Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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que te rompas la cadera. Te dije hace mucho que yo me encargaba de arreglar las luces siempre que hiciera falta, y que si no podía se lo encargaría a Jerry o a tu encargado de mantenimiento, ¿no?

      –Jerry no está aquí, y no encuentro por ninguna parte al de mantenimiento; además, ¿desde cuándo te necesito a ti para poner unas cuantas bombillas?

      Se llevó las manos a las caderas y procuró amedrentarlo con la mirada, pero, teniendo en cuenta la diferencia de tamaño que había entre ambos, no logró ni de lejos el efecto amenazador que estaba claro que quería lograr.

      –Al menos podrías haber dejado que se encargara Gabi –alegó él.

      Dio la impresión de que ella intentaba contener una sonrisa al escuchar aquello, y evitó mirar a su nieta al admitir en voz baja:

      –A la pobre le dan miedo las alturas, ha estado a punto de desmayarse con solo subir dos peldaños.

      –Es verdad –admitió la aludida, ruborizada–. Ha sido humillante, sobre todo cuando ella ha subido la escalera como si nada.

      Por suerte, B.J. eligió ese momento para agarrar a Cora Jane de la mano.

      –Señora Cora Jane, ya ha vuelto la luz, ¿verdad?

      Ella sonrió y le alborotó el pelo en un gesto afectuoso.

      –Sí, volvió hace una media hora más o menos. A ver, deja que adivine… lo preguntas porque te gustaría que te preparara unas tortitas, ¿no?

      Los ojos del niño se iluminaron.

      –Sí, pero papá me ha dicho que no se lo pida, porque estamos aquí para ayudar.

      –Bueno, como tu papá parece empeñado en ocuparse de las tareas más peligrosas, yo creo que voy a poder prepararle unas tortitas a mi cliente preferido. ¿Me echas una mano?

      –¡Vale! Batiré la mantequilla como usted me enseñó la otra vez –le propuso el pequeño, mientras se alejaba con ella.

      Boone les siguió con la mirada y le dijo a Gabi:

      –No sé cuál de los dos va a provocarme mi primer ataque al corazón, pero lo más probable es que sea tu abuela.

      Ella se echó a reír y admitió:

      –Sí, tiene ese efecto en todos nosotros.

      –Me comentó que tus hermanas y tú ibais a volver para ayudar a poner a punto este sitio.

      Intentó aparentar indiferencia y ocultar el pánico que sentía con solo pensar en Emily, pero, a juzgar por la mirada que Gabi le lanzó, era obvio que no había logrado engañarla.

      –Samantha acaba de llamarme –le dijo ella–. El vuelo de Emily aterrizó hace una hora más o menos, y se han parado a comprar un par de cosas. Em estaba en Aspen cuando la llamé, y la ropa que tenía a mano no es demasiado adecuada para limpiar.

      –¿Estaba en Aspen? Viaja bastante, ¿no?

      –Sí, su reputación como diseñadora de interiores subió como la espuma cuando la renovación que hizo para una actriz salió publicada en una revista. Ahora trabaja con un montón de casas de famosos en Beverly Hills y Malibú. El año pasado renovó la villa de no sé quién en Italia, y me parece que ha ido a Aspen para echarle un vistazo a la casa que un amigo de uno de sus clientes habituales quería transformar en un hotel de montaña.

      –Suena glamuroso –comentó, mientras por dentro se le hacía un nudo en el estómago.

      Eso era lo que Emily había deseado desde siempre, ¿no? Disfrutar de la buena vida rodeada de gente famosa. Algunos de sus antiguos amigos la consideraban superficial y frívola, pero él sabía que, en realidad, ella había estado intentando llenar el vacío que sentía en el alma con las cosas que creía que no podía conseguir con la vida sencilla que tenía en Carolina del Norte.

      Se preguntó si Emily seguía pensando que el mundo era fascinante, si con alguno de esos famosos había logrado entablar una amistad verdadera más allá de una relación puramente profesional. Él había aprendido tiempo atrás que era mucho mejor tener unas pocas personas con las que se podía contar que mil conocidos. La gente que había estado a su lado durante la enfermedad de Jenny, y que después había seguido apoyándole cuando había enviudado, le había enseñado el verdadero significado de la amistad.

      –Será mejor que vaya a ver lo que está haciendo la abuela –le dijo Gabi. Echó a andar hacia la cocina, pero se detuvo de repente y volvió a acercarse a él–. Lo siento, Boone.

      Él frunció el ceño al verla tan seria y le preguntó, desconcertado:

      –¿El qué?

      –Lo que te pasó con Emily. Ella no quería hacerte daño, lo que pasa es que había una serie de cosas que necesitaba llevar a cabo. Creo que tenía la intención de volver, pero tú te casaste con Jenny, y… en fin, ya sabes cómo fue todo después de eso.

      Boone asintió. Agradecía sus buenas intenciones al decirle aquello, pero quiso dejarle claro que no hacían falta explicaciones.

      –Acepté la decisión de tu hermana hace mucho, Gabi. Una cosita: yo creo que ella nunca tuvo intención de volver, por eso seguí adelante con mi vida.

      Gabi lanzó una mirada hacia la cocina y asintió.

      –Nadie te culpa por eso, y B.J. es un crío genial.

      –Sí, el mejor, aunque supongo que no gracias a mí. Jenny era una madre fantástica y me parece que la influencia de tu abuela también le ha ayudado mucho, igual que me ayudó a mí.

      –No te infravalores –le dijo ella, antes de ir a la cocina.

      Boone la siguió con la mirada y suspiró al verla entrar en la cocina. Se preguntó por qué todas las mujeres de aquella familia le consideraban un tipo con valía… menos la que le había robado el corazón años atrás.

      Emily se había preparado para volver a ver a Boone, estaba mentalizada… bueno, eso era lo que pensaba ella, porque verle subido a una escalera, vestido con unos vaqueros desgastados que moldeaban a la perfección su magnífico trasero y con una ajustada camiseta descolorida que enfatizaba su ancho pecho y sus imponentes bíceps, bastó para darle palpitaciones. Él llevaba puesta una gorra de béisbol que ocultaba en parte su rostro, pero estaba convencida de que la mandíbula de granito, los ojos oscuros como el ónice y los hoyuelos eran los mismos de siempre.

      Siempre le había parecido increíble que un hombre pudiera ser puro fuego en un momento dado, pasar a parecer tan frío como el Polo Norte en un abrir y cerrar de ojos, y después dar media vuelta y sonreír como un niñito al que acababan de pillar haciendo una travesura. Boone Dorsett siempre le había parecido un poco contradictorio.

      Mientras ella permanecía allí como un pasmarote, mirándole embobada, Samantha entró en el restaurante y exclamó:

      –¡Hola, Boone!

      Él giró la cabeza tan rápido que habría perdido el equilibrio si Emily no hubiera agarrado la escalera de forma instintiva para mantenerla en pie.

      –Hola, Samantha –saludó él, muy serio, antes de mirarla a ella–. Emily.

      La fastidió que no hubiera ni la más mínima diferencia en cómo pronunció su nombre, nada que indicara que ella era más especial que su hermana, nada que revelara que en el pasado la enloquecía con sus manos y con aquella seductora boca siempre que lograban escabullirse para estar solos. A ver, lo normal habría sido que usara un tono de voz un poco más íntimo al llamarla por su nombre, ¿no?

      Tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello había quedado en el pasado, que él era un hombre casado que pertenecía a otra mujer.

      –¿Qué haces aquí, Boone? –le preguntó con irritación.

      –¿No es obvio? –le contestó él, mostrando la bombilla que tenía en la mano.

      –Me


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