Coma. Federico Betti

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Coma - Federico Betti


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día, y los médicos eran optimistas.

      –El cuerpo se curará por sí solo –era la respuesta que escuchaba el hermano cada vez que pedía información.

      Al día siguiente de la entrevista con el enfermero Mario Mazza consiguió hablar con el anestesista que había inducido el coma farmacológico a su hermano.

      – ¿Podría explicarme mejor de qué se trata? –preguntó.

      –Sé ya que le han dicho, en líneas generales, lo que hemos hecho –dijo el doctor Parri. –Su hermano ha llegado aquí con un traumatismo craneal nada desdeñable. El equipo médico de urgencias, después de haber hecho las pruebas pertinentes, ha creído que la única manera de curar este trauma era el coma farmacológico. Hemos suministrado a su hermano unos sedantes para inducirle el estado comatoso, considerando que, de esta manera, su cuerpo podría concentrarse sólo sobre la parte lesionada, la que realmente necesita curarse. Estamos monitorizando todas las mejorías de su hermano, día a día, y le garantizo que son evidentes. Cuando veamos que el traumatismo craneal se ha curado completamente, entonces despertaremos a su hermano: terminará con la ingesta de los sedantes y probablemente le suministraremos algunas medicinas estimulantes para ayudar a su despertar.

      –He comprendido –dijo Mario Mazza después de escuchar la explicación del médico – ¿Y qué probabilidades hay de que se cure completamente?

      –Yo diría que al cien por cien –replicó de manera optimista el médico.

      – ¿Y de qué se despierte del coma? –dijo Mario.

      –Total. Personalmente no he observado nunca problemas para despertar después de un coma farmacológico inducido. Sabemos cuáles son las dosis que debe ingerir el paciente. No se preocupe por esto –concluyó el doctor.

      –De acuerdo –murmuró Mario suspirando.

      –Ahora tengo que ir a comer, me espera una tarde bastante dura.

      –Muchas gracias, doctor.

      –No se merecen –dijo el médico antes de despedirse e irse hacia su estudio.

      Mario Mazza se había tranquilizado después de haber escuchado las palabras del doctor Parri: eran positivas, optimistas y esperanzadoras.

      Todavía no había terminado el horario permitido para las visitas a los pacientes, por lo que decidió permanecer un poco más para ver a su hermano.

      Mientras salía del hospital sintió el corazón más ligero: era optimista porque sabía que Luigi sanaría. Dos semanas, más o menos, haciendo lo que decían los médicos. Habían pasado casi seis días, así que no faltaba mucho.

      Se fue a casa, con el frío que lo oprimía y un viento gélido que lo envolvía, preparó algo de comer y se quedó dormido delante del televisor mientras se transmitía una película de vaqueros en la televisión.

       4

      Estoy conduciendo, pero no sé hacia dónde. Y no sé dónde me encuentro. Me doy cuenta sólo de que no hay nadie conmigo. Estoy en un coche, por lo menos eso parece, pero no hay asientos para los pasajeros. Alrededor todo es oscuridad, de un negro uniforme. La oscuridad me produce inseguridad, porque no sé qué esperar. Mientras tanto estoy aquí, sentado ante el volante. Parece que estoy parado, como en uno de esos drive-in americanos donde miras una película mientras estás sentado en el coche, pero en este caso no parece que se proyecte ninguna película. Alrededor de mí sólo veo una oscuridad sombría y uniforme.

      ¿Dónde estoy? Nunca he estado en América, por lo tanto no estoy en un drive-in. ¿Y entonces dónde?

      No lo entiendo. Con la mano izquierda toco lo negro, pero es algo inconsistente, como la oscuridad de la noche. Esto, sin embargo, es algo distinto, porque de noche hay algunas luces encendidas, pero no aquí, donde me encuentro ahora. ¿Y entonces, dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? Vuelvo a poner la mano izquierda en el volante, la única cosa verdadera. Sé que hay un volante delante de mí, pero no sé nada más. Si tuviese la oportunidad de preguntar a alguien sería todo más fácil: pero no hay nadie conmigo, ni siquiera cerca. Estoy solo. Tarde o temprano sucederá algo, algo cambiará, eso espero, pero por ahora todo parece inmóvil. Parece que estoy en una habitación oscura, encerrado por algún motivo en espera de juicio: como si debiese esperar a que un juez emita su sentencia por algo que he cometido, pero estoy seguro que no he hecho nada ilegal; no he cometido ningún crimen, no he cometido un atraco, no he matado a nadie. Al menos por lo que yo sé, suponiendo que no haya sufrido de amnesia, algo que me haya hecho perder completamente la memoria, por lo que, realmente, me encuentro en una habitación oscura sin hacer nada hasta que llegue alguien, quizás un policía, para llevarme a mi destino.

      No, no puede ser. Si realmente fuese así, ¿cómo se explicaría la presencia del volante?

      No sé dónde me encuentro. Si alguien me pudiese ayudar a comprender....

      Ahora me duele incluso la cabeza, un dolor que comienza en la parte izquierda de la cabeza y, poco a poco, se expande hasta el lado derecho.

      No es un dolor muy fuerte pero es continuo, constante. Lo siento latir en la cabeza, se mueve de una parte a otra, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y, en algunos momentos, me duele por todas partes. No me estalla la cabeza, pero me duele. Quizás necesitaría un analgésico para calmar el dolor, o quizás debo esperar que se vaya solo, así como ha venido. Creo que la única opción que tengo sea la segunda, ya que no hay nadie aquí, nadie a quien preguntar dónde me encuentro ni porqué, nadie que pueda ayudarme de ninguna manera, ni dándome un simple analgésico para el dolor de cabeza, ni haciéndome comprender algo sobre lo que me está ocurriendo. Permanezco aquí, solo delante de un volante, en la oscuridad, a merced de los acontecimientos.

       5

      Las pruebas efectuadas el séptimo día mostraban una mejoría muy notable: Luigi Mazza estaba respondiendo bien a los tratamientos y la curación procedía a pasos agigantados.

      Tenía treinta y cinco años y su cuerpo, todavía joven, conseguía subsanar, en cierto modo, el traumatismo craneal que le había causado el accidente de tráfico, en la carretera de circunvalación de la capital emiliana.

      A pesar de que el hombre permanecía inmóvil en la misma posición, sin darse cuenta de los momentos en que, periódicamente, le suministraban los sedantes para mantener el estado de coma farmacológico, ni percatándose de las eventuales visitas, algo estaba cambiando a mejor dentro de él.

      Los médicos estaban satisfechos y no dudaban en informar de ello al hermano del paciente.

      –Muchas gracias por todo lo que estáis haciendo por él, de verdad. Si supiese quién ha sido el culpable de todo esto, juro que le cantaría las cuarenta. No se puede reducir a una persona a este estado, ¡entre la vida y la muerte! –repetía Mario Mazza mientras hablaba con el equipo médico.

      –No morirá, eso seguro –le confirmó el director del hospital Maggiore, –está curándose, aunque necesitará tiempo.

      No faltaba un día en el que Mario no fuese a visitar al hermano. Tenía sesenta años, veinticinco más, y se había quedado viudo cuando, diez años antes, su mujer había muerto prematuramente debido a una leucemia fulminante. De esta forma se habían encontrado solos los dos, uno por elección y el otro por imposición, y su relación se había hecho cada vez más fuerte.

      Si bien no habían pensado jamás intentar vivir juntos, se veían habitualmente todos los días. Sólo en algunos casos de fuerza mayor podía ocurrir que una semana no se encontrasen durante siete días seguidos.

      A menudo cenaban juntos y, cuando los dos estaban de acuerdo, se permitían una cena en un restaurante, optando entre las distintas posibilidades que ofrecía la ciudad de Bologna y su provincia.

      Ambos eran apasionados de la cocina étnica, que alternaban con la tradicional y la pizza, a menudo para probar sabores y tradiciones distintas: desde el más popular restaurante chino al indio o al griego, pasando por los restaurantes menos frecuentados


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