100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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a la Bruja Maligna rodeada por una multitud de monos, todos ellos dotados de un par de enormes y poderosas alas.

      El más grande de todos, que parecía ser el jefe, voló cerca de la Bruja y le dijo:

      —Nos has llamado por tercera y última vez. ¿Qué nos ordenas?

      —Vayan a buscar a los forasteros que han entrado en mi tierra y elimínenlos a todos salvo al León —ordenó la Bruja—. Tráiganme la bestia, porque quiero ponerle los arreos de un caballo y hacerla trabajar.

      —Tu orden será obedecida —contestó el jefe.

      Luego, sin dejar de parlotear y hacer ruido, los Monos Alados volaron hacia el sitio donde se hallaban Dorothy y sus amigos.

      Algunos de los Monos asieron al Leñador y se lo llevaron por el aire hasta hallarse sobre una región salpicada de rocas muy agudas, y allí dejaron al pobre hombre de hojalata, el que cayó desde muy alto sobre las aguzadas piedras y quedó tan abollado y maltrecho que no pudo moverse ni gemir siquiera.

      Otros se apoderaron del Espantapájaros y con sus largos dedos le arrancaron toda la paja del cuerpo y la cabeza; con el sombrero, las botas y el traje hicieron un atadito que arrojaron sobre las ramas de un árbol muy alto Los otros simios arrojaron unas cuerdas muy fuertes sobre el León y le ataron con innumerables vueltas hasta que no le fue posible arañar ni morder a ninguno. Después lo alzaron por el aire y se lo llevaron volando al castillo de la Bruja, donde lo pusieron en un patio reducido al que rodeaba una alta cerca de hierro, de modo que no le sería posible escapar.

      Mas a Dorothy no le hicieron el menor daño. Con Toto entre sus brazos, se quedó observando el triste destino de sus camaradas mientras pensaba que pronto le llegaría el turno a ella. El jefe de los Monos Alados se le acercó volando, con los largos brazos tendidos y una mueca terrible en su fea cara, pero entonces vio la marca del beso de la Bruja Buena en la frente de la niña y se detuvo de pronto, haciendo señas a los otros para que no la tocaran.

      —No podemos hacer daño a esta niñita —les dijo—. Está protegida por el Poder del Bien, que es mucho más fuerte que el Poder del Mal. Lo único que podernos hacer es llevarla al castillo de la Bruja Maligna y dejarla allí.

      Con gran suavidad, levantaron a Dorothy y se la llevaron volando velozmente hasta llegar al castillo, donde la posaron sobre el escalón de entrada.

      —Te hemos obedecido hasta donde nos fue posible hacerlo —dijo el jefe a la Bruja—. El Leñador y el Espantapájaros han sido eliminados, y el León está atado en tu patio. No nos hemos atrevido a hacer daño a la niña ni al perrito que lleva en sus brazos. Ha cesado el poder que tenías sobre nosotros y no volverás a vernos.

      Acto seguido, sin dejar de reír y chacharear, los monos levantaron vuelo y se perdieron de vista en contados segundos.

      La Bruja Maligna se sintió tan sorprendida como preocupada al ver la marca en la frente de Dorothy, pues sabía muy bien que ni los Monos Alados ni ella misma podrían dañar en absoluto a la niña. Observó los pies de su prisionera, y al ver los zapatos de plata empezó a temblar de miedo, porque conocía perfectamente el mágico poder que tenían. Al principio sintióse tentada de huir de Dorothy, mas al mirar los ojos de ésta vio reflejado en ellos la sencillez de su alma, comprendiendo que la pequeña desconocía el poder de aquel calzado mágico. De modo que rio para sus adentros y pensó: "Todavía puedo hacerla mi esclava, porque no sabe cómo usar su poder".

      En voz alta dijo a Dorothy con gran brusquedad:

      —Ven conmigo y no dejes de hacer lo que te mande. Si no obedeces, terminaré contigo como terminé con el Leñador y el Espantapájaros.

      La niña la siguió por muchas de las hermosas salas del castillo hasta llegar a la cocina, donde la Bruja le ordenó lavar las cacerolas y platos, limpiar el piso y mantener el fuego encendido.

      Dorothy se puso a trabajar con toda humildad, dispuesta a cumplir en todo lo posible, porque se alegraba de que la Bruja Maligna hubiera decidido no matarla.

      Mientras la pequeña estaba ocupada en su trabajo, a la Bruja se le ocurrió ir al patio y poner los arneses al León Cobarde. Estaba segura de que la divertiría mucho hacerle tirar de su carruaje cuando saliera a pasear. Mas al abrir la puerta oyó tal rugido y vio al León saltar hacia ella con tal fiereza que tuvo miedo y volvió a salir corriendo, sin olvidarse de cerrar de nuevo.

      —Si no puedo ponerte los arneses, al menos podré matarte de hambre —le dijo al León por entre los barrotes de la cerca—. No te daré nada de comer hasta que te haya domesticado.

      Y de ahí en adelante no le llevó alimentos al felino prisionero, pero cada día que iba a preguntarle si estaba dispuesto a dejarse poner los arneses, el León respondía:

      —No. Si entras en este patio te morderé.

      La razón de que el León no tuviera que obedecer a la Bruja era que todas las noches, mientras la malvada mujer estaba dormida, Dorothy le llevaba alimentos de la alacena. Después de comer, la fiera se tendía en su lecho de pajas, y Dorothy se acostaba a su lado, y conversaban de sus penurias al tiempo que intentaban idear algún plan para escapar. Mas no podían hallar el medio de salir del castillo, porque las puertas estaban guardadas por los Winkies y estos hombrecillos le temían demasiado a la Bruja como para desobedecerla.

      La niña trabajaba mucho durante el día, y a menudo la amenazaba la Bruja con golpearla con el viejo paraguas que llevaba siempre en la mano; pero en realidad no se atrevía a castigarla debido a la marca que tenía Dorothy en la frente. La pequeña ignoraba esto y temía por sí misma y por Toto. En una oportunidad la Bruja golpeó a Toto con el paraguas y el valeroso perrito se defendió mordiéndola en la pierna. Claro que la malvada mujer no sangró por la herida; pues era tan mala que la sangre se le había secado hacía muchos años.

      La vida de Dorothy se fue tornando muy triste a medida que comprendía lo difícil que le sería regresar al lado de su tía Em. A veces lloraba durante horas enteras, con Toto tendido a sus pies y mirándola fijamente mientras gemía apenado para demostrar lo mucho que sufría por su amita. Al perrito no le importaba realmente si nunca volvían a Kansas o al País de Oz siempre que Dorothy estuviera con él, pero se daba cuenta de que la niña sentíase desdichada, lo cual lo apenaba muchísimo.

      Ahora bien, la Bruja Maligna anhelaba profundamente ser la dueña de los zapatos de plata que calzaba siempre la niña. Sus abejas, sus cuervos y sus lobos yacían muertos, y ya había agotado todo el poder del Gorro de Oro. Si podía apoderarse de los zapatos de plata éstos le darían más poder que todo lo otro que había perdido. En todo momento vigilaba atentamente a Dorothy para ver si alguna vez se quitaba los zapatos y robárselos entonces. Mas la niña estaba tan orgullosa de su bonito calzado que se lo quitaba sólo de noche y cuando iba a tomar su baño. La Bruja le tenía demasiado miedo a la oscuridad para atreverse a entrar de noche en el cuarto de Dorothy a robar los zapatos, y su temor al agua era mayor que su miedo a la oscuridad, de modo que jamás se acercaba cuando la niña se estaba bañando. La verdad es que la vieja Bruja nunca tocaba el agua ni dejaba que el agua la tocara a ella.

      Pero la malvada mujer era muy astuta, y al fin ideó una treta para obtener lo que ansiaba. Colocó un trozo de hierro en medio del piso de la cocina y luego, por medio de sus artes mágicas, hizo el hierro invisible para los ojos humanos. Y ocurrió que cuando Dorothy cruzó la cocina, tropezó con el hierro invisible y cayó de bruces. No se hizo mucho daño, pero en la caída se le salió uno de los zapatos de plata, y antes de que pudiera recuperarlo, la Bruja logró tomarlo y ponerlo en su huesudo pie.

      La mujer sintióse muy complacida por el éxito de su treta, pues mientras tuviera uno de los zapatos era dueña de la mitad de su poder y Dorothy nada podría hacer contra ella, aunque hubiera sabido cómo dañarla.

      Al ver que había perdido uno de sus bonitos zapatos, la niña se encolerizó mucho y dijo a la Bruja:

      —¡Devuélveme mi zapato!

      —Nada de eso —fue la respuesta—. Ahora es mío y no tuyo.

      —¡Eres una malvada! —exclamó


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