100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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para su gran sorpresa, descubrió que ya no era verde, sino blanco. La cinta que rodeaba el cuello de Toto también había perdido su tono verdoso y era tan blanca como el vestido de la niña.

      Pronto dejaron muy atrás a la Ciudad Esmeralda, y a medida que avanzaban iban entrando en terrenos más quebrados y poco productivos, pues no había granjas ni casas en la región del oeste, y nadie trabajaba la tierra.

      El sol de la tarde les dio de lleno en la cara, ya que no había allí árboles que los protegieran con su sombra, y al llegar la noche, Dorothy, Toto y el León estaban muy cansados y se echaron a dormir sobre la hierba, mientras que el Espantapájaros y el Leñador montaban la guardia.

      Ahora bien, la Maligna Bruja de Occidente poseía un solo ojo, mas era tan potente como un telescopio y podía ver en todas partes. Sucedió entonces que, mientras se hallaba sentada a la puerta de su castillo, lanzó una mirada a su alrededor y vio a Dorothy durmiendo en la hierba con sus amigos. Se hallaban muy lejos, pero a la Bruja Maligna le disgustó que estuvieran en su país. Por eso hizo sonar un silbato de plata que tenía colgado del cuello.

      En seguida llegó corriendo desde todas direcciones una manada de lobos enormes, de largas patas, ojos feroces y dientes agudísimos.

      —Vayan a donde están esas personas y háganlas pedazos —ordenó la Bruja.

      —¿No vas a esclavizarlas? —preguntó el jefe de la manada.

      —No —repuso ella—. Uno es de hojalata, otro de paja, una es una chica y el cuarto un león. Ninguno de ellos sirve para el trabajo, así que pueden hacerlos pedazos.

      —Muy bien —dijo el lobo, y se alejó velozmente, seguido por los otros.

      Fue una suerte que el Leñador y El Espantapájaros estuvieran despiertos, pues oyeron acercarse a los lobos.

      —Esta pelea es para mí —dijo el Leñador—. Pónganse detrás de mí y yo los iré enfrentando a medida que lleguen.

      Tomó su hacha, que había afilado muy bien, y cuando se le echó encima el jefe de la manada, el Leñador le cercenó la cabeza limpiamente, dejándolo muerto. No bien pudo levantar de nuevo el hacha llegó otro lobo, el que también cayó bajo el cortante filo del arma. Había cuarenta lobos, y cuarenta veces bajó el hacha para matar a uno, de modo que al fin quedaron todos muertos frente al Leñador.

      Entonces bajó su hacha y fue a sentarse junto al Espantapájaros, quien le dijo:

      —Buena pelea, amigo.

      Esperaron hasta que Dorothy despertó a la mañana siguiente. La niña se asustó mucho al ver el montón de peludos lobos, pero el Leñador le contó lo ocurrido y ella le dio las gracias por haberlos salvado. Luego la niña se sentó a desayunarse y después reanudaron su peregrinación.

      Esa misma mañana salió la Bruja Maligna a la puerta de su castillo y miró con ese terrible ojo que tan lejos veía. Descubrió entonces a sus lobos muertos y a los forasteros que continuaban viajando por su país, lo cual la enfadó mucho más que antes. En seguida dio dos pitadas con su silbato de plata.

      Al conjuro del sonido llegó volando una bandada de cuervos tan numerosa que oscurecieron el cielo. La Bruja Maligna dijo al rey de aquellas aves:

      —Vuelen en seguida hacia los forasteros, arránquenles los ojos y destrócenlos.

      Los cuervos volaron velozmente hacia donde se hallaban Dorothy y sus amigos. Al verlos llegar, la niña sintió muchísimo miedo.

      —Esto me toca a mí —dijo el Espantapájaros—. Acuéstense a mi lado y no sufrirán daño alguno.

      Todos se tendieron en el suelo, salvo el Espantapájaros, quien se quedó de pie con los brazos extendidos. Cuando lo vieron los cuervos, todos se asustaron —como les ocurre siempre que ven un espantapájaros —y no se atrevieron a acercarse más. Pero el rey les dijo:

      —No es más que un hombre relleno de paja. Le arrancaré los ojos a picotazos.

      Y voló directamente hacia el Espantapájaros, el que lo tomó de la cabeza y le retorció el cuello hasta matarlo. Entonces se le echó encima otro cuervo, y el Espantapájaros también lo mató. Eran cuarenta, y cuarenta veces retorció un cuello hasta que al fin quedaron todos muertos a su alrededor. Entonces dijo a sus compañeros que se levantaran y de nuevo emprendieron su viaje.

      Cuando la Bruja Maligna volvió a asomarse y vio muertos a todos sus cuervos, le dio un ataque de furia e hizo sonar tres veces su silbato de plata. Al instante se oyó un silbido ensordecedor y por el aire se acercó un enjambre de abejas negras.

      —¡Vayan donde están los forasteros y mátenlos a aguijonazos! —ordenó la Bruja.

      Las abejas se alejaron velozmente hasta llegar al sitio por donde marchaban Dorothy y sus amigos. Pero ya las habían visto y el Espantapájaros había decidido lo que debía hacerse.

      —Sácame toda la paja y cubre con ella a la chica, al perro y al León —dijo al Leñador—. Así las abejas no podrán picarlos.

      Así lo hizo el Leñador, y mientras Dorothy se tendía al lado del León, sosteniendo a Toto entre sus brazos, la paja los cubrió por completo.

      Al llegar las abejas, no hallaron más que al Leñador, de modo que se lanzaron sobre él y rompieron sus aguijones contra la hojalata sin hacer el menor daño a su víctima, y como las abejas no pueden vivir sin su aguijón, así terminaron todas, yendo a caer diseminadas alrededor del Leñador en pequeños montones oscuros.

      Entonces se levantaron Dorothy y el León, y la niña ayudó al Leñador a rellenar de nuevo al Espantapájaros hasta dejarlo tan bien como siempre. Hecho esto, otra vez emprendieron su viaje.

      Tanto se enfureció la Bruja Maligna al ver muertas a sus abejas que pateó el suelo, hizo rechinar los dientes y se arrancó el cabello. Después llamó a una docena de sus esclavos, que eran los Winkies, les dio unas lanzas muy agudas y les dijo que fueran a destruir a los forasteros.

      Los Winkies no eran personas valientes, pero estaban obligados a obedecer, de modo que echaron a andar hasta que llegaron cerca de Dorothy. Entonces el León lanzó un tremendo rugido al tiempo que saltaba hacia ellos, y los pobres Winkies se asustaron tanto que se alejaron a todo correr.

      Cuando llegaron al Castillo, la Bruja Maligna los golpeó con una correa y los mandó de regreso al trabajo, tras de lo cual se sentó a pensar en lo que podría hacer. No podía entender por qué fallaban todas sus tentativas de destruir a aquellos forasteros. Empero, era una Bruja tan poderosa como malvada, y pronto decidió lo que debía hacer.

      En un armario tenía un Gorro de Oro rodeado por un círculo de brillantes y rubíes, y este gorro era mágico. Quienquiera lo poseyera podría llamar tres veces a los Monos Alados, los que obedecerían las órdenes que se les dieran, mas nadie podía disponer de aquellos extraños seres más de tres veces. La Bruja Maligna había usado ya dos veces el encanto del Gorro: una cuando esclavizó a los Winkies y se erigió en gobernante de su país, cosa en que la ayudaron los Monos Alados. La segunda vez fue cuando luchó contra el mismísimo Oz y lo arrojó de la tierra de Occidente, cosa en la que también la ayudaron los simios. Sólo una vez más podía usar el poder del Gorro de Oro, razón por la cual no le agradaba hacerlo hasta que se hubieran agotado todos sus otros poderes. Pero ahora que había perdido a sus feroces lobos, a sus cuervos y a las abejas negras, y que el León Cobarde había espantado a sus esclavos, comprendió que sólo le quedaba un último recurso para eliminar a Dorothy y sus amigos.

      Así, pues, la Bruja Maligna sacó el Gorro de Oro del armario y se lo puso en la cabeza, hecho lo cual se paró sobre su pie izquierdo y dijo lentamente:

      —¡Epe, pepe, kake!

      Después se paró sobre el pie derecho y agregó:

      —¡Jilo, jolo, jalo!

      Acto seguido se plantó bien sobre ambos pies y gritó a toda voz:

      —¡Zizi, zuzi, zik!

      Y el encanto mágico


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