y, por tanto, incapaces de leer seguidos dos epigramas de Marcial, que les dicen Roma, en lugar de nombrar cualquier ciudad moderna– para corroborar mi idea de que la distancia en el tiempo no es mayor, sino menor, que la distancia en el espacio; que un romano del siglo I es más próximo que un indio, un japonés y aun quizás un alemán del siglo XX, plantea en cambio una gravísima cuestión. ¿Qué ha producido entonces el cristianismo?

      Tomemos v.gr. las acusaciones de Marcial –o de Juvenal– en asuntos de castidad. Encontramos burlas o censuras respecto del adulterio, la sodomía o la masturbación. Tomemos las obras satíricas, en prosa o verso de Quevedo, o de Baltasar del Alcázar, por referirme a dos autores que he leído recientemente: encontramos burlas o censuras en cuanto al adulterio y la sodomía, de tonos más vivos: es algo que se da por natural, y se estima costumbre admitida. Quevedo la supone vergonzosa en la sociedad y no tan extendida. Me he situado, para la comparación, en un siglo de relativa plenitud cristiana. Si acudo a la literatura actual... a un Gide, premio Nóbel, a un Coccioli, católico, a las conversaciones televisadas de Holanda... He ahí otro fértil tema de estudio: la conciencia de pecado en las diversas épocas, tal como se refleja en la literatura... (Notable por cierto, mi “activismo” en lo intelectual, como el de mi madrina o X. en lo inmediatamente práctico). Me brotan los temas como


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