Hilos que tejen la RED. Isabel Sanfeliu

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Hilos que tejen la RED - Isabel Sanfeliu


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En mayo de 2018, la Fundación Napoleón publicó en la editorial Fayard el último de los quince volúmenes de su correspondencia, con un total de 40 497 cartas.

      Los siglos XVIII y XIX contienen numerosos ejemplos de esa afición por la cultura de la comunicación epistolar llevada a veces al exceso. Construirse escribiendo podría ser la fórmula; ¿versión más intimista de la actual omnipresencia en la Red?

      Es evidente que la antigua comunicación epistolar permitía reflexiones que la cibernética obtura; disfrutamos muchas recopilaciones de cartas que se han reconocido como auténticas obras literarias o filosóficas. En cambio, los mensajes actuales se esfuman casi con la velocidad con que se escriben (iba a poner redactan, no me atrevo), además, no se pierde gran cosa con ello. Es cierto que hemos ganado y perdido en el intercambio; la demora en la comunicación epistolar ponía en marcha toda serie de especulaciones, pero también daba pie a la reflexión y a la ponderación de los mensajes.

      En la actualidad, el chat (que proviene del inglés ‘charla’), inaugura una conversación virtual, práctica, apresurada, donde en muchas situaciones se hurta la identidad de los sujetos que intervienen.

      ¿Y qué decir de la grafía personalizada que, por ejemplo, autentifica el mensaje? Buril, cálamo, pincel, pluma de ave o estilográfica requieren entrenamiento y tiempo; el teclado del ordenador —sin duda más ágil que el de las primeras Remington— puede deslizarse casi acompasando nuestro pensamiento. La posibilidad de borrar, cambiar de lugar, añadir un matiz permite el fluir de ideas, esquivando la previa autocrítica.

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      No es lo mismo el chateo con un amigo, un tuit anónimo o una obra literaria; tampoco, hablar del chat de un tipo retraído, de una personalidad expansiva…

      La respuesta fácil —haciendo referencia a las redes— es que se escribe más veces con menos riqueza de contenido. Lo que permanece es la ansiada espera del correo de la mano del cartero o un teléfono móvil. Tempos disparejos, pero la fantasía ante la ausencia de noticias sobrevuela tanto antes como ahora.

      En cuanto a la literatura proliferan pequeñas editoriales en formato digital que hacen más accesible difundir la obra de autores desconocidos. Parece que las cifras desmienten el desalentador futuro que algunos presagiaban al libro en papel; conviven formatos en un universo cada vez más unificado de best sellers encumbrados a veces más por la habilidad mediática que por su valor intrínseco.

      Equívocos hubo siempre, los hay que provocan curiosas situaciones recogidas con gracia por una sátira inteligente. Existe, cómo no, la información tergiversada a voluntad. El autoengaño (denegación) es uno de nuestros mecanismos de defensa inconscientes. ¡Qué elegante fórmula —posverdad— se encontró para distorsionar «legalmente» la realidad! Como si esta no fuera ya suficientemente escurridiza…

      En 1902 Poincaré publica su crítica del pensamiento científico tradicional; tres años más tarde, Einstein con la relatividad hace que cosas aparentemente absurdas resulten creíbles; Saussure siembra dudas acerca de la fiabilidad del lenguaje a la hora de explicar los hechos, la mecánica cuántica amenaza la idea del orden. Es un período cementerio de certezas y cuna de una civilización dubitativa, en la que cada vez es más difícil estar seguro de nada (Fernández-Armesto, 2015, p. 96).

      Un pequeño avance de nuestro cuarto capítulo en lo que concierne a la comunicación. El horizonte del sujeto actual se abre mucho más allá de un contexto familiar, de trabajo o de amistad. Dicho de otra manera, parecería que las redes sociales son cada vez más amplias, salvo en sujetos marginados o aquellos otros que se retiran del mundanal ruido por el aturdimiento que este depara. Este aumento de vínculos —más o menos significativos— diversifica el tipo de intercambio y los temas de interés.

      No es necesario recurrir al paradigma de la complejidad para intuir que, al ensancharse el universo comunicacional, también se incrementa el bullir de ideas, las dudas, la inestabilidad… o la rigidez y el totalitarismo ante el vértigo que la incertidumbre desencadena. Amor y odio son necesarios para nuestra existencia; Heráclito, filósofo del cambio, defiende el conflicto, la lucha de contrarios, como origen de todas las cosas. Un origen turbulento que necesita de remansos para evitar torbellinos letales.

      Estamos en un interesante apartado, la distorsión de mensajes en un contexto social. Lo que da sentido a una institución del tipo que sea es proporcionar medios para alcanzar determinados objetivos. Las inevitables confrontaciones e incongruencias que surgen en el proceso desencadenan crisis que, a su vez, favorecen cambios o iteran el conflicto bloqueando la estructura. Ignacio Ramonet aporta un matiz: «Una institución que no tiene regulación externa está condenada a cometer excesos o a la corrupción» (2015, p. 131). La misma obra incluye una entrevista a Noam Chomsky, que aporta un par de interesantes reflexiones: «Los medios de comunicación son a la democracia lo que la propaganda es a la dictadura» (Ramonet, p. 124), o: «La publicidad, en el fondo, es mucho más eficaz que los sistemas totalitarios» (Ramonet, p. 139). Terreno embarrado sobre el que muchos han intervenido en cualquier época o lugar.

      Es incuestionable que para disfrutar de un cierto margen de libertad —con las inevitables restricciones que imponen la convivencia, un entorno concreto y el bagaje instintivo— es necesario disponer de una serie de referencias a partir de las que formarse un criterio. «Formar – deformar – informar – reformar – transformar, son conceptos que sugieren crecimiento, adquisición de nuevos perfiles, movimiento, transacción entre un afuera y un adentro. El transcurrir de un sujeto es permanente de-in-re-trans… formación, si no fuera así, quedaría atrapado por una mortífera parálisis», escribí en el 2000. Pero estar bien in-formado es un concepto tan subjetivo… ¿Dónde rastrear? ¿Qué es una fuente fidedigna?, ¿la que confirma lo que sospechábamos, la que corrobora nuestras hipótesis? ¿Cuántos sitios web consultar para disponer de un criterio fiable? Y los tiempos de latencia, ¿cómo puede llegar a deformar los hechos el ritmo con que se relatan? La información resulta esencial para esquivar fanatismos y supersticiones, pero el mundo que ofrece Internet no es diáfano, tiene muchos recovecos, grutas y simas que solo grandes espeleólogos alcanzan a intuir.

      Además, detractores del libre albedrío siempre hubo; recordemos el paternalista y castellanizado «todo para el pueblo, pero sin el pueblo» del despotismo ilustrado, culto de la razón… de los escogidos. Una forma quizá de protegerse contra la explosión demográfica de la época al reducirse drásticamente la mortalidad. La muchedumbre sobrecoge al que no forma parte de ella, tanto si viene de otros países sorteando concertinas como si germina sin control en el propio. La Inquisición sirvió de acicate a Voltaire, en su Diccionario filosófico, para escribir un pequeño diálogo sobre la libertad de pensar:

      MEDROSO: Dícese que, si todo el mundo pensara por sí mismo, habría mucha confusión en la tierra…

      BOLDMIND: Todo lo contrario… los tiranos del pensamiento son los que han causado gran parte de las desgracias del mundo. En Inglaterra no fuimos felices hasta que cada uno de sus habitantes gozó con libertad el derecho a exponer su opinión.

      El conde Medroso argumenta entonces que en Lisboa viven tranquilos, aunque nadie está facultado a decir lo que piensa. «Tranquilos, pero no dichosos»; y esta respuesta de lord Boldmind resulta de rabiosa actualidad ante el polémico y falso dilema seguridad/libertad del siglo XXI. Cada cultura tiene sus peculiares modos de perpetuarse, pero una entusiasta credulidad o un receloso escepticismo acostumbran a recibir posibles innovaciones en cualquiera de ellas. De ahí las artimañas con las que se presentan; esa sería una de las posibles causas de los mensajes tergiversados a los que estamos aludiendo. Ambigüedad, verdades a medias o verdades virtuales, el ingenio despliega todo tipo de recursos para lograr adeptos.

      Aunque la distorsión del sentido de un mensaje no tiene por qué


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