María Claudia Falcone. Leonardo Marcote

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María Claudia Falcone - Leonardo Marcote


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que se tomaba para apuntalar a sus alumnos más rezagados”.

      Hacia fines de 1966, María Teresa muere en la casa de la calle 8. Jorge tenía 12 años, y fue testigo de su muerte y de los inútiles intentos de su abuelo por reanimarla.

      “Los Falcone éramos una familia media, pero mi viejo no era un médico multimillonario que andaba firmando autógrafos por ahí, o que hacía cirugías estéticas. Era un médico de mutuales de obras sociales metalúrgicas; mi madre ha sido una maestra de escuela pública. Entonces éramos una clase media empobrecida que nunca nos faltó lo elemental, pero que nunca nos sobró nada.

      “Porque yo me acuerdo de la vergüenza de mi viejo cuando no conseguía laburo en ningún lado por ser peronista, y cuando se acabó el hábito de comer un plato de entrada antes de la sopa o del churrasco. Y se acabó, y a veces no había postre, que son pelotudeces frente al dolor y la privación que tiene hoy nuestro pueblo más pobre, desde luego, pero te quiero decir, historiando, para la proporción de lo que era el despojo en aquella época, al tipo le daba pudor, le afectaba en su amor propio esa adaptación forzada a un estándar de vida que no era el que en su apogeo profesional le había brindado a la familia”.

      El 28 de junio de 1966, se produce en el país un nuevo golpe de estado que termina con el gobierno democrático de Arturo Illia. Este nuevo golpe se denominó “Revolución Argentina” y quien lo encabezaba, el dictador Juan Carlos Ongania, deseaba perpetrarse en el poder por 40 años.

      Hacia fines de ese mismo año, Jorge se encuentra terminando la escuela primaria y espera ansioso los resultados de su examen de ingreso a la Facultad de Artes y Medios Audiovisuales.

      Mientras tanto, Nelva intentaba explicarle a María Claudia, que estaba triste por estar finalizando el Jardín de infantes, que en poco tiempo iba a volver a jugar con sus compañeritas en primer grado.

      Claudia, sexto grado 1972.

      EL NORMAL 2

      CLAUDIA TENÍA 4 años cuando ingresó al Jardín de Infantes de la Escuela número 2 Dardo Rocha. En ese mismo colegio hizo la primaria. “El primer día de clase en el jardín muchos chiquitos lloraban. Ella, en cambio, me miró y me dijo: ‘Mamá, ¿cuándo empezamos a dibujar?’. La maestra y yo la miramos sonriendo. Allí nomás comenzó a perfilar esa personalidad tan firme que tendría”, recordó Nelva al escribir una semblanza de María Claudia.

      De muy chica Claudia tenía una rutina que le fascinaba: antes de acostarse elegía un libro y se lo llevaba a su cama para leerlo. Sus favoritos eran los cuentos y las poesías. Aquel hábito de lectura facilito desde muy chica la manera de comunicarse y de expresarse verbalmente. Una vez, la maestra de quinto grado le dijo a Falcone padre: “Doctor, estoy asombrada de cómo se expresa su hija… la fluidez con la que habla”.

      2 Nelva Falcone, “Una joven de ojos glaucos. Semblanza a María Claudia Falcone”. 2000. http://escuelafalcone.blogspot.com.ar/2010/10/50-anos-del-nacimiento-de-maria-claudia.html

      LA GORDITA FALCONE

      “DESDE PRIMERO hasta séptimo grado estuve con ella, nos sentábamos juntas”, recuerda Alejandra Rodríguez Pujol, amiga y compañera en el Normal 2. “Le decían, ‘la gordita Falcone’. Claudia era muy gordita, tenía ojos celestes y un flequillo bien tupido, era muy divertida”.

      Concurrían al turno tarde del Normal 2 y a la salida solían irse juntas a tomar la leche a la casa de los Falcone. Con la supervisión de Nelva, hacían la tarea y luego se divertían jugando a las muñecas en la habitación de Claudia.

      “Dibujaba muy bien, era una artista Claudia, y ella a mí siempre me retaba porque cuando había que hacer una figura humana, yo le hacía siempre los brazos cortos, y ella me decía, ‘¡No te das cuenta Alejandra que le haces los brazos cortos!’, (se ríe) me retaba mal, y entonces ella me los arreglaba y me hacía dibujar los brazos a la distancia que tenían que ser. Era excelente como alumna. Claudia era la chica diez, la que sabía todo y ayudaba a los demás. Yo la admiraba. Era la compañera de oro, y, además de ser muy inteligente y muy capaz, era muy buena compañera”.

      Cuando jugaba con sus amigas, Claudia hacía un gran despliegue de personajes que ella misma había inventado. A partir de su gorrito de pompón surgió, “Ueti-Ueti”, mi pomponcito de lana amarillo; la glamorosa corista “Happyway”; o el caballo “Paisano”, héroe de las pampas. Uno de sus tesoros más preciados era su colección de cajitas de fósforos y de trapitos para vestir muñecas.

      Para su cumpleaños Claudia invitaba a su casa a todos sus compañeros de la escuela. Nelva, que le encantaba festejar los cumpleaños, al culminar la celebración les entrega una bolsa con golosinas a cada chico. Jorge, que soñaba con estudiar la carrera de Cine, en la Facultad de Bellas Artes, para agasajar a la cumpleañera, era el encargado de proyectarle películas en súper 8 milímetros.

      A veces también iban a jugar a la casa de Alejandra. Claudia se quedaba toda la tarde y antes de que bajara el sol, su papá pasaba a buscarla.

      A partir de cuarto grado habían logrado la autorización de sus familias para regresar solas del colegio. Las pocas cuadras que caminaban eran suficientes para matarse de risa con las travesuras de su compañera Maide, calificada por la maestra como “la más traviesa del curso”. Al llegar a la casa de la calle 8 número 1334, Nelva les tenía preparada la merienda.

      “Después de séptimo grado no nos vimos nunca más”. Dice Alejandra, lamentándose. “Me enteré que con un grupo de personas iba a ayudar a las villas, que estaba militando, pero no mucha más información que esa. Recuerdo un año que fui a Luján y entré a la Basílica para conocerla, y las Madres de Plaza de Mayo habían puesto todos los pañuelos con nombres de desaparecidos. Y el primer pañuelo que veo decía el nombre de mi gran amiga: María Claudia Falcone”.

      HIJA DEL ARAMBURAZO

      CUANDO JORGE tuvo su primera filmadora –un regalo que le hicieron sus padres– se pasaba horas frente a un cuaderno, imaginando su nuevo cortometraje. Atrás, desactualizado, había quedado su viejo proyector Ruberg de 16 milímetros. Era el momento de empezar a hacer cine “de verdad” y así fue que le propuso a María Claudia participar de un documental poético titulado “Zoológico”. Los protagonistas eran animales a los que había filmado de forma tal que no se vieran las rejas que los mantenían encerrados, fuera de su ámbito natural. También quería filmarla como si fuera una niña indecisa que dudaba si treparse o no por una escalera de soga, en un parque de juegos de Mar del Plata. Ella, por supuesto, siempre estaba disponible a la hora de imaginar historias. Así fue que intervino en un audiovisual compuesto por 36 diapositivas basadas en las ilustraciones que hacía Jorge; el trabajo se llamó “Sonia en día aburrido”. El aporte de Claudia fue el de ponerle voz a la protagonista.

      Mientras Jorge iba desarrollando su


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