Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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avergonzado embarazo del sujeto y la indiferencia de los demás constituyen una de aquellas contradicciones tan frecuentes en el fenómeno onírico. A la sensación del sujeto correspondería, lógicamente, que los demás personajes le contemplasen con asombro, se burlaran de él o se indignasen a su vista. Esta desagradable actitud de los espectadores ha quedado, a mi juicio, suprimida por la realización de deseos, mientras que la no menos desagradable sensación de vergüenza ha logrado perdurar, mantenida por un poder cualquiera, resultando así la falta de armonía que observamos entre las dos partes de este sueño. La forma en que el mismo ha sido utilizado como base de una fábula nos proporciona un interesante testimonio de que no se ha llegado a interpretar acertadamente su significado, a través de su expresión deformada en parte por la censura. La fábula a que me refiero nos es a todos conocida por la versión de Andersen y más recientemente ha sido poetizada por L. Fulda en su Talismán. En el cuento de Andersen se nos refiere que dos falsarios ofrecen al rey un traje cuya singularísima condición es la de ser visible únicamente para los hombres buenos y honrados. El rey sale a la calle vestido con este invisible traje -o sea desnudo-; pero no queriendo pasar nadie por hombre perverso y ruin fingen todos no advertir su desnudez.

      Esta última es, punto por punto, la situación de nuestro sueño. No hace falta aventurarse mucho para suponer que del incomprensible contenido del sueño ha partido un impulso a inventar un disfraz mediante el cual adquiera un sentido la situación expuesta ante la memoria, quedando entonces despojada esta situación de su significación primitiva y haciéndose susceptible de ser utilizada para fines distintos. Ya veremos más adelante que esta equivocada interpretación del contenido onírico por la actividad intelectual consciente de un segundo sistema es algo muy frecuente y debe ser considerado como un factor de la conformación definitiva de los sueños. Asimismo, habremos de ver que en la formación de representaciones obsesivas y de fobias desempeñan principal papel análogas interpretaciones erróneas, dentro siempre de la misma personalidad psíquica. Con respecto a estos sueños de desnudez, podemos indicar también de dónde es tomado el material necesario para dicha transformación de su significado. El falsario es el sueño; el rey, el sujeto mismo, y la tendencia moralizadora revela un oscuro conocimiento de que en el contenido latente se trata de deseos ilícitos sacrificados a la represión. Los contextos en que tales sueños aparecen incluidos en mi análisis de sujetos neuróticos demuestran, sin lugar a duda alguna, que se hallan basados en un recuerdo de nuestra más temprana infancia. Sólo en esta edad hubo una época en la que fuimos vistos desnudos, tanto por nuestros familiares como por personas extrañas -visitantes, criadas, etc.-, sin que ello nos causara vergüenza ninguna. Asimismo, puede observarse que la propia desnudez actúa sobre muchos niños, aun en períodos ya algo avanzados de la infancia, como excitante. En lugar de avergonzarse, ríen a carcajadas, corren por la habitación y se dan palmadas sobre el cuerpo hasta que su madre o la persona a cuya guarda están encomendados les afea su proceder, tachándolos de desvergonzados. Los niños muestran con frecuencia veleidad exhibicionista. Rara es la aldea en que el viajero no encuentra a algún niño de dos o tres años que levanta a su paso -y como en honor suyo- los faldones de su camiseta. Uno de mis pacientes conservaba en su memoria consciente el recuerdo de una escena en que, teniendo ocho años, había intentado entrar en camisa, a la hora de acostarse, en la alcoba de su hermanita, capricho que le fue negado por la criada que de él cuidaba. En la historia infantil de los neuróticos desempeña la desnudez de niños de sexo opuesto al del sujeto un importantísimo papel. La manía de los paranoicos de creerse observados cuando se visten o se desnudan debe ser enlazada a estos sucesos infantiles. Entre los perversos existe un grupo -el de los exhibicionistas- en el que el indicado impulso infantil ha pasado a la categoría de obsesión.

      Cuando, en la edad adulta, volvemos la vista atrás se nos aparece esta época infantil en la que nada nos avergonzaba como un Paraíso, y en realidad el Paraíso no es otra cosa que la fantasía colectiva de la niñez individual. Por esta razón se hace vivir en él, desnudos, a sus moradores, sin avergonzarse uno ante el otro, hasta que llega un momento en que despiertan la vergüenza y la angustia, sucede la expulsión y comienza la vida sexual y la labor de civilización. A este paraíso puede el sueño retrotraernos todas las noches. Ya indicamos antes nuestra sospecha de que las impresiones de la primera infancia (del período prehistórico, que alcanza hasta el final del cuarto año) demandan de por sí y quizá sin que en ello influya para nada su contenido, una reproducción, siendo, por tanto, su repetición una realización de deseos. Así, pues, los sueños de desnudez son sueños exhibicionistas.

      El nódulo del sueño exhibicionista queda constituido por la propia figura del sujeto -no en su edad infantil, sino en la actual- y por el desorden o parvedad de su vestido, detalle este último que, a causa de la superposición de recuerdos posteriores o de imposiciones de la censura, queda siempre indeterminada. A este nódulo se agregan las personas ante las cuales nos avergonzamos. No conozco caso ninguno de que entre estas personas retornen las que realmente presenciaron las pretéritas exhibiciones infantiles del sujeto. El sueño no es, en efecto, casi nunca un simple recuerdo. En todas las reproducciones que el sueño, la histeria y la neurosis obsesiva nos presentan quedan siempre omitidas aquellas personas a las que hicimos objeto de nuestro interés sexual en nuestra infancia. Unicamente la paranoia hace retornar a los espectadores e impone al sujeto la más fanática convicción de su presencia, aunque los deja permanecer invisibles. Aquello con que el sueño los sustituye -«mucha gente desconocida» que no presta atención al espectáculo que se le ofrece-constituye la transformación, en su contrario, del deseo del sujeto, orientado hacia la persona, familiar y única, a la que siendo niño dedicó su desnudez, en sus exhibiciones infantiles. Esta «gente desconocida» aparece también en muchos otros sueños e intercala en los más diversos contextos, significando entonces «secreto», siempre como transformación, en su contrario, de un deseo. El retorno de la situación primitiva, que, como antes indicamos, se verifica en la paranoia, queda adaptado asimismo a esta contradicción. El sujeto tiene en ella la convicción de ser observado, pero los que así le observan son «gente desconocida, singularmente indeterminada».

      La represión actúa también en estos sueños exhibicionistas. La penosa sensación que durante ellos experimentamos no es sino la reacción del segundo sistema contra el hecho de haber logrado, a pesar de todo, una representación el contenido, por él rechazado, de la escena exhibicionista. Esta no debía haber sido reproducida, para evitar la sensación desagradable.

      Más adelante volveremos a ocuparnos de la sensación de hallarnos paralizados, la cual sirve admirablemente en el sueño para expresar el conflicto de la voluntad, el no. La intención consciente demanda que la exhibición prosiga y la censura exige que se interrumpa.

      Las relaciones de nuestros sueños típicos con las fábulas y otros temas de creación poética no son ciertamente escasas ni casuales. La penetrante mirada de un escritor ha observado en una ocasión analíticamente el proceso de transformación de que el poeta es, en general, instrumento y ha sido perseguir el desarrollo de dicho proceso remontando su curso, o sea referir a un sueño la obra poética. Aludo con esto a Gottfried Keller, en cuya obra Enrique el Verde me ha señalado un amigo mío el siguiente pasaje: «No le deseo a usted, mi querido Lee, que compruebe por propia experiencia cuál fue la sensación de Ulises al surgir desnudo y cubierto de barro ante Nausicaa y sus compañeras. ¿Que cómo es posible tal comprobación? Helo aquí. Cuando lejos de nuestra patria y de todo lo que nos es querido vagamos por tierras extrañas, vemos y vivimos todo género de cosas, sufrimos y meditamos o nos hallamos quizá miserables y abandonados, soñamos indefectiblemente alguna noche que nos acercamos a nuestros lejanos lares. Los anhelados paisajes patrios aparecen ante nosotros encuentro. Pero entonces nos damos cuenta de que llegamos destrozados, desnudos y cubiertos de polvo. Vergüenza y angustia infinitas se apoderan de nosotros. Intentamos cubrir nuestras desnudeces u ocultarnos, y acabamos por despertar bañados en sudor. Mientras existan seres humanos será éste el sueño del desgraciado al que el Destino hace vagar lejos de su patria. Vemos, pues, que la situación de Ulises ante Nausicaa ha sido tomada por Homero de la más profunda y eterna esencia de la Humanidad.»

      Ahora bien: esta eterna y más profunda esencia del hombre que todo poeta tiende siempre a despertar en sus oyentes, se halla constituida por aquellos impulsos y sentimientos de la vida anímica, cuyas raíces penetran en el temprano


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