Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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de nuestra paciente, suprimida por sugestión. No tuve como en otros casos, de los que más adelante trataré, noticia directA de dicho mecanismo, sino que hube de adivinarlo.

      Existen representaciones con las cuales se halla enlazado un afecto expectante, y son de dos órdenes: representaciones de que haremos esto o aquello, o sea propósitos, y representaciones de que nos sucederá algo determinado, o sea expectaciones. El afecto a ellas enlazado depende de dos factores: en primer lugar, de la importancia que el suceso pueda tener para nosotros, y en segundo, del grado de inseguridad que entraña la expectación del mismo. La inseguridad subjetiva, la «contraexpectación», aparece representada por una serie de representaciones a las que damos el nombre de representaciones contrastantes penosas. Cuando se trata de un propósito, dichas representaciones contrastantes son las de que no conseguiremos llevarlo a cabo por oponerse a ello tales o cuales dificultades, faltarnos las cualidades necesarias para alcanzar el éxito y saber que otras personas determinadas han fracasado en análogas circunstancias. El otro caso, o sea el de la expectación, no precisa de esclarecimiento alguno. La contraexpectación reposa en la reflexión de todas las posibilidades con que podemos tropezar en lugar de la deseada. Continuando la discusión de este caso, llegaríamos a las fobias que tan amplio papel desempeñan en la sintomatología de las neurosis. Por ahora permaneceremos en la primera categoría, o sea en los propósitos. Habremos de preguntarnos, en primer lugar, cuál es el destino de las representaciones contrastantes en la vida mental normal. A nuestro juicio quedan inhibidas, coartadas y excluidas de la asociación, a veces hasta tal extremo, que su existencia no se hace evidente, casi nunca, frente al propósito, siendo únicamente el estudio de las neurosis el que nos las descubre. En cambio, en las neurosis -y no me refiero solamente a la histeria; sino al status nervosus en general- existe, primariamente, una tendencia a la depresión anímica y a la disminución de la consciencia del propio yo, tal y como la encontramos, a título de síntoma aislado y altamente desarrollado, en la melancolía. En la neurosis presentan, asimismo, gran importancia las representaciones contrastantes con el propósito, por adaptarse muy bien su contenido al estado de ánimo propio de esta afección o quizá porque la neurosis hace surgir representaciones de este orden, que sin ella no se hubieran constituido.

      Esta intensificación de las representaciones contrastantes se nos muestra, en el simple status nervosus y referida a la expectación, como una general tendencia pesimista, y en la neurastenia de ocasión, por asociación con las sensaciones más causales, a las múltiples fobias de los neurasténicos. Transferido a los propósitos, crea este factor aquellas perturbaciones que pueden ser reunidas bajo el nombre de folie de doute, y cuyo contenido es la desconfianza del sujeto con respecto al propio rendimiento. Precisamente en este punto se conducen las dos grandes neurosis -la neurastenia y la histeria-de un modo por completo distinto y característico para cada una. En la neurastenia; la representación contrastante patológicamente intensificada se une a la representación de la voluntad positiva para formar un solo acto de consciencia, y sustrayéndose de ella da origen a aquella falta de voluntad de los neurasténicos, de la cual se dan perfecta cuenta estos enfermos. En la histeria, el proceso se diferencia de éste en dos puntos, o quizá en uno sólo. Como corresponde a la tendencia de la histeria a la disociación de la consciencia, la representación contrastante penosa, aparentemente coartada, es disociada del propósito y perdura, inconsciente para el enfermo, en calidad de representación aislada. Es característico de la histeria el hecho de que esta representación coartada se objetiviza luego, por inervación somática, cuando llega el momento de realizar el propósito, con igual facilidad y en la misma forma que en estado normal la representación de la abolición positiva. La representación contrastante se constituye, por decir así, en una «voluntad contraria», y el enfermo se percata con asombro de que toda su voluntad positiva permanece impotente. Tales dos factores se funden, quizá, en uno sólo, como ya antes indicamos, sucediendo muy probablemente que si la representación contrastante encuentra un medio de objetivizarse es porque no se halla coartada por su enlace con el propósito en la misma forma que ella lo coarta.

      En nuestro caso, de una madre a la cual una perturbación nerviosa impide amamantar a su hijo, una neurasténica se hubiera conducido en la forma siguiente: hubiera sentido graves temores ante la labor maternal que se le planteaba y dado infinitas vueltas en su pensamiento a todos los accidentes y peligros posibles, acabando, sin embargo, por criar a su hijo perfectamente, aunque atormentada por constantes dudas y temores, a menos que la representación contrastante resultara victoriosa, en cuyo caso habría abandonado la sujeto su propósito, considerándose incapaz de llevarlo a cabo. La histérica se conduce en forma muy distinta. No tiene, quizá, consciencia de sus temores, abriga la firme intención de llevar a cabo su propósito y emprende, sin vacilación alguna, el camino para lograrlo. Pero a partir de este momento se comporta como si abrigase la firme voluntad de no amamantar al niño, y esta voluntad provoca en ella todos aquellos síntomas subjetivos que una simuladora pretendería experimentar para eludir el cumplimiento de sus obligaciones maternas, o sea la falta de apetito, la repugnancia a todo alimento y la imposibilidad de dar el pecho al niño a causa de los terribles dolores que ello le originaba. Pero, además, como la voluntad contraria es superior a la simulación consciente, en lo que respecta al dominio del cuerpo, presentará la histérica toda una serie de síntomas objetivos que la simulación no consigue hacer surgir. En contraposición a la falta de voluntad de la neurastenia, existe aquí una perversión de la voluntad, y en vez de la resignada indecisión de la neurasténica, muestra la histérica asombro e indignación ante la dualidad para ella incomprensible.

      Creo pues, justificado considerar a mi paciente como una hystérique d’occasion, dado que bajo la influencia de un motivo ocasional le fue posible producir un complejo de síntomas, de mecanismo tan exquisitamente histérico. Como causa ocasional podemos considerar aquí la excitación anterior al primer parto o el agotamiento consecutivo puesto que el primer parto constituye la mayor conmoción que el organismo femenino puede experimentar; conmoción después de la cual suele producir la mujer todos aquellos síntomas neuróticos a los que se halla predispuesta.

      El caso de mi enferma es, probablemente, típico para una amplia serie de otros en los que la lactancia u otra análoga función quedan perturbadas por influencias nerviosas y nos aclara su naturaleza. Pero como en él no se me reveló directamente el correspondiente mecanismo psíquico, sino que llegué a él por inducción especulativa, me apresuré a asegurar que la investigación de los enfermos en la hipnosis me ha revelado muchas veces la existencia de un mecanismo psíquico semejante de los fenómenos histéricos.

      Expondré aquí uno de los más singulares ejemplos de este orden. Hace años tenía sometida a tratamiento a una señora histérica, de voluntad muy enérgica para todo lo que no se relacionara con su enfermedad, pero gravemente afectada, por otro lado, de numerosas y tiránicas incapacidades y prohibiciones histéricas. Entre otros síntomas presentaba el de producir de cuando en cuando a manera de un tic, un sonido inarticulado, un singular chasquido o castañeteo, que se abría paso entre sus labios contraídos. Al cabo de varias semanas le pregunté en qué ocasión había surgido por vez primera aquel síntoma. La respuesta fue: «No lo sé. Hace ya mucho tiempo.» De este modo me inclinaba ya a considerarlo como un tic auténtico, cuando un día se me ocurrió interrogar de nuevo a la paciente, hallándose ésta en un profundo sueño hipnótico. En la hipnosis disponía esta enferma -sin necesidad de sugestión ninguna- de todo su acervo de recuerdos o, como estoy muy inclinado a afirmar, de toda la amplitud de su consciencia, restringida durante el estado de vigilia. A mi pregunta de cuándo se había producido por vez primera aquel síntoma, respondió en el acto: «Lo tengo desde que una vez me hallaba velando a mi hija menor, enferma de gravedad, y me propuse guardar el más absoluto silencio para no perturbar el sueño que por fin había conciliado, después de un día de continuas convulsiones. Luego desapareció y no volvió a molestarme hasta muchos años después, consecutivamente al suceso que voy a relatarle. Yendo en coche con mis hijas a través de un bosque, nos sorprendió una tormenta, y los caballos se espantaron al caer un rayo en un árbol cercano. Entonces pensé que debía evitar todo ruido para no asustar más a los caballos; pero contra toda mi voluntad produje el chasquido que desde entonces me es imposible reprimir.» Una vez referido en esta forma el singular chasquido a su fuente de origen, desapareció por completo y para muchos años, convenciéndome así que no se trataba de un «tic» auténtico. Fue


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