Viejos rencores. Lilian Darcy

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Viejos rencores - Lilian Darcy


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cuanto a lo de perder pacientes por la transición –estaba diciendo Preston Stock–, es muy improbable. ¿A dónde iban a ir? ¿Conducir hasta Wayans Falls? Oh, es cierto que está el doctor Wilde, pero hasta ahora no me parece que sea mucha competencia. La gente no ha dicho ni una sola palabra buena de él.

      –¿El doctor Wilde? –preguntó ella con asombro–. ¿Pero cómo puede seguir trabajando? Perdió su licencia hace años. O al menos…

      Frunció el ceño.

      Su padre le había mantenido informada de lo que ocurría en el pequeño mundo médico de Darrensberg y los pueblos cercanos, pero, para ser sincera, no siempre había prestado mucha atención. Recordaba en concreto, un par de visitas de sus padres a New York en la época de sus exámenes y que ella apenas había sido capaz de mantener los ojos abiertos durante la cena.

      Los problemas médicos de un pequeño pueblo rural habían sido como una tempestad en una tetera comparado con sus exámenes finales, ya que en aquella época, antes de la enfermedad de su padre, ella no había pensado que acabaría en Darrensberg.

      Continuó con menos seguridad:

      –Como mínimo, debería estar retirado por lo que yo sé. Era más viejo que mi padre.

      –¿Viejo? Este doctor Wilde no, querida –el doctor Stock se rió–. Quizá sea su hijo.

      –¿Su hijo? ¿Adam?

      Estaba un poco desconcertada. Su padre no se lo había mencionado. ¿Qué le había contado su padre? Su voz había sido tan débil después del ataque al corazón cuando yacía en una cama de hospital en Nueva York… En aquel momento, sin haber aceptado el estadio de su enfermedad, todavía creía que volvería a trabajar en unas cuantas semanas.

      Sólo cuando había conseguido que su hija prometiera que se encargaría de la consulta había aceptado retirarse. E incluso entonces, Francesca y su madre habían tenido que conspirar para que dejara de preocuparse y obsesionarse por la consulta, lo que ahora le dejaba con la penosa impresión de que no sabía tanto de la situación del pueblo como debería

      –Pensaba que había estudiado Derecho. –murmuró.

      Él se había ido a la universidad a Boston cuando ella tenía once años, mucho antes de la aparente degeneración profesional de su padre.

      –No, no Adam Wilde –estaba diciendo el doctor Stock–. Su nombre es Luke.

      –¿Luke? ¿Luke Wilde? ¿Médico? Eso es… –se rió con incredulidad. Que Adam Wilde se hubiera hecho médico era sorprendente, pero Luke…–. Imposible. Luke era… Era…

      Se detuvo recordando exactamente como era Luke Wilde quince años atrás.

      Preston la estudió y luego se rió.

      –¡Ahí lo tienes! ¿Qué te decía? ¡Los fantasmas! Y unos poderosos, a juzgar por la expresión de tu cara.

      –No son fantasmas –aseguró ella con sequedad–. Nadie ha muerto. Estaba sólo… asombrada, eso es todo. Luke Wilde dejó la escuela. Montaba una Harley-Davidson y había rumores acerca de drogas. Se relacionaba con mala gente. ¡No puedo creer que ahora sea médico!

      –¡Se relacionaba con mala gente! ¿Y no es esa expresión de una niñita buena?

      Esa vez ella no se molestó en negarlo. Estaba demasiado ocupada pensando en Luke Wilde y los fantasmas con los que había bromeado Preston Stock se estaban arremolinando en su mente como una bandada de pájaros.

      Luke.

      ¡Ella había estado terriblemente colada por él! ¿O debería decir maravillosamente? ¡Oh, Dios! Y le había durado años. Ella tenía trece cuando había empezado mientras que él tenía diecisiete y no había acabado hasta…

      Ahora que lo pensaba y si tenía que ser sincera, no había acabado hasta que ella se había ido a la universidad de Nueva York a los diecisiete, aunque Luke había superado hacía tiempo aquella etapa, y su enamoramiento había sido alimentado sólo por dos años de recuerdos. La imagen de él pasando en su rugiente moto, su sensual presencia en su porche trasero cuando merodeaba en las noches de verano, para constante desaprobación de sus padres, con su hermano Chris y más poderosamente, aquella tarde incandescente en que la había besado.

      ¡Oh, gracias a Dios que había salido de aquello! Soñar con él toda la noche, analizar de forma obsesiva cada insignificante palabra que le hubiera dicho, sentarse en los escalones de la puerta aparentando leer cuando lo único que esperaba era verle pasar.

      Si pasaba con la moto, o, por milagro de los milagros, diera la casualidad de que fuera a buscar a Chris y con condescendencia decidiera hablar con ella, quedaba tan alterada que era incapaz de cenar esa noche ocupada con las fantasías adolescentes de poder cambiar aquella rebeldía suya con el poder de su amor y casarse con él en una nube de gloria y tul blanco alejándose a la puesta de sol en aquella diabólica máquina suya. Aunque, ahora que lo pensaba con cinismo, aquella rebeldía era su mayor atractivo.

      Sonrió mirando los ravioli. ¡Sí, gracias a Dios que había salido de aquello!

      Ni siquiera podía recordar ya su cara, sólo una turbia imagen de su joven cuerpo masculino envuelto en cuero y un par de enfadados ojos azules. Aunque había servido para un propósito en su vida. Sus fantasías acerca de él habían gobernado sus hormonas alteradas y la habían cargado del deseo de demostrarle quién era ella.

       Como había sido, definitivamente la más horrible de las niñas buenas de Darrensberg, aquella forma de sobresalir había tomado la forma de estudiar duro, lo que le había permitido ingresar en la facultad de medicina de la Columbia University. Luke Wilde se había desvanecido en aquella época y no se hablaba de él salvo con el humor más negro. ¿No había tenido un serio accidente de moto en New Jersey?, había creído oír.

      Y aunque ahora tenía que agradecerle sus buenos resultados en la especialidad de Medicina de Familia, por increíble que pareciera, él lo había conseguido también.

      Sin embargo, seguía sin poder creerlo. ¿Cómo sería Luke Wilde ahora, quince años después? Su imaginación no conseguía reproducir ninguna imagen.

      –Y en cuanto a los pacientes que te he mencionado, hay un par de auténticos horrores –estaba diciendo Preston Stock.

       Francesca comprendió con culpabilidad que él había estado haciendo exactamente lo que le había pedido y ella no había escuchado una sola palabra aunque había asentido dos veces con cortesía.

      En ese momento, procuró concentrarse.

      –¿Sí? ¿Quiénes son?

      –Bueno, el primero y más importante, Sharon Baron.

      –¿Quién?

      –Sharon Baron. Sus padres debieron creer que la rima hacía un nombre bonito y me ha dicho que tiene un hermano que se llama Caron, pero hasta ahora no he tenido la buena suerte de conocerle. Aunque veo a menudo a su hermana.

      Preston procedió a ejercitar su crueldad lingüística a expensas de sus futuros pacientes unos quince minutos más, pero ella se lo había buscado, así que no podía quejarse.

      Mientras tomaba el café y saboreaba la deliciosa tarta de caramelo, no podía dejar de pensar en el hecho incongruente de que Luke Wilde se hubiera hecho doctor.

      Cuando Preston terminó su resumen, Francesca frunció el ceño y comentó con el tono más casual que pudo:

      –Me dijiste que no había mucha competencia porque Luke…, el doctor Wilde era muy impopular. ¿Por… por qué exactamente?

      –¡Oh! –Preston se encogió de hombros–. Tú misma lo has dicho. Por su juventud salvaje. La gente no olvida. Los rumores son bastante desagradables. Y si el viejo doctor Wilde perdió su licencia por negligencia, eso no lo he oído. ¡Es jugoso de verdad! Me pregunto qué haría. En cuanto al caso de Luke, drogas, por supuesto. Siempre que alguien es impopular aparecen rumores de drogas,


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