Coma. Federico Betti
Читать онлайн книгу.–Ahora debo dejarle –dijo el enfermero –debo hacer unas cuantas cosas.
–Por favor, le dejo ir. Gracias por la compañía.
Mario Mazza se fue a la habitación de su hermano y se paró en el pasillo puesto que sabía que no podría entrar.
Estaba muy contento porque las condiciones de su hermano estaban mejorando cada día, le bastaba por el momento; una vez que estuviese completamente curado, tendría la posibilidad de estar junto a él y recuperar el tiempo perdido.
Todavía una semana y todo volvería a ser como antes. O casi.
Se quedó hasta el final del horario de visita, luego salió y se fue a casa: había pasado otro día.
8
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Me encuentro aquí solo, en medio de la oscuridad homogénea de esta habitación, con un volante delante de mí, mi única certeza. Sólo veo eso: el volante.
No entiendo qué ha ocurrido con el resto del coche. Porque estoy dentro de un automóvil, ¿verdad?
¡Eh, chicos! Sé que estáis en algún lugar. ¿Estoy en un coche? ¿Alguien me lo puede confirmar?
No me responde nadie. ¿Dónde están todos?
Se esconden, esa es la verdad. No desean ser vistos. Me están gastando una broma, esto lo he comprendido. Una broma de mal gusto.
Acaricio la oscuridad con una mano pero sin sentir nada al tacto; no siento movimientos de aire, no siento calor, no siento frío...
Sigo sin comprender dónde me encuentro, sin embargo estoy convencido de que me han dejado solo. Quien me ha traído aquí, se ha largado, o se ha escondido por algún sitio en los alrededores.
Venga, dejaos ver. Se que estáis ahí.
Nada, no obtengo ninguna respuesta.
¿Qué lugar es este? ¿Un sótano? No parece que sea un pasillo. Más bien parece un local cerrado, una habitación. Por lo menos es mi impresión, es lo que puedo intuir por los elementos que tengo a disposición. Si tuviese un poco más de información, quizás podría tener una mayor seguridad sobre mi situación. No se ni siquiera si corro algún peligro, no sé qué puedo esperar de un futuro próximo. En definitiva continúo sin saber nada que pueda ser útil para comprender.
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que he llegado aquí?
Me doy cuenta de que ninguna de las preguntas que he hecho hasta ahora ha obtenido respuesta: esto no me gusta, soy una persona que siempre ha basado sobre la certeza cada momento de su vida y perderla podría, a largo plazo, irritarme.
¿Es posible que no haya nadie a quien pedir ayuda? Una ayuda cualquiera...
Incluso me duele la cabeza, por lo que un analgésico no me vendría mal, pero no sé a quién pedirlo. ¿Hay alguien?, grito, pero por respuesta sólo obtengo el silencio.
¡Necesito algo que me quite este dolor de cabeza! Por favor, si hay alguien escondido ahí detrás, ¡estaría bien que saliese al descubierto!
No veo nada, el local parece vacío, aparte del auto en el que estoy.
Ya he visto esta escena en algún sitio: yo solo en este vehículo.
La oscuridad reina alrededor, ¿dónde están todos?
Existirá alguien más, aparte de mí, en este Mundo, ¿no?
¡Dios mío! En mi cabeza se está abriendo camino un pensamiento bastante preocupante, por lo menos para mí: ¿y si por casualidad me encontrase en otro Mundo? ¿Un Mundo paralelo a aquel donde habitualmente se encuentran los humanos? ¿He sido raptado por alienígenas?
Espero obtener alguna respuesta a todos estos interrogantes que están naciendo dentro de mí. Y espero conseguirlas enseguida, de lo contrario me arriesgo a enloquecer.
Si hay un alma buena en algún sitio que sepa algo con respecto a las pocas cosas que sé yo, le agradecería que se mostrase y me explicase un poco la situación.
No se ve a nadie. Nadie sale para dejarse ver, aquí todos son unos cobardes, gallinas, porque saben que se han equivocado y porque saben que les podría dar unos puñetazos por lo que me están haciendo. ¡Haceos ver, tened el valor de mostraros!
Nada ha cambiado. Nadie responde.
Sólo me queda esperar, pero espero que pronto alguien me explique qué está sucediendo aquí, porque dentro de poco perderé la paciencia, y cuando pierdo la paciencia.... ¡sálvese quien pueda!
9
De vez en cuando, volviendo a pensar en lo que había pasado junto a su hermano menor y viendo sus condiciones actuales de salud, a Mario Mazza le entraban ganas de llorar.
Lo había cuidado cuando era un niño y siempre estuvo a su lado en los años siguientes; habían pasado juntos muchos momentos felices.
Sus personalidades eran parecidas, otro motivo para estar de acuerdo, y se sentían realmente bien cuando estaban juntos.
Le vino a la mente la imagen de Luigi sonriente, bromista, y se acordó sólo de pocos momentos de tristeza, ya que su hermano, como él, era optimista y positivo por naturaleza.
A pesar de la discreta diferencia de edad y la pertenencia, de hecho, a dos generaciones sucesivas distintas, Luigi y Mario hacían una buena pareja: se complementaban y entre ellos había un entendimiento indescriptible.
Eran como uña y carne: uno se consideraba la mitad perfecta del otro, al menos desde cierto punto de vista, y esta situación se había reforzado cada vez más con el pasar de los años, sobre todo después de que Mario quedase viudo.
Luigi se sentía en deuda con él por todo lo que el hermano mayor había hecho por él:
–Ciertas cosas no se olvidan –le había dicho el día en que había muerto su mujer –siempre estaré a tu lado, cada vez más.
Y Luigi había mantenido su promesa.
No pasaba un día sin que se viesen o, en el peor de los casos, no hablasen por teléfono; conocían sus recíprocas obligaciones, cuando tenían necesidad, se consultaban y se daban consejos.
Ahora ya, desde hacía años, ambos estaban solteros y, aunque habían decidido de común acuerdo vivir en pisos distintos, se sentían de todas formas juntos, uno al lado de otro.
A veces tenían la impresión de que, con el paso del tiempo, se había creado entre ellos una especie de telepatía, y que se había desarrollado poco a poco. Se entendían enseguida, era como si se transmitiesen sus pensamientos con una mirada y a menudo no tenían ni necesidad de hablar para decidir ciertas cosas.
No habría pensado jamás que todo esto pudiese romperse en unos pocos segundos, pensó Mario mientras se encontraba delante del cuerpo de su hermano, extendido inmóvil en estado de coma.
Las condiciones de Luigi seguían mejorando día a día y esto al menos era una buena noticia, pero verlo siempre allí, en la misma posición, le hacía sentirse incómodo: le creaba un nudo en la garganta que difícilmente se desharía antes de que despertase.
Todos los días discurrían de la misma manera desde el accidente: todos eran iguales como fotocopias.
E incluso aquel día llegó la noche sin que Mario Mazza se diese cuenta, tan absorto estaba en sus pensamientos. Cuando fue despertado por la voz de un empleado que lo invitaba a dejar el hospital porque había terminado el horario de visita a los pacientes, el hombre se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y, con el abrigo bien cerrado, se preparó a afrontar la intemperie: afuera había comenzado a nevar.
10
Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy aquí solo, ya desde hace unos días, con una migraña que me late en las sienes con una intensidad variable