Coma. Federico Betti

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Coma - Federico Betti


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no resolveré nada, no saldré jamás de aquí.

      Permanezco durante unos minutos en compañía de esta figura inconsistente, que luego se va enseguida; intento seguirla con la mirada para ver a dónde va, pero ya no la veo, es como si se hubiese desmaterializado en un momento.

      Quizás todo está en mi cabeza, es fruto de mi fantasía, nada es real y auténtico.

      Sin embargo, si es así, la mente gasta bromas pesadas. Y entonces: ¿realidad o ficción? ¿Sueño o estoy despierto?

      Intento dejar de pensar: quizás me ayudará a calmarme y a recobrar la razón.

      Cierro los ojos y espero.

       13

      Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

      –Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

      Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

      La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

      Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

      Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

      Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

      Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

      La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.

       14

      Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

      Estoy en un extraño coche, con el volante delante de mí, sin asientos para los pasajeros, y a mi alrededor el vacío y la oscuridad.

      No logro comprender dónde me encuentro.

      Me duele mucho la cabeza, me laten las sienes y me genera un fuerte dolor, que crece con cada minuto que pasa.

      No estoy solo: veo una sombra que se acerca a mí, por lo que me armo de valor y le pregunto de todo, acribillándole a preguntas.

      Cuando llega a mi lado la sombra aparece como algo... no sé cómo definirlo... justo, parece un halo. No tiene rostro, ni percibo su contorno bien definido, como si fuese una figura estilizada protagonista de un tebeo en blanco y negro.

      ¿Quién eres?, le pregunto, pero esta figura no responde. Estoy convencido, ni siquiera tiene una boca para hacerlo.

      La figura humana estás girada hacia mí, como para mirarme, pero no puede verme ya que no tiene ojos.

      Parece un figurante de una película de terror, donde yo soy el protagonista principal. Me doy cuenta, sin embargo, de que no tengo miedo, sino de sentirme en una situación incómoda: estoy confinado en este coche, sin posibilidad de salir y, aunque quisiese, quizás no conseguiría ir a ningún sitio.

      Quizás el único modo para salir de este callejón sin salida, o por lo menos lo más sensato, sería matarme: estoy aquí desde hace ya un tiempo, ni siquiera sé desde cuándo, y todavía no tengo todavía indicios suficientes que me permitan aclarar las ideas. Esto me hace correr un enorme riesgo: el riesgo de volverme loco.

      Siempre he sido una persona calmada y tranquila, pero que puede perder la razón si le falta la certidumbre, los puntos de referencia.

      Vago en la oscuridad y no solamente en sentido figurado.

      Todavía está ahí la sombra, parada, a mi lado. Mueve un brazo, o lo que sea, como para hacerme una señal. ¿Quién eres? ¿Hay alguien ahí dentro?, parece preguntar: yo hago el mismo gesto, pero es como si ninguno de los dos viese al otro. Sigo sin comprender nada.

      Muevo un brazo para intentar tocar, acariciar, la sombra. No consigo hacer nada de lo que quisiera, es como si fuese inalcanzable.

      No hay nada que hacer, quizás todavía no ha llegado el momento para ciertos movimientos.

      Así que, ¿qué debo hacer? ¿Esperar todavía? ¿Quién decidirá cuándo cambiarán las cosas?

      La sombra se retrae, regresa por donde ha venido, y yo me quedo quieto, sentado y sin ninguna posibilidad de saber qué está sucediendo realmente, por lo que decido cerrar los ojos: por lo menos de esta forma quizás consiga reposar la mente.

       15

      Cuando Luigi Mazza se despertó abrió sus ojos muy lentamente para habituarse de nuevo a la luz.

      Para inducir el despertar los médicos le habían suministrado una dosis de sustancias excitantes que se reveló perfecta.

      –Buenos días, señor Mazza, –le dijo uno de los enfermeros – ¿se encuentra bien?

      Luigi se tomó un poco de tiempo antes de responder:

      –Tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Puede darme un analgésico?

      –No se preocupe. Por el momento sólo debe reposar.

      El hombre se quedó mirando el techo blanquísimo y no dijo nada, casi como esperando las palabras de su interlocutor:

      –Usted hoy no deberá moverse de aquí, por lo menos hasta esta noche. Si quiere, podrá dar un pequeño paseo por la tarde, antes de dormir.

      –No tengo sueño, sólo me duele la cabeza.

      –Le entiendo.

      – ¿Dónde están los otros?, –preguntó.

      –Su hermano no ha llegado todavía hoy; no sé nada de otras personas que hayan pasado por aquí a visitarle estos días, –explicó el enfermero.

      –Mmm... Ni siquiera yo los conozco, o eso creo, –fue la respuesta de Luigi Mazza –yo sólo sé que ha había alguien más, porque lo he visto.

      – ¿Está seguro? No me consta que hayan pasado otras personas, pero puede que me equivoque.

      Se hizo un momento de silencio que hizo resaltar la expresión perpleja del hombre mientras miraba al enfermero, que concluyó diciendo:

      –Entre tanto, repose, lo necesita. Debe estar bastante débil.

      Luigi Mazza continuó mirando al hombre de bata blanca sin decir nada, incluso cuando se despidió de él saliendo de la habitación.

       ¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde están los otros?

       16

      Aquella tarde Mario Mazza llegó al hospital Maggiore para estar con su hermano y estuvieron charlando juntos hasta la noche y, entre otras cosas, Luigi escuchó decir a su hermano:

      – ¿Recuerdas algo del accidente?

      La


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