Franz Kafka: Obras completas. Franz Kafka

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antes de que aparezcan los testigos inundándolo todo!»

      Pero en ese preciso instante el capitán interrumpió a Schubal con un ademán, ante lo cual éste se puso inmediatamente a un lado —pues su asunto parecía postergado por unos momentos—, y comenzó en voz baja una conversación con el ordenanza que pronto se le había adherido, y en esta conversación no faltaron las miradas de reojo dirigidas al fogonero y a Karl, ni tampoco ademanes que expresaban sus firmes convicciones sobre el asunto.

      Schubal parecía ejercitarse de esta manera para su próximo discurso.

      —¿No quería usted preguntar algo a este joven, señor Jakob? —dijo el capitán en medio de un silencio general al señor del bastoncillo de bambú.

      —Ciertamente —dijo el nombrado agradeciendo la gentileza con una leve reverencia y luego preguntó otra vez a Karl—: ¿Cómo se llama usted?

      Karl, creyendo que en interés de la gran causa principal convenía despachar pronto ese punto con el que, obstinado, le preguntaba, respondió brevemente, sin presentarse, como era su costumbre, mostrando el pasaporte que antes había tenido que buscar:

      —Karl Rossmann.

      —¡Cómo! —dijo el que había sido llamado Jakob y retrocedió con una sonrisa casi incrédula.

      Asimismo el capitán, el cajero mayor, el oficial de la marina, hasta el propio ordenanza, todos demostraron a las claras su desmesurado asombro, causado por el apellido de Karl. Permanecían indiferentes solamente los señores de la autoridad portuaria y Schubal.

      —¡Cómo! —repitió Jakob acercándose a Karl con paso un tanto rígido—, si es así, yo soy tu tío Jakob y tú eres mi querido sobrino. ¡Ya lo presentía yo durante todo este tiempo! —dijo dirigiéndose al capitán antes de abrazar y de besar a Karl, quien lo dejaba hacer calladamente.

      —¿Cómo se llama usted? —preguntó Karl con mucha cortesía por cierto, pero sin la menor emoción, cuando sintió que el otro lo había soltado; y se esforzó por prever las consecuencias que este nuevo suceso acarrearía al fogonero. Por el momento nada indicaba que Schubal pudiera sacar provecho del asunto.

      —Dése usted cuenta, joven, dése cuenta de su suerte —dijo el capitán creyendo que la pregunta de Karl había herido en su dignidad a la persona de Jakob; éste se había acercado a la ventana, evidentemente con el fin de no verse obligado a mostrar ante los demás su rostro emocionado, al que estaba dando ligeros toques con un pañuelo—. Es el senador Edward Jakob quien se le ha dado a conocer como tío suyo. Y ahora le espera sin duda, al contrario de todas sus esperanzas anteriores, una carrera brillante. Trate usted de comprender esto lo mejor que pueda en este primer instante, y ¡cálmese!

      —Es cierto que tengo en América un tío Jakob —dijo Karl dirigiéndose al capitán—, pero si he oído bien Jakob es sólo el apellido del señor senador.

      —Así es —dijo el capitán, lleno de expectación.

      —Bien, mi tío Jakob, que es hermano de mi madre se llama, en cambio Jakob por su nombre de pila mientras que su apellido debería ser, naturalmente, igual al de mi madre, cuyo apellido de soltera es Bendelmayer.

      —Señores —exclamó el senador regresando ya más sereno de su lugar junto a la ventana, donde se había calmado, y refiriéndose a la declaración de Karl. Todos, excepto los empleados portuarios, prorrumpieron en carcajadas, algunos como si estuviesen conmovidos, otros con un aspecto impenetrable.

      «Pero lo que yo acabo de decir no fue, de ninguna manera, tan ridículo», pensó Karl.

      —Señores —repitió el senador—, en contra de mi voluntad y sin que lo hayan querido ustedes, asisten a una pequeña escena familiar, y por lo tanto no puedo menos que darles una explicación, ya que sólo el señor capitán está plenamente enterado (esta mención originó una reverencia mutua), según creo.

      «Ahora es cuando debo prestar atención a cada palabra», díjose Karl, y se alegró, al notarlo con una mirada de soslayo, que la vida comenzaba a animar de nuevo la figura del fogonero.

      —En todos estos largos años de mi permanencia en América (claro está que el término permanencia no le cuadra muy bien en este caso al ciudadano norteamericano que soy con toda el alma), en todos estos largos años he vivido totalmente alejado de mis parientes europeos, por motivos que en primer lugar no vienen al caso, y que en segundo lugar me resultaría realmente penosísimo referir. Hasta temo el instante en el cual, quizá, me vea obligado a contárselos a mi querido sobrino; pues en tal oportunidad, lamentablemente, no podrá evitarse una palabra franca acerca de sus padres y de su respectiva parentela.

      «Es mi tío, no cabe duda (se dijo Karl escuchando con atención), probablemente ha cambiado de apellido.»

      —Mi querido sobrino ha sido (pronunciemos sin temor la palabra que define realmente este asunto), ha sido eliminado por sus padres, tal como se echa por la puerta a un gato molesto. De ninguna manera quiero yo cohonestar lo que mi sobrino ha hecho para ser así castigado, pero su falta es tal, que el sólo nombrarlo ya contiene excusa suficiente.

      «Esto no está nada mal —pensó Karl—, pero no quisiera que lo contase todo. Por otra parte, ni puede saberlo. ¿Cómo habría de saberlo?»

      —Es el caso —continuó el tío apoyándose con ligeras inclinaciones de vaivén sobre el bastoncillo de bambú que usaba como una estaca delante de sí, con lo cual lograba realmente quitar al asunto toda innecesaria solemnidad que de otra manera, indefectiblemente, hubiese tenido—; es el caso que fue seducido por una sirvienta, Johanna Brummer, mujer de unos treinta y cinco años. Con el término «seducido», no quiero mortificar a mi sobrino, de ninguna manera; pero es difícil hallar otra palabra igualmente adecuada.

      Karl, quien ya se había aproximado bastante a su tío, se volvió a fin de apreciar en los rostros de los presentes la impresión que les causaba ese relato. Ninguno se reía, todos escuchaban con paciencia y seriedad. Al fin y al cabo nadie se ríe en la primera oportunidad que se presenta del sobrino de un senador. Más bien hubiera podido decirse, en cambio, que el fogonero estaba sonriéndole a Karl, aunque muy levemente; lo que en primer lugar resultaba grato, sin embargo, como nueva señal de vida en aquél, y por otra parte era bien disculpable, ya que Karl había querido hacer un secreto extraordinario de ese asunto que se tornaba ya tan notorio.

      —Ahora bien, esta Brummer —prosiguió el tío— tuvo un hijo de mi sobrino, un niño sano y fuerte que en el bautismo recibió el nombre de Jakob, sin duda en recuerdo de mi poco importante persona que aun a través de las menciones, seguramente harto accidentales de mi sobrino, debe de haber hecho gran impresión en la muchacha. Por suerte, digo yo. Los padres, con el fin de evitar la prestación de alimentos o algún otro escándalo que pudiera llegar a tocarles de cerca —debo destacar que no conozco ni las leyes allí vigentes ni las demás condiciones de los padres—; digo, pues, que para evitar la prestación de alimentos y el escándalo, despacharon a su hijo, mi querido sobrino, a América, equipado en forma irresponsablemente insuficiente como bien puede apreciarse. El muchacho, abandonado a sus propios medios, sin que mediaran las señales y milagros que aún sobreviven en América, seguramente hubiera sucumbido en seguida en alguna calleja del puerto de Nueva York si aquella sirvienta no me hubiera comunicado en una carta, que luego de una larga odisea llegó anteayer a mi poder, toda esta historia, incluso señas personales de mi sobrino; me indicaba también, sensatamente, el nombre del barco. Si fuese mi intención divertir a ustedes señores míos, bien podría leerles aquí mismo algunos pasajes —extrajo de su bolsillo dos enormes pliegos de carta, tupidamente cubiertos de escritura— de esta carta. Esto seguramente surtiría efecto, pues está redactada con cierta astucia un tanto simple, aunque siempre bien intencionada, y con mucho amor hacia el padre de su hijo. Mas ni quiero divertir a ustedes más de lo que es necesario para la presente aclaración ni zaherir quizá, ya en esta recepción, sentimientos de mi sobrino, que posiblemente aún subsistan. Él, si quiere, podrá leer en el silencio de su cuarto, que ya lo está aguardando, esta carta para tomar consejo.

      Karl, sin embargo, no abrigaba afecto hacia aquella muchacha. En


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