Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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tuve los mejores profesores del mundo –se puso en pie antes de añadir–: Bueno, voy a quitar las mesas y a ayudar a limpiar antes de llevar a B.J. a casa. Será mejor que vosotras os vayáis ya, está a punto de anochecer y tenéis que conducir con cuidado. Han despejado gran parte de la carretera principal, pero seguro que en las secundarias aún quedan restos.

      –Tú has ido a la casa, ¿hay algo especialmente preocupante? –le preguntó Cora Jane.

      –Hay un montón de ramas en el jardín, pero el camino de entrada está despejado. Tened cuidado al entrar. Encendí la luz de fuera por si volvía la luz, he llamado antes a algunos de tus vecinos y me han confirmado que ya ha vuelto. No creo que tengáis problemas. No he visto ninguna gotera en el interior de la casa, pero será mejor que la reviséis a conciencia.

      –Gracias –le dijo Cora Jane, antes de darle un beso en la mejilla.

      –De nada. ¿Sigues empeñada en abrir mañana?

      Emily miró a su abuela con severidad al contestar:

      –Solo se servirá en las mesas de la terraza, hemos llegado a un acuerdo.

      –Entonces vendré temprano por si necesitáis ayuda, ¿a qué hora os va bien? –le preguntó él.

      –La abuela ha encargado que traigan un pedido de la panadería a las cinco y media –le contestó ella con sequedad.

      Él se echó a reír.

      –Típico en ella. Por eso tengo un restaurante donde solo se sirven cenas. Yo he pospuesto la reapertura hasta el fin de semana. Quiero darles tiempo a mis empleados para que tengan sus asuntos arreglados, hablen con sus compañías de seguros, lo que sea.

      –¿Podemos ir a ayudarte a ti en vez de quedarnos aquí? –le pidió Samantha.

      –Traidoras –dijo Cora Jane–. La familia es lo primero, que no se os olvide. Aquí estaremos todos, a las cinco y cuarto y con una sonrisa en la cara.

      Jerry se echó a reír al oír las quejicosas protestas de las tres hermanas, y comentó:

      –Bueno, al menos tú y yo sí que estaremos, Cora Jane.

      –Nosotras también, pero lo de las sonrisas es mucho pedir –afirmó Emily.

      Teniendo en cuenta el madrugón que les esperaba, sus hermanas y ella podían comprometerse, como mucho, a presentarse allí vestidas.

      Cuando Boone llegó a casa por fin aquella noche, bañó a un exhausto B.J. y le acostó de inmediato. Después llamó a Pete Sanchez, el gerente de operaciones de sus restaurantes, para que le dijera cómo iba todo.

      –Malas noticias, jefe.

      Aunque Pete tenía un año menos que él, había entrado a trabajar para él con diez años de sólida experiencia a sus espaldas. Estaba soltero y era muy activo, así que pasaba gran parte del tiempo supervisando los restaurantes de Norfolk y de Charlotte, con lo que le ahorraba a él tener que viajar; aun así, había regresado a Carolina del Norte en cuanto los residentes y los empresarios de la zona habían recibido permiso para regresar a las islas costeras.

      –Dime.

      Pete solía ser bastante comedido, así que, si lo que tenía que contarle le parecía malo, lo más probable era que pudiera considerarse algo desastroso.

      –Por lo que parece, el restaurante se ha inundado demasiadas veces, y las últimas reparaciones debieron de hacerse con materiales de baja calidad. Al quitar las moquetas hemos encontrado por todas partes secciones con tablas podridas.

      –¡Mierda! –masculló Boone.

      –Espera, que la cosa se pone peor. Hemos encontrado moho detrás de una parte del panel de yeso que queda en el lado más cercano a la bahía, donde el agua quedó estancada más tiempo. Es mucho moho, y bastante penetrante.

      –No me lo puedo creer –murmuró con frustración.

      Si había mucho moho, estaba claro que no era algo que hubiera pasado de un día para otro, por muy rápido que pudiera aparecer después de una inundación. Y las tablas del suelo no se habían podrido a raíz de aquel último huracán. Seguro que eran cosas que sus inspectores tendrían que haber detectado antes de que comprara el local.

      Soltó un suspiro y llegó a la conclusión de que iba a tener que considerarlo como una lección bien aprendida. La próxima vez iba a encargarle a un contratista que revisara todas las propiedades que se planteara comprar, y así se aseguraría de que la inspección no fuera superficial ni a favor del vendedor.

      –¿Por qué no me has llamado al móvil? –le preguntó a Pete, cuando tuvo controlado su mal genio–, le habría pedido a Tommy que fuera a echar un vistazo hoy mismo.

      –Lo he intentado, pero supongo que aún hay problemas con el servicio. Creo que el viento derribó una de las antenas repetidoras, o algo así. He conseguido contactar una vez y he intentado dejarte un mensaje, pero se ha cortado antes de que pudiera explicarte lo que pasaba.

      Boone se sacó el móvil del bolsillo, y al ver que la llamada había quedado registrada a primera hora de la tarde supuso que la había recibido cuando estaba atareado con la ruidosa sierra mecánica.

      –Lo siento, estaba echando una mano en el Castle’s.

      –Ya lo sé, por eso no he querido darle una importancia exagerada a algo que puede solucionarse mañana. He pensado en llamar yo mismo a Tommy, pero me he dado cuenta de que lo más probable era que estuviera ahí contigo. Me comentaste que querías que se encargara de reparar el tejado de Cora Jane, ya sé que para ti eso es una prioridad.

      –No te preocupes, tú no tienes la culpa de nada. Voy a llamar a Tommy ahora mismo, estaremos ahí bien temprano para que evalúe los daños y me diga cuánto tiempo van a durar las reparaciones.

      –¿Cómo de temprano?, ¿al amanecer?

      –Sí, más o menos.

      –¿Quieres que yo también vaya?

      –No, tómate un descanso –le dijo, consciente de que Pete era un ave nocturna–. Ya me encargo yo. Podríamos quedar a eso de las nueve para trazar un plan de acción; por lo que parece, vas a tener que quedarte aquí más tiempo del que hablamos en un principio, ¿tienes pendiente algo urgente en Norfolk o en Charlotte?

      –No, los dos restaurantes van como la seda. Tienes unos excelentes equipos de gestión.

      Boone se echó a reír.

      –No tienes más remedio que decir eso, fuiste tú quien contrataste a casi todos.

      –Eso no implica que sea parcial. Si la cagan, el responsable soy yo –vaciló antes de añadir–: He estado pensando que, cuando las cosas se normalicen por aquí, podríamos empezar a buscar la cuarta propiedad que mencionaste.

      –¿Qué pasa?, ¿estás aburrido?

      –Pues la verdad es que un poco, ya sabes que me encanta encargarme del arranque de los nuevos locales.

      –En breve nos pondremos en serio con el próximo, ¿puedes empezar a recopilar información para el estudio de mercado por mí?

      –Claro. Por cierto, ¿quieres que cancele los anuncios de la reapertura de este fin de semana?

      –Lo decidiremos cuando haya revisado el local con Tommy, a lo mejor no está tan mal como te ha parecido a primera vista.

      –Está fatal –le advirtió Pete–. Si el moho se ha extendido más allá de lo que he visto, estamos hablando de reformas en mayúsculas.

      –¿La cocina está funcional? –le preguntó, al recordar el compromiso al que Cora había llegado con sus nietas para reabrir el Castle’s parcialmente.

      –Lista y limpia como una patena.

      –Y sabemos que la terraza


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