Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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quiera en el comedor.

      –¿Crees que mi abuela va a querer cambiar algo? Tengo suerte de que me haya dado permiso para traer a los pintores.

      –Sí, es una defensora acérrima de mantener las cosas tal y como están –la observó con ojos penetrantes antes de preguntar–: ¿Aún te molesta eso, o ya te has resignado?

      –Voy a seguir dándole la lata, pero no creo que sirva de mucho.

      –Bueno, voy a echarle un vistazo a ese mueble y después me voy. Vamos, B.J.

      –¡Yo quiero quedarme aquí! –protestó el niño.

      –Esta tarde no, todo el mundo está muy ocupado y molestarías. Cora Jane no puede vigilarte cuando tiene tanto trabajo.

      –Ya le vigilo yo –se ofreció Emily, antes de tener tiempo de pensárselo dos veces–. Si a ti te parece bien, claro. Entre la abuela, Gabi, Samantha y yo, no habrá ningún problema. Puede quedarse en la cocina, a Jerry le encanta que le haga compañía; además, supongo que tendrás que hacer un montón de cosas en tu restaurante, ¿no? Me he enterado de que ha sufrido bastantes daños.

      –Sí, pero…

      B.J. empezó a dar saltitos, y miró suplicante a su padre.

      –¡Por favor, papá!

      –Lo siento, campeón. Ya está todo arreglado para que pases la tarde en casa de Alex, su madre me ha dicho que puedes quedarte a dormir allí.

      –¡Yo prefiero quedarme aquí!

      –Solo tendremos abierto hasta las tres –intervino Emily–. Después nos pondremos a limpiar otra vez el local, y podremos tenerle entretenido con eso; cuando acabemos, alguien puede llevártelo al restaurante o a tu casa –se preguntó si el verdadero problema era que Boone quería estar libre aquella noche porque tenía una cita. A lo mejor estaba saliendo con alguien–. Si tienes planes para esta noche, puede quedarse a dormir en casa de la abuela –le ofreció, con toda naturalidad.

      –No, no tengo planes –le contestó él, con voz un poco tensa–. Por regla general, le encanta quedarse a dormir en casa de Alex, porque ellos tienen las videoconsolas que yo me niego a comprarle.

      –¡Pero hoy quiero quedarme aquí a ayudar!

      Boone no tuvo más remedio que claudicar al verle tan empeñado en quedarse, pero no disimuló su renuencia.

      –Vale, está bien. Deja que hable con Cora Jane.

      –No hace falta, ya se lo digo yo –le aseguró Emily.

      –De acuerdo, ¿te va bien que pase a buscarle por vuestra casa a eso de las siete y media? Así no tendrá que esperar en mi restaurante a que yo termine si tengo que quedarme allí más tiempo del previsto.

      –Perfecto. Saber que vas a ir a buscarle a casa será la excusa perfecta para conseguir que la abuela salga de aquí a una hora decente.

      –Genial, todos contentos –comentó él con ironía, antes de agacharse para mirar a su hijo a los ojos–. Haz caso a lo que te digan, y no les des más trabajo ni a Emily ni a la señora Cora Jane.

      –¡Te lo prometo! –el niño se fue corriendo, por si a su padre se le ocurría cambiar de opinión.

      Boone miró a Emily y admitió, ceñudo:

      –Esto no me hace demasiada gracia.

      –Ya me he dado cuenta, ¿te importaría explicarme por qué?

      –Ya te dije que me aterra que le hagas daño cuando te vayas.

      Su sinceridad no la tomó por sorpresa, pero que tuviera tan poca fe en ella la hirió más de lo que esperaba.

      –Es un niño fantástico. No voy a decepcionarle, te lo prometo.

      Él le sostuvo la mirada al decirle con firmeza:

      –Espero que lo cumplas, Em. Ese niño es lo más valioso que tengo en mi vida, ya ha sufrido bastante.

      –Y tú también. Lo entiendo, Boone –le aseguró, consciente del dolor que habían sufrido padre e hijo.

      Él vaciló un instante mientras seguía mirándola a los ojos, pero al final asintió y se limitó a decir:

      –Nos vemos luego.

      Emily tragó con dificultad al verle dar media vuelta y alejarse, y susurró:

      –Hasta luego.

      Se preguntó si había cometido un grave error al hacer una promesa que no iba a poder cumplir por muy buenas que fueran sus intenciones; al fin y al cabo, ella no tenía ni idea de cómo proteger el corazón de un niño.

      A eso de las seis y media de la tarde, cuando Boone estaba a punto de dar por terminada la jornada y de ir a buscar a B.J. a casa de Cora Jane, su móvil empezó a sonar. No reconoció ni el prefijo ni el número que vio en la pantalla, pero contestó de todas formas.

      –Boone, soy Emily.

      Se puso alerta de inmediato al notar que parecía alterada y le temblaba la voz.

      –¿Qué pasa?, ¿le ha pasado algo a B.J.?

      –Se ha caído en el aparcamiento y se ha cortado con un clavo que sobresalía de un tablón –le explicó ella atropelladamente, como si estuviera ansiosa por soltar las palabras cuanto antes. Respiró hondo antes de añadir–: Es un corte bastante profundo, pero B.J. está bien. Te lo juro, Boone, de verdad que está bien. Se está portando como todo un valiente.

      –¿Dónde estáis? –le preguntó, mientras luchaba por controlar el pánico y las ganas de descargar su ira. Había sabido de antemano que era una locura dejar a B.J. en el Castle’s aquella tarde, ¿en qué había estado pensando?

      –En la clínica de Ethan Cole, en urgencias. La abuela le ha llamado para que viniera. Hay que coser la herida, y habrá que ponerle la inyección del tétano si no se la has puesto ya. Por eso te llamo, Ethan no quiere ponérsela si no hace falta.

      –Déjame hablar con Ethan –necesitaba que un experto le diera su opinión y le tranquilizara.

      –Ya te lo paso.

      –Hola, Boone. B.J. está bien –le aseguró Ethan, con una serenidad y una firmeza que eran de agradecer en un médico de urgencias–. No ha derramado ni una lágrima; de hecho, le encanta la idea de tener una cicatriz. Estoy anestesiando la zona para poder coserle la herida, estará como nuevo en un par de semanas.

      –Júrame que está bien.

      –Te lo juro. Para cuando llegaron a la clínica, Emily había conseguido detener la hemorragia. Se mantuvo serena en todo momento, y eso contribuyó a calmar a B.J.

      –¿Por qué demonios estaba jugando en el aparcamiento?, ¿de dónde ha salido ese tablón? Yo mismo dejé esa zona despejada.

      –Estás preguntándole a la persona equivocada; si quieres mi opinión, puede que la marea lo arrastrara hasta la carretera esta noche y que alguien lo tirara al aparcamiento. ¿Qué importancia tiene eso?

      Boone suspiró y admitió:

      –Ninguna, supongo. Sabía que no tenía que darle permiso para quedarse hoy en el Castle’s, se suponía que Emily iba a vigilarle.

      –Por lo que tengo entendido, Cora Jane y ella estaban con él cuando se ha caído. Ha sido un accidente. Estas cosas pasan, sobre todo a niños que no piensan en los peligros que pueden acechar después de una tormenta.

      –¡Yo le advertí que tuviera cuidado! –exclamó Boone con frustración.

      Ethan se echó a reír.

      –¿Se te ha olvidado que los niños de ocho años casi nunca prestan atención a las advertencias? Ni te imaginas a cuántos pacientes he tratado esta semana por accidentes como este. ¿Está vacunado del tétano?

      –Sí,


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