100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.medida que avanzaban, el resplandor verdoso se fue tornando cada vez más brillante, lo cual les indicó que estaban llegando al fin de su viaje. Sin embargo, llegó la tarde antes de que llegaran frente a la gran muralla que rodeaba la ciudad. La pared era alta, muy gruesa y de un brillante color verde.
Frente a ellos, donde finalizaba el camino amarillo, veíase una gran puerta doble tachonada de esmeraldas que relucían tanto al sol que hasta los ojos pintados del Espantapájaros quedaron encandilados.
Junto a la puerta había un botón que Dorothy apretó con el dedo, oyendo en seguida un tintineo proveniente del interior. Se abrió con lentitud una hoja de la enorme puerta y al pasar los viajeros se hallaron en una amplia estancia sobre cuyas paredes relucían montones de esmeraldas.
Ante ellos se hallaba un hombrecillo del tamaño de los Munchkins que vestía de pies a cabeza con prendas verdes y hasta la piel tenía de un tinte verdoso. A su lado veíase una gran caja de aquel mismo color.
Al ver a Dorothy y a sus acompañantes, el hombrecillo preguntó:
—¿Qué desean en la Ciudad Esmeralda?
—Hemos venido a ver al Gran Oz —contestó Dorothy. Tanto sorprendió esto al individuo que tuvo que sentarse para pensar un momento.
—Hace muchísimos años que nadie me pide ver a Oz —expresó al fin, meneando la cabeza con gran perplejidad—. Es poderoso y terrible, y si vienen ustedes a molestar con alguna tontería las profundas reflexiones del Gran Mago, es posible que se enfade y los destruya en un abrir y cerrar de ojos.
—Pero no se trata de ninguna tontería —replicó el Espantapájaros—. Es algo importante, y nos han dicho que Oz es un buen Mago.
—Eso es cierto, y gobierna la Ciudad Esmeralda de manera prudente y sabia —manifestó el hombrecillo verde—. Pero para los que no son honrados o quieren verlo por pura curiosidad, es terrible, y son pocos los que han pedido ver su cara. Yo soy el guardián de la puerta, y como piden ver al Gran Oz, tendré que llevarlos a su palacio, pero primero deberán ponerse los anteojos.
—¿Por qué? —preguntó Dorothy.
—Porque si no se pusieran anteojos, el brillo y la gloria de la Ciudad Esmeralda podría cegarlos. Aun los que viven aquí tienen que usar anteojos noche y día. Se los aseguran con llave, pues así lo ordenó Oz cuando se construyó la ciudad, y yo tengo la única llave para abrir las cerraduras.
Abrió la espaciosa caja y Dorothy vio que estaba llena de anteojos de todo tamaño y forma... y todos ellos tenían vidrios verdes. El guardián halló uno apropiado para la niña y se lo puso. Estaba asegurado por dos bandas doradas que rodeaban la cabeza, donde se aseguraba con una cerradura cuya llave llevaba el hombrecillo colgada del cuello. Cuando los tuvo puestos, Dorothy comprobó que no podría sacárselos de ningún modo; pero, claro está, no deseaba que la cegara el resplandor de la Ciudad Esmeralda, razón por la cual no dijo nada.
El hombrecillo puso otros anteojos al Leñador, el Espantapájaros y el León, y aun al pequeño Toto, y aseguró todos ellos con su llavecita.
Después se puso los suyos y les dijo que estaba listo para llevarlos al palacio. Con una llave de oro que descolgó de la pared, abrió una puerta interior y los hizo pasar a las calles de la Ciudad Esmeralda.
CAPÍTULO 11
LA CIUDAD ESMERALDA
Aún con los ojos protegidos por los anteojos verdes, la brillantez de la maravillosa ciudad encandiló al principio a Dorothy y sus amigos. Bordeaban las calles hermosas casas construidas de mármol verde y profusamente tachonadas con esmeraldas relucientes. El grupo de visitantes marchaba sobre un pavimento del mismo mármol verde formado por grandes bloques a los que unían hileras de aquellas mismas piedras preciosas que resplandecían a la luz del sol. Los vidrios de las ventanas eran todos del mismo color verde, y aun el cielo sobre la ciudad tenía un tinte verdoso y los mismos rayos del sol parecían saturados de ese color.
Los transeúntes eran numerosos, tanto hombres como mujeres y niños, y todos vestían de verde y tenían la piel verdosa. Al pasar miraban a Dorothy y a su extraño grupo con expresión asombrada, mientras que los niños corrían a ocultarse detrás de sus madres al ver al León. Pero nadie les dirigió la palabra. Dorothy observó que eran verdes las mercancías exhibidas en las numerosas tiendas de la calle. Se ofrecía en venta golosinas verdosas así como también zapatos, sombreros y ropas de toda clase y de aquel mismo color. En un comercio, un hombre vendía limonada verde, y cuando los niños iban a comprarla, Dorothy vio que la pagaban con monedas del mismo color.
Parecía no haber caballos ni animales de ninguna clase. En cambio, los hombres trasladaban objetos en pequeñas carretillas verdes que empujaban ante sí. Todos parecían felices, satisfechos y prósperos.
El guardián de la puerta los condujo por las calles hasta que llegaron a un gran edificio situado en el centro exacto de la ciudad, y que era el Palacio de Oz, el Gran Mago. Ante la puerta se hallaba de guardia un soldado vestido con uniforme verde y luciendo una larga barba del mismo color.
—Aquí traigo a unos forasteros que quieren ver al Gran Oz —anunció el guardián de la puerta:
—Pasen —invitó el soldado—. Le llevaré el mensaje.
Entraron por la puerta del Palacio y fueron conducidos a una gran estancia alfombrada de verde y con hermosos muebles de ese color tachonados con esmeraldas. El soldado les hizo limpiarse los pies en un felpudo verde antes de que entraran. Cuando se hubieron sentado, les dijo en tono afable:
—Pónganse cómodos mientras voy a la puerta del Salón del Trono y los anuncio a Oz.
Tuvieron que esperar largo tiempo hasta que regresó el soldado, y cuando éste llegó al fin, Dorothy preguntó:
—¿Has visto a Oz?
—No —fue la respuesta—. Jamás lo he visto. Pero hablé con él mientras se hallaba detrás de su biombo y le di vuestro mensaje. Dijo que les concederá una audiencia si así lo desean, pero que cada uno de ustedes deberá entrar solo y únicamente recibirá a uno por día. Por consiguiente, como han de permanecer un tiempo en el Palacio, los conduciré a las habitaciones donde podrán descansar cómodamente después de vuestro viaje.
—Gracias —dijo la niña—. Es una amable atención por parte de Oz.
El soldado hizo sonar un pito verde y en seguida se presentó en la estancia una joven que lucía un bonito vestido de seda verde y tenía cabellos y ojos de ese color. La joven se inclinó ceremoniosamente ante Dorothy al decirle:
—Sígueme y te llevaré a tu habitación.
La niña despidióse de todos sus amigos, excepto de Toto, cargó a éste en sus brazos y siguió a la joven por siete corredores y tres tramos de escaleras hasta llegar a una habitación situada al frente del palacio. Era un dormitorio agradabilísimo, con una cómoda cama de extraordinaria blandura y sábanas de seda verde. En el centro del cuarto había una diminuta fuente que lanzaba al aire un chorro de perfume verde, el que caía luego en un tazón de mármol maravillosamente labrado. Había bonitas florecillas verdes en las ventanas y un estante lleno de libros de ese mismo color. Cuando tuvo tiempo de abrirlos, vio que estaban llenos de extrañas figuras verdosas que le causaron mucha risa por lo cómicas.
En el guardarropa vio numerosos vestidos de la misma tonalidad imperante en la ciudad, todos de seda, satén y terciopelo, y todos de su medida exacta.
—Ponte cómoda —dijo la jovencita—, y si deseas algo haz sonar la campanilla. Oz te mandará llamar mañana.
Dejó sola a Dorothy y se fue a buscar a los otros, a los que también condujo a diferentes dormitorios, y cada uno de ellos se encontró alojado en una parte muy agradable del palacio. Claro que tanta amabilidad no hizo efecto alguno en el Espantapájaros, pues al hallarse solo en su cuarto se quedó parado tontamente a pocos pasos de la puerta, donde esperó hasta que lo llamaron. De nada le serviría acostarse, y no podía cerrar los ojos, de modo que estuvo toda la noche mirando a