Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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      –¿Qué cosas?

      –Nuestra relación, supongo. No nos despedimos de forma demasiado amistosa, y eso es algo que a ella le pesa.

      –Sí, es verdad, pero los dos seguimos adelante con nuestras respectivas vidas. Todo eso es agua pasada… ¿verdad? –su voz reflejó un ligero matiz de esperanza.

      –Eso es lo que yo pensaba hasta que has entrado por la puerta esta mañana –admitió él con sinceridad–. Tu llegada anuncia complicaciones.

      Emily le miró y suspiró antes de admitir:

      –La verdad es que yo he reaccionado igual que tú –se quedó desconcertada al ver que se echaba a reír–. ¿Qué te hace tanta gracia?

      –No esperaba que lo admitieras.

      –Yo nunca he mentido, Boone. Tú sí.

      Él frunció el ceño al oír aquella acusación.

      –¿A qué te refieres?, ¿cuándo te mentí?

      –Me dijiste que me amabas, y de buenas a primeras me enteré de que te habías casado con Jenny.

      Le sorprendió el profundo dolor que le pareció detectar en su voz, y se preguntó si ella había estado reescribiendo la historia según su conveniencia.

      –Me dejaste muy claro que no pensabas regresar jamás. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?, ¿morirme de amor?

      –Podrías haberme dado algo de tiempo para que me aclarara las ideas, eso es lo único que te pedí.

      Boone la miró sorprendido.

      –¿Cuándo me pediste tiempo? Si lo hubieras hecho, puede que te lo hubiera dado. Me dijiste que lo nuestro se había acabado, y te mostraste muy categórica –la observó pensativo antes de añadir–: Aunque puede que esa fuera la mentira que tuviste que decirte a ti misma para poder marcharte sin mirar atrás.

      Emily le dio vueltas a esa posibilidad antes de admitir:

      –Sí, algo así. Vale, los dos cometimos errores. Yo no fui lo bastante clara, y tú sacaste conclusiones precipitadas. Soy capaz de admitirlo, ¿y tú?

      Él vaciló por un instante antes de contestar.

      –Sí, supongo que sí.

      –Vaya concesión tan efusiva –murmuró ella con sequedad, antes de mirarle a los ojos–. Pero, en el fondo, eso no cambia en nada las cosas. Mi vida sigue sin estar en este lugar.

      –Soy plenamente consciente de eso, te lo aseguro. Entre Cora Jane y B.J. me han puesto al corriente de todo. Samantha y tú habéis impresionado mucho a mi hijo, sois las primeras personas famosas que conoce.

      Emily soltó una pequeña carcajada que sirvió para aligerar un poco la tensión que había en el ambiente.

      –Samantha sí que es famosa, yo solo trabajo para unas cuantas. La mayoría de mis clientes no son tan célebres.

      –No, solo ricos, ¿verdad?

      –¿Qué tiene de malo ser rico? Tu familia no era pobre ni mucho menos. Tu padre era un abogado de renombre, y tu madre se casó con un tipo que ganaba millones fabricando no sé qué aparatitos.

      Él sonrió al oírla hablar con tanta indiferencia de su padrastro, que era el propietario de una multinacional.

      –Eso no tiene nada que ver conmigo. Yo empecé desde cero y me he ganado a pulso todo lo que tengo. Además, no estaba juzgando a nadie. Solo digo que el hecho de tener dinero conlleva un estilo de vida concreto, hay que guardar las apariencias y todo eso.

      –En eso tienes razón. ¿Adónde quieres llegar?

      Él la observó de arriba abajo con una mirada penetrante que la hizo sonrojar antes de contestar:

      –Me gustaría saber qué pensarían esos clientes tuyos si te vieran en pantalón corto y con una camiseta que lleva en la espalda la etiqueta de una tienda barata –le guiñó el ojo al quitarle dicha etiqueta, y le rozó la piel desnuda con los dedos más tiempo del necesario antes de añadir–: Yo creo que estás increíblemente sexy.

      Ella contuvo el aliento, y no pudo disimular cuánto estaba costándole mantener la compostura.

      –Boone, por favor, no vayamos por ahí. No tenemos más remedio que intentar llevarnos bien durante un par de semanas por el bien de mi abuela, pero cada uno volverá a tomar su propio camino después de eso. Cometer una locura solo servirá para ponernos las cosas más difíciles cuando llegue la despedida.

      La advertencia estaba clara, y él la entendió a la primera.

      –Vale, nada de locuras, aunque me gustaría que concretaras bien cuál es la locura que crees que deberíamos evitar.

      –Nada de peleas, de caricias ni de besos –le contestó ella de inmediato, ruborizada–. Sabes perfectamente bien lo que quiero decir, así que no te hagas el tonto. Está claro que aún basta con muy poco para encendernos.

      Él sonrió al oír aquello.

      –Si tú eres capaz de morderte la lengua y de mantener las manos quietecitas, yo también.

      –De acuerdo.

      A Boone le pareció ver cierta desilusión en su mirada, pero se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Al verla dar media vuelta para volver a entrar en el restaurante, le puso una mano en el hombro para detenerla y notó que el contacto la acaloraba aún más y la estremecía.

      –Una cosa más –le dijo, sin dejar de sostenerle la mirada–, ¿por qué estabas llorando cuando he salido a hablar contigo?

      –Por nada, bobadas mías.

      Estaba claro que no quería hablar del tema, pero él sabía que no estaba siendo sincera, que se trataba de algo más hondo. Durante todo el tiempo que habían estado juntos, la había visto luchar por ganarse la elusiva aprobación de su padre… y también, en cierta medida, la de su abuela. En su opinión, Cora Jane nunca había escatimado a la hora de darle su aprobación a sus nietas, pero eso era algo que Emily había sido incapaz de ver en algunas ocasiones; en cuanto a Sam Castle, la distancia que le separaba de sus hijas siempre había sido insalvable.

      –Te has ofendido cuando Cora Jane ha rechazado tu ofrecimiento, ¿verdad? Has pensado que ella no te necesita aquí, y que por eso no ha aceptado tus sugerencias respecto a las reformas.

      –Puede ser –las lágrimas que le inundaron los ojos sirvieron para corroborar la teoría de Boone.

      Él le puso un dedo bajo la barbilla antes de asegurarle con voz firme:

      –Tu abuela te necesita, Em. Necesita teneros a las tres aquí, y no por lo que podáis hacer ni por la ayuda que podáis prestarle, sino porque está envejeciendo y os echa de menos. Tenlo en cuenta, por favor. Os quería lo suficiente como para dejaros ir, pero eso no quiere decir que no quiera teneros a su lado de vez en cuando. Le hace falta cuidaros, entrometerse un poco en vuestras vidas, volver a sentirse querida por vosotras –se sintió mal al ver que ella lloraba aún más.

      –¿Cuándo demonios te has vuelto tan listo y sensible? –le preguntó, con la voz entrecortada.

      –Siempre lo he sido –le aseguró él, sonriente–. A lo mejor no te diste cuenta en aquel entonces porque lo único que te interesaba de mí era mi cuerpo.

      Como ante eso no tenía ninguna respuesta que no fuera una mentira descarada, Emily dio media vuelta y se alejó mientras se secaba con exasperación las lágrimas.

      Boone se echó a reír al ver que no contestaba, pero no pudo evitar seguirla con la mirada y preguntarse hasta qué punto iba a complicarse su vida. A pesar de lo que ella había afirmado, a pesar de lo que él le había prometido, estaba convencido de que lo que había entre ellos no había terminado ni mucho menos… y lo más probable era que eso causara unos problemas y un dolor que él no estaba preparado para afrontar de nuevo.


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