Diario de Nantes. José Emilio Burucúa

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Diario de Nantes - José Emilio Burucúa


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no existe o, mejor dicho, resulta indiferente si existe o no. Claro que es este un sufismo radical, no el que ha impregnado y hecho tan tolerante el islam teísta del África Occidental.

      En el mismo comedor, Gad Freudenthal me prestó un ejemplar del Libro de la Tradición, Sefer ha-Qabbalah, que el rabí andalusí Abraham ibn Daud escribió en la segunda mitad del siglo XII, traducido al inglés por Gerson Cohen y publicado en 2010 en Filadelfia. Es del capítulo VII, “La sucesión del Rabinato”, de donde Daniel Boyarin extrajo la historia de los sabios que viajaban de Babilonia a Occidente a través del Mediterráneo, capturados por piratas y vendidos sucesivamente en Alejandría, Túnez y Córdoba. Rabí Moisés fue el vendido en Córdoba. La comunidad judía lo rescató y el rey musulmán de la ciudad lo ensalzó debido a su sabiduría. Traduzco del inglés (me parece que ya traduje esto en otra ocasión):

      El comandante [del barco] llegó a Córdoba donde vendió al rabí Moisés junto con el rabí Hanok. Aquel fue redimido por el pueblo de Córdoba, que tenía la impresión de que era un hombre sin educación. Había en Córdoba entonces una sinagoga, llamada la Sinagoga del Colegio, que el juez de nombre rabí Nathan el Piadoso, un hombre de calidad, solía presidir. Sin embargo, el pueblo de España no era demasiado versado en las palabras de nuestros rabíes, de bendita memoria. Pero, con el conocimiento pequeño que esa gente poseía, era factible dirigir una escuela e interpretar [las tradiciones] más o menos [justamente]. Una vez, el rabí Nathan explicaba [la ley que exige] “una inmersión [del dedo] por cada gota”, que se encuentra en el tratado Yoma, pero era incapaz de explicar la cuestión correctamente. Rabí Moisés, sentado hasta entonces en un rincón como un ayudante, se aproximó a Nathan y le dijo: “Rabí, una cosa semejante, ¡terminaría en un exceso de inmersiones!”. Cuando Nathan y sus alumnos oyeron sus palabras, se maravillaron y le pidieron que les explicase la ley, cosa que él hizo muy bien. Luego, cada cual le presentó las dificultades que tenía y él respondió a todas ellas mediante la abundancia de su sabiduría.

      Fuera del Colegio, había unos litigantes, a quienes no se permitía la entrada hasta que los estudiantes hubiesen completado su lección. Ese día, Nathan el Juez salió del Colegio y los litigantes lo siguieron. Pero él les dijo: “Ya no soy más juez. Este hombre, vestido con andrajos y extranjero, es mi maestro, y yo seré su discípulo a partir de ahora. Debéis nombrarlo juez de la comunidad de Córdoba”. Y eso fue lo que hicieron, exactamente.

      La comunidad le asignó un estipendio generoso y lo honró con vestiduras costosas y un carruaje. [En ese punto] el comandante de la nave quiso retractarse de la venta. No obstante, el Rey no le permitió hacerlo, porque estaba encantado de que los judíos bajo su dominio ya no tuviesen necesidad de acudir a la gente de Babilonia.

      La noticia [de todo esto] se propagó por la tierra de España y el Magreb, y los estudiantes acudieron para estudiar con él. Más aún, todas las preguntas dirigidas a las academias fueron dirigidas a él desde aquel momento. Esta historia ocurrió en los días del rabí Sherira, alrededor del año 4750, más o menos.

      Daniel considera que hay, en esas palabras del monarca y en la conclusión de la historia, una señal de la conformidad de los judíos respecto de la diáspora que habían sufrido. De lo cual, mi querido amigo deduce que la visión del exilio no habría estado impregnada de dolor ni sentimiento de castigo hasta bastante más tarde que el siglo XII. En contacto directo con el texto de Ibn Daud, me atrevo a decir que el relato del rabí Moisés trasunta calma y felicidad, es cierto, pero extraer a partir de ello un estado de confianza y casi de alegría general de los judíos medievales de Sefarad ante la diáspora se me antoja un salto demasiado audaz. No obstante, tras leer otros pasajes del Sefer ha-Qabbalah, en el mismo capítulo de la sucesión de los rabinos, debo decir que se trasunta allí una atmósfera de paz y creatividad que poca relación guarda con las angustias y los desasosiegos hipotéticos de los judíos, exiliados de su tierra después de la destrucción del Segundo Templo y los episodios protagonizados por Bar Kochba. Comprobado lo cual, vuelvo mejor pertrechado a la conjetura inicial de Boyarin.

      A eso de las siete de la tarde, me crucé con Mor. Estaba melancólico pero desenvolvía, al mismo tiempo, esa alegría congénita que lleva encima y me transmite felicidad como si fuera un adolescente. Me contó que se había comunicado con su familia en Dakar, su esposa, sus cuatro hijos, sus padres, porque era el fin del décimo día, Ashura, después del Año Nuevo, Muharram. Los musulmanes senegaleses, igual que los shiitas, recuerdan entonces al imam mártir Hussein, hijo de Alí, nieto de Mahoma, muerto por los oméyades en la batalla de Kerbala en el 680. Tras el duelo, comen cuscús, cordero, salsas varias, frutas. Los niños se visten de niñas y estas, viceversa. La tristeza por la muerte del último descendiente directo del Profeta culmina en una fiesta de inversión que restablece el equilibrio roto de la historia.

      * * *

      27 de octubre

      Visito al oftalmólogo. Comienzo la validación de la visa tramitada en Buenos Aires, una Anmeldung a la francesa. Tengo que pagar más de doscientos euros en estampillado. Hago presente a Yann-Maël que, ya en 1675, los campesinos bretones se sublevaron contra Luis XIV, nada menos, porque los oficiales del monarca pretendían agregar a las cargas feudales el pago del papel sellado para contratos o transacciones ordinarios. “Sí”, me contesta el muchacho, “la revuelta de los Bonnets Rouges”. Muy lindo el recuerdo, pero no me salvo del pago en la Préfecture.

      A las seis de la tarde, tuvimos la actividad de los martes: cine o conferencia. Esta vez, fue la segunda, a cargo de la profesora Odile Journet-Diallo sobre “La división sexual en el prisma del rito. Ejemplos del oeste del África”. El comienzo fue algo perturbador, pues partió del principio básico de que las relaciones entre los sexos enmascaran relaciones de jerarquía social y política (bien), para plantear luego el problema de la distinción entre sexo y género (ufa, me dije, ni aquí me salvo de las colegas del Instituto de Estudios de Género). Por suerte, tras haber dado ejemplos muy impresionantes de rituales donde la transexualidad ocupa el centro de la escena (i.e., el travestismo ritual mencionado por Frazer, el casamiento actuado entre mujeres, el casamiento místico), nuestra oradora de la jornada concluyó que aquella distinción es inaplicable a las civilizaciones tradicionales del África Occidental (en los comentarios, Danouta Liberski-Bagnoud recalcaría más tarde que la noción de género se vincula con la elaboración de una subjetividad característica de la modernidad euroatlántica). Odile entiende que, en los lugares que ella estudia (los llamados “Ríos del Sud”, es decir, las decenas de valles fluviales de escasa longitud que bajan de las montañas costeras al océano desde Senegal hasta Sierra Leona), todos los sistemas de división sexual de las actividades sociales se articulan con el papel atribuido a la mujer en los ritos, desde la idealización de sus capacidades maternales hasta la reducción de su ser a mero instrumento despreciable en poder de los hombres. La profesora Journet-Diallo mencionó una ceremonia en Camerún en la que interactúan hombres y mujeres, de la cual podría decirse que superpone los dos extremos: cada grupo blande y celebra los genitales característicos del otro; al final, los hombres insultan y maltratan a las mujeres. Como quiera que sea, cabe realzar que las diferencias sexuales se encuentran en el marco original de las categorías simbólicas y cognitivas de las sociedades bajo análisis. La colega hizo una enumeración muy larga de las formas conocidas de participación femenina en los rituales. Las mujeres ocupan un lugar central en los ritos familiares. En los colectivos, pueden ser las responsables de la circulación de bienes ceremoniales, o bien las que asumen el papel de los hombres a la hora de enfrentar mágicamente calamidades del tipo de una epidemia o una sequía, o bien las agentes dedicadas a convertir los muertos en antepasados del grupo durante las ceremonias funerarias. Por supuesto, mujeres y hombres tienen, las unas y los otros, sus rituales de iniciación a la vida adulta y de reconocimiento de sus poderes respectivos de procreación.

      Pasamos entonces a los ejemplos tomados de las culturas jóola de Senegal y bijago de las costas e islas de Guinea-Bisáu. De los jóola, Odile analizó la importancia del rito asociado al primer parto de una mujer, marcó el énfasis puesto en la peculiaridad femenina del acontecimiento pero destacó, a su vez, el intento de buscar algún equivalente del fenómeno en las prácticas iniciáticas de los hombres. He aquí que la palabra para designar los dolores del parto es exactamente la misma que usan los varones al aludir a los sufrimientos


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