Nínive. Henrietta Rose-Innes
Читать онлайн книгу.relaje. Cuando está en reposo y piensa que nadie lo observa, en su cara se perfilan bellas líneas sombrías; igual que a su madre, la melancolía sutil le sienta bien.
El uniforme le queda mejor a Toby que a ella. No hacen uniformes de tamaño adecuado para mujeres de baja estatura y senos grandes. El de Katya está enrollado en las piernas y ceñido en el busto. Es posible adquirir uniformes chinos, confeccionados para gente más menuda, aunque no para gente con pechos. Pero Toby, esbelto y alto, se ajusta en el suyo como un albañil, un cavador de zanjas. Como alguien designado para vestirlo.
En esencia, la tarea de Toby consiste en levantar los objetos más pesados; hay una fuerza sorprendente en esos miembros flacos, similares a los de una araña. Katya lo examina mientras él coloca en su sitio la primera caja de triplay y el vertedero de estaño, lo cual ejecuta de acuerdo con sus cuidadosas especificaciones. Una vez que todo está en su lugar, Toby retrocede y sostiene uno de sus brazos por la espalda, a la altura del codo, en tanto mira hacia arriba, al árbol. La postura resulta difícil de mantener con músculos excesivos en el torso. O con senos. Es una pose que Katya ha visto que adoptan ciertos peones delgados de granjas, en el campo. Como ellos, Toby sabe de qué manera conservar su energía.
De hecho, se trata de la misma actitud corporal del jardinero desgarbado que está de pie, cuesta abajo. Sus brazos y su pierna curvada remedan la postura de Toby; su overol de color azul desvaído contrasta con el de Toby –verde brillante–; y su piel oscura subraya la palidez de Toby. Es como si esperaran representar alguna suerte de danza simétrica.
Tiempo de ponerse en acción. Primero, Katya evalúa el enjambre; camina alrededor del árbol y echa un vistazo hacia arriba y hacia abajo, conjeturando números. Después se encorva y fisga, a unos centímetros, el vello dorsal de las criaturas en la corteza. Es necesario hallar a la oruga líder, al general del ejército. (Un general y no una reina. Para Katya, que decide ignorar los postulados de la biología, todas las orugas son masculinas: soldados rasos. Quizá por sus pequeñas cabezas con yelmos.) Con una mano alcanza el interior, quebranta el flujo y selecciona a un individuo robusto, uno que se ve gordo y jugoso y resuelto, y dotado de una gola particularmente fina de pelaje anaranjado.
Lo mejor es que la cliente esté allí para atestiguar dicho ritual y comprobar la pericia que se requiere, pero en este caso la mujer siente tanta repulsión que observa desde una distancia de cien metros. Katya puede vislumbrarla ahí abajo, en un vestido azul, con las manos sobre sus anchas caderas, atisbando la escena mientras los camareros y los sirvientes se mueven con premura detrás de ella. La música comienza a sonar. Una fiesta con clase: han contratado un cuarteto de cuerdas. Hay una hilera de mesas de caballete con manteles blancos y proveedores de banquetes disponiendo platos y vasos. Pronto se presentarán los invitados.
Katya sitúa el galardón que supone su larva sinuosa en el borde del conducto de escaño, en posición descendente, instigándolo a continuar su camino con ligeros pinchazos. Después, el truco es lograr que se acople el siguiente de la fila, y luego el siguiente, tras los numerosos y blandos talones de su hermano. Una vez que se encuentran en el vertedero, que se va estrechando, les resulta arduo tomar la dirección contraria, de regreso a la corriente. Así está diseñado el sistema. Una vez que se consigue cierto movimiento, todo se vuelve más fácil: las orugas, como los ñus migratorios, poseen un fuerte impulso gregario. Perciben una incitación, comienzan a activarse. Acaso sientan una ansiedad tenue e invertebrada, acaso crean que el enjambre aún no se ha consumado, que este no es el árbol apropiado, que les aguarda un árbol mejor, que quedarán rezagados. Hasta aquí ha llegado Katya en su estudio de la psicología de las orugas.
En breve, una modesta caravana de bestias peludas marchan por el conducto. Una fila de conga. Una vez que ocurre, es hermoso, en cierto modo: un río de carne de oruga mana del árbol, se separa de él y deja las ramas desnudas y agraviadas. Una vez que el cabecilla se desprende del conducto y cae en la caja, ya no hay vuelta atrás, no hay escapatoria.
–¡Yija! –dice Toby. Se menea de un lado a otro, excitado ante la lenta estampida de los gusanos.
Las orugas son fáciles.
El enjambre es muy vasto: sólo ha invadido un árbol, pero se trata de una infestación densa y exhaustiva. Deben emplearse dos cajas. Son contenedores de aduana, con agujeros perforados en las tapas de madera para permitir que los prisioneros respiren. Katya cierra las cajas y las asegura herméticamente con los pestillos; a continuación las apila una sobre otra. Es asombroso lo pesadas que son, oscilan un poco. Katya acerca el oído a la tapa y puede escuchar cómo se desplazan: un sonido húmedo y no el seco trajín escurridizo de los individuos conchudos. Estas pequeñas criaturas son fuertes cuando trabajan juntas. Por separado, uno las destroza con facilidad, aplastándolas con el talón, pero si actúan en conjunto... Katya las imagina alzándola por la fuerza, y a Toby también.
–Muy bien, Tobes –dice Katya–. Misión cumplida. Saquemos a estas preciosuras de aquí.
Toby emplaza sus largos brazos alrededor de las cajas y las levanta. Luego las balancea sobre su cabeza, una mano en cada costado, y desciende sin prisa a lo largo del césped, cantando feliz para sí mismo. La melodía suena a “I Shot the Sheriff”.
No puede evitarlo: Toby es un chico de carácter adorable. Tiene un resplandor que transmite sagacidad, gozo y una disposición de saludar al mundo y darle el beneficio de la duda. Katya siente una efímera vergüenza por desear que él fuera mayor, más escéptico, por imaginar que los años de la juventud de Toby se van fugando.
El jardinero, que en su andar sin rumbo se aproxima, la mira y ella le sonríe. Katya es más afable con este hombre de lo que lo sería si no portara su uniforme.
–¿Cómo las va a matar? –pregunta él.
–No lo hacemos.
–¿Entonces qué?
–Las liberamos en la naturaleza –responde–. Tenemos la estricta norma de no matar.
Este es el punto en el que la mayoría de la gente se echa a reír o frunce el rostro con repugnancia. Pero el jardinero sólo asiente de manera cortés, en tanto cierra, con un clic, la mandíbula de su podadera.
Mientras se acercan a la casa, Katya puede ver que los invitados han comenzado a llegar. Hombres de mediana edad con camisas y pantalones en tonos pastel, mujeres con vestidos de verano. Ella y Toby no están ataviados para mimetizarse en este contexto, tal como indican sus overoles verde rutilante –de la empresa Reubicación Indolora de Plagas (RIP)– y sus palpitantes cajas de captura.
Ahora, Katya divisa nuevamente abajo, en dirección a la piscina, la figura de su empleadora, la señora Brand, dirigiéndose a ellos con ademanes que expresan severidad. Sacudidas de cabeza, gestos que significan que hay que ahuyentar a los intrusos. La señora Brand se siente avergonzada por el problema de las orugas. Las criaturas se han transformado en un enjambre de la noche a la mañana, causándole un disgusto; no puede permitirles que lleven a cabo su congregación a la vista de los quisquillosos invitados.
Katya no desea mezclarse con los asistentes de la fiesta, pero la insolencia de la mujer despierta una voz en su interior que afirma: “Váyase a la mierda, señora”. Katya sonríe y sigue caminando.
Toby la mira con detenimiento, entre las cajas.
–Sólo sigue adelante –dice Katya.
Deciden transitar hacia la entrada principal. Unos cuantos invitados están ubicados junto a la piscina armónicamente curva, tragos en mano; cuando el equipo de trabajo de RIP se torna visible, los invitados se dispersan de modo instintivo. Para ellos, Katya y Toby usan trajes de material peligroso y su botín emite vibraciones radiactivas. Si Katya pudiera producir el ruido de una serpiente de cascabel, lo haría.
Su empleadora es una dama inflexible, guapa, de cabello corto y esmerilado. Su vestido –la cintura constreñida entre las anchas caderas y el pecho– combina con unos ojos tan azules que casi parecen ciegos. Dichos ojos están fijos en Toby y Katya con abierta hostilidad, como si sospechara que en verdad romperán las cajas y esparcirán gusanos por todos lados.
–Se