Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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      –Eso díselo a sus padres. Ellos sabían lo que pasaba, su madre me lo echó en cara tras su muerte. Me dijo que había arruinado la vida de su hija, que yo era el culpable de su muerte, que Jenny no tenía nada que la impulsara a vivir.

      Cora Jane se quedó atónita al oír eso.

      –No me puedo creer que Jodie Palmer se atreviera a decirte algo así, y justo cuando acababas de perder a tu esposa.

      –Me dijo eso y mucho más –afirmó él. Jodie había amenazado con arrebatarle la custodia de B.J.

      –Y tú la creíste, ¿verdad? Ya te habías condenado tú mismo, así que te creíste las acusaciones de una madre enfadada que estaba sufriendo por la pérdida de su hija.

      –¿Cómo no iba a creerla?, sabía que estaba diciendo la verdad. Por mucho que me esforzara por ser un buen marido, no estuve a la altura.

      Cora Jane no podía permitir que siguiera creyendo semejante barbaridad, tenía que encontrar las palabras adecuadas para hacerle entender que la amargura de Jodie no estaba basada en la realidad.

      –¿Llegó Jenny a insinuar siquiera alguna vez que la habías defraudado?

      –No, pero es que ella era así. Quería a todo el mundo. Pasaba por alto los defectos de los demás, en especial los míos.

      –Por el amor de Dios, ¿cómo es posible que seas tan duro contigo mismo? Jenny era inteligente, ¿verdad?

      –Por supuesto que sí.

      –¿Y te eligió a ti como marido?

      –¿Adónde quieres llegar?

      –Dudo mucho que una mujer inteligente eligiera a un hombre que no le pareciera digno de su amor. Y no creo que aguantara ni por un segundo ser el segundo plato de nadie, no si esa persona le echara en cara que no era más que eso, un segundo plato.

      –¡Claro que no se lo eché en cara! –exclamó él, indignado.

      Cora Jane sonrió.

      –No, claro que no, justo a eso me refiero. Cuando decidiste comprometerte con esa muchacha, pusiste todo tu empeño en ser un buen marido, y eso bastó para que Jenny tuviera una sonrisa radiante en el rostro y el corazón lleno de felicidad. Ella era feliz, Boone. Apostaría mi vida a que lo era. Y esa felicidad se debía a ti –le miró con severidad al añadir–: No quiero volver a oírte decir ni una palabra que indique lo contrario.

      La sonrisa de Boone tardó un largo momento en aflorar, pero, cuando lo hizo al fin, fue acompañada por un profundo suspiro.

      –¿Qué he hecho yo para merecerme tener de mi parte a alguien como tú?

      Ella se levantó y le puso las manos en las mejillas antes de contestar:

      –Entraste a formar parte de mi familia el día que entraste aquí por primera vez con Emily, y eso no va a cambiar por nada del mundo –le dio una ligera sacudida–. No soy ninguna inocentona, ya lo sabes. Se me da bien calar a la gente, me doy cuenta a la primera cuando tengo enfrente a un mentiroso, a un tramposo o a un patán, y tú no eres ninguna de esas cosas. Eres un hombre decente, fuerte y de buen corazón, Boone Dorsett; de no ser así, no te querría para mi nieta. ¿Está claro?

      La sonrisa de Boone se ensanchó.

      –Muy claro –le aseguró, antes de besarla en la mejilla–. Pero creo que será mejor que vaya a buscar a B.J. y me lo lleve ya a casa.

      –¿Tan pronto? –le preguntó ella con incredulidad–. ¿Qué pasa?, ¿lo que acabo de decirte no ha servido de nada?

      Él se echó a reír.

      –Ha servido de mucho, pero no voy a lanzarme de cabeza al vacío solo porque tú quieras que lo haga.

      –Vas a hacer que retire todo lo dicho –le advirtió ella.

      –Como quieras –le contestó él, sonriente, antes de guiñarle el ojo a Jerry–. Nos vemos pronto.

      –Puede que sí, puede que no –refunfuñó ella–. No me gusta que la gente no haga caso a mis consejos.

      –Pues tenlo en cuenta cuando Emily venga a comentarte los cambios que tiene en mente para este sitio, a ella tampoco le gusta que no le hagan caso. Las dos os parecéis mucho en eso –sin más, salió de la cocina.

      –¡Pero bueno! –murmuró ella, antes de volverse hacia Jerry–. Creía que por fin había progresado un poco con él.

      –Yo de ti me plantearía esperar a que la naturaleza siga su curso. Cuando esos dos están juntos saltan chispas, no van a poder resistirse mucho tiempo más a la atracción que hay entre ellos.

      –No me gusta dejar las cosas importantes en manos del azar.

      –Plantéatelo así: Lo estás dejando en manos de Dios; que yo sepa, a él se le da incluso mejor que a ti conseguir que las cosas salgan como debe ser.

      Era un argumento irrebatible, pero a Cora Jane seguía sin hacerle ninguna gracia la situación.

      Boone había prestado atención a lo que Cora Jane le había dicho el sábado y se había dado cuenta de que ella tenía razón en algunas cosas, pero eso no quería decir que estuviera listo para desprenderse de la culpabilidad que le envolvía como un manto desde la muerte de Jenny; así las cosas, decidió ir al Castle’s lo menos posible, al menos hasta que Emily se marchara de forma definitiva. Logró mantenerse alejado de allí tanto el domingo como el lunes, pero, para cuando llegó el martes, B.J. se hartó y le dio la lata hasta que se salió con la suya; aun así, se limitó a llevarlo por la mañana y a ir a buscarlo por la tarde, pero sin poner un pie en el restaurante.

      El miércoles, intentó convencer de nuevo a B.J. de que pasara el día con él, pero, por desgracia, el niño cada vez estaba más apegado a Emily. Aunque no le parecía que esa relación fuera beneficiosa para su hijo, entendía el porqué de ese apego: echaba de menos a su madre, y necesitaba la calidez de una influencia femenina.

      –¿Por qué no pasas el día en mi restaurante? –le propuso, mientras salían de casa.

      –No, allí me aburro mucho. Todo el mundo está muy ocupado, nadie me hace caso. Tommy no deja que ayude en nada, dice que podría hacerme daño.

      Boone no podía ponerle pegas a la actitud precavida de Tommy, pero en ese momento no era algo que jugara en su favor.

      –Te buscaré alguna tarea para que te entretengas, a lo mejor puedes echarle una mano a Pete.

      El niño no parecía demasiado convencido.

      –¿Haciendo qué?

      –No sé, se lo preguntaremos cuando lleguemos.

      –¡Ni hablar! Cuando estemos allí no querrás marcharte aunque yo esté súper aburrido.

      –Pero tienes el videojuego ese que, según tú, era el mejor del mundo. Te lo compré para que tuvieras algo con lo que entretenerte.

      –No es tan divertido como el trabajo de verdad que hago en el Castle’s. Y Emily necesita mi ayuda, tú mismo lo dijiste.

      Boone se dio por vencido, así que pasó de largo al llegar a su restaurante y puso rumbo al Castle’s.

      –¿Qué tarea te dio Emily ayer? –le preguntó. Sentía curiosidad por saber qué tenía tan fascinado a su hijo.

      –Me enseñó un programa de ordenador súper chulo, lo usa para elegir colores de pintura y cosas así. Ella dice que el Castle’s quedaría mejor en un tono azul cielo con adornos dorados como el sol, en vez de ser tan oscuro y sombrío como ahora.

      Boone contuvo una sonrisa, y comentó:

      –Supongo que lo de «oscuro y sombrío» lo dijo tal cual, ¿verdad?

      –Sí, también dijo que es muy rus… no me acuerdo de la palabra.

      –¿Rústico?


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