María Claudia Falcone. Leonardo Marcote
Читать онлайн книгу.alterar la calma aquella noche. La tía descansaba de sus dolores y es probable que Claudia se haya dedicado a terminar de diseñar unas láminas que debía entregarles a sus compañeras del Bachillerato. Ellas recuerdan que luego de despedirse de clase ese 15 de septiembre, les prometió que se encargaría de llevar los materiales que necesitaban para una de las materias. Claudia era una excelente dibujante y tenía el mejor promedio de la división. Aun en los momentos más duros de la represión disfrutaba de sus clases de dibujo.
Mientras se disponía a cumplir su promesa, la policía ya había liberado la zona que rodeaba el edificio y le daba vía libre al ejército para que actuara. En los primeros minutos de la madrugada del 16 de septiembre, un camión de la fuerza estacionó en la puerta del edificio, descendieron varios uniformados y entraron.
“El portero contó que fueron intimadas a rendición por parte de un grupo de civiles armados que irrumpió violentamente en el hall. Las chicas corrieron escaleras arriba amenazando a los intrusos con abrir fuego, pero la conciencia fatal de que se hallaban en el estrecho pasillo de un edificio de departamentos lleno de familias las hizo desistir de armar un tiroteo. Y buscaron refugio en casa de la tía “Tata”, que a esas horas descansaba ignorándolo todo. Una vez que llegaron allí, trabaron la puerta como pudieron y pensaron en arrojarse hacia alguna terraza lindera, pero estaban en un sexto piso y toda opción era muy arriesgada.
“Durante esas cavilaciones, los matones tumbaron la puerta, encerraron a la sobresaltada dueña de casa en su habitación y redujeron a ambas dirigentes de la UES para encaminarse, acto seguido, al baño del departamento. Retirando la tapa plástica del botón del inodoro, recogieron un gancho del que pendía una bolsa de polietileno que protegía varias armas cortas y algunas pepas (granada de fabricación montonera) perteneciente a la agrupación. La tía, que logró espiar sin ser advertida, pudo apreciar que se movieron con datos precisos. Por último, las sacaron a empujones conduciéndolas a un camión del Ejército apostado frente al edificio, en el que según testimonio de la peluquera del barrio aguardaba personal militar en uniforme de fajina”.1
Jorge en aquel momento estaba viviendo con su esposa Claudia Carlotto y un grupo de compañeros en una casa clandestina. Los golpes de Nelva contra la ventana lo despertaron. No lo podía creer. Quedó en estado de shock. No había certezas de que hacer en una situación así. Sólo salir a buscarla, ¿pero dónde? Salieron los cuatro juntos en el auto de Falcone padre y dieron varias vueltas por la ciudad. Se detuvieron en la Plaza Dardo Rocha. Allí Jorge les recomendó: “Vayan al regimiento 7 de infantería, vayan a la curia, vayan al Partido Justicialista, hagan un habeas corpus”.
Ellos no podían acompañarlos, los dos militaban en Montoneros y por seguridad tampoco volvieron a la casa clandestina. Decidieron ir a un hotel alojamiento. Jorge temblaba y luego de dar algunas vueltas en la habitación se acostó, cerró los ojos y se puso a pensar en María Claudia. Buscaba su sonrisa cómplice, necesitaba descansar; por eso buscó refugio en las palabras mágicas que juntos imaginaron de pequeños para conjurar la adversidad.
–Picoque –repitió–. Picoque, hermana.
Y se durmió.
1 Jorge Falcone, Memorial de Guerra Larga, Un pibe entre ciento de miles, De La Campana, 2001.
María Claudia en su habitación, 1975.
JUNTOS DIMOS POR ABOLIDO EL IMPERIO DE LA TRISTEZA
SIETE AÑOS tuvo que esperar Jorge para conocer a la más importante interlocutora que tendría en la vida. El 16 de agosto de 1960, María Claudia llegaba al mundo para poner fin a sus juegos en solitario. Y aunque al principio se molestó con sus padres por desatender su enojo por jugar con aquel bebé al que no le encontraba ninguna gracia, de a poco, a medida que María Claudia iba creciendo, la incorporó a sus juegos. La condición para ella era que interpretara personajes masculinos. Así fue como en varias oportunidades armaron un pequeño ring sobre un colchón, al mejor estilo Titanes en el Ring, en donde se lucían practicando la famosa “patada voladora”, y copiando el estilo del locutor Rodolfo Di Sarli, comentaban las alternativas del combate.
En los viajes familiares a Mar del Plata o San Clemente del Tuyú, competían acumulando marcas de autos, mientras Falcone manejaba su Ford Falcón y Nelva coqueteaba frente a su espejo de mano.
Para el matrimonio, María Claudia había sido la tan esperada hija mujer. Decidieron llamarla así porque casi nace el día de la virgen, el 15 de agosto, y porque a Nelva le gustaban los nombres que pegaban con María. Cortos, para decirlos juntos. Toda la familia la llamaba así. Con el tiempo sus amigos lo acortarían a Claudia.
Si Jorge tuviera que describir qué es la felicidad, el sonido de la risa de su hermana sería el ejemplo perfecto. Cuenta, en uno de sus escritos, que María Claudia vino al mundo dueña de un histrionismo y una gracia capaz de borrar cualquier recuerdo oscuro que quiera empañar su memoria.
“El vínculo más poderoso que teníamos era el humor. Nos meábamos de la risa, teníamos un humor muy al estilo Capusotto-Alberti, Todo por dos pesos, un humor muy bizarro. Aquel talento innato para el humor María Claudia lo utilizó muchas veces para neutralizar sistemáticamente las pautas de conducta impuestas por nuestros viejos, cargándolos, aunque ligara una paliza”.
Falcone padre era un excelente narrador, y amaba la ciencia ficción decimonónica. Eso fomentó en los hermanos el más febril despliegue de imaginación. De ella nació, en las aburridas siestas, un personaje llamado Owen Chiquituni, interpretado por María Claudia. Muy a su pesar, Jorge heredó la primera mitad de su apellido (Chiqui), que fue su apodo cuando pasó a la clandestinidad. Owen Chiquituni era un demente que se había fugado del loquero y cuya interpretación, a cargo de María Claudia, hacía que Nelva llorara de la risa, en los almuerzos familiares, antes de salir hacia el colegio primario.
Otro momento de felicidad para Jorge y María Claudia era cuando se sentaban en el comedor de la casa, mientras saboreaban las deliciosas rosquitas que preparaba Nelva, a dibujar el Subdesarrollo Cómics, “La Revolución fallida de los Mulatos Mulé”, que, al igual que el coyote con el correcaminos, siempre fracasaban en su intento de emanciparse del yugo del tirano Anastasio Garrastazú Rojas; también crearon a un personaje llamado “Milton El Uruguayo”, que contaba la historia de un desterrado que no hallaba cabida en ningún país de la región; otra creación de los hermanos fue “Santa Rosetta dil Culo”, basada en la leyenda escuchada de Santa María Goretti, una joven supuestamente abusada por bere beres del desierto que se resistió hasta la muerte a perder su virginidad.
“Nosotros teníamos una costumbre que era debatir muchos temas con María Claudia, nos intercambiábamos libros, teníamos una excelente comunicación, y veíamos juntos películas del Grupo Cine Liberación. Y emocionaba verla llorar cuando veía lo que estaba haciendo la dictadura de Onganía con los cañeros tucumanos, en el ‘Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales’, de Gerardo Vallejos.
“La mejor cómplice que tuve en la vida podía sobrellevar muchas situaciones incordiosas, pero no el sufrimiento de un pibe”.
LA GENERACION
DE LOS SUEÑOS PENDIENTES
JORGE TENÍA 18 años cuando comenzó a militar en el peronismo revolucionario. Mientras realizaba sus estudios secundarios, especializados en artes plásticas, en la Escuela Superior de Bellas Artes, se sumó a la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN); en 1973, cuando ingresó a la Facultad de Medicina, empezó a militar en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Finalmente, en 1976, pasó a integrar el Área Federal de Prensa de la organización Montoneros, donde fue el encargado de la elaboración técnica de la revista Evita Montonera. Con sus buenas técnicas de dibujo participó en la confección de una campaña de boicot contra la dictadura militar. En 1978 tuvo que exiliarse junto con su esposa y su hija, para volver al país en la denominada