100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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De modo que todos estaban satisfechos, excepto Dorothy, quien anhelaba más que nunca regresar a Kansas.

      Para su gran júbilo, el cuarto día la mandó llamar Oz, y cuando entró en el Salón del Trono la saludó afablemente.

      —Siéntate, queridita. Creo que he hallado el modo de sacarte de este país.

      —¿Y de regresar a Kansas? —inquirió ella ansiosamente.

      —Bueno, no estoy seguro respecto de Kansas —fue la respuesta—, pues no tengo la menor idea del rumbo a tomar; pero lo principal es cruzar el desierto, y entonces ha de ser fácil hallar el camino de regreso al hogar.

      —¿Cómo puedo cruzar el desierto?

      —Te diré lo que pienso —expresó el hombrecillo—. Cuando vine a este país lo hice en un globo. Tú también viniste por el aire, ya que te trajo un ciclón. Por eso creo que la mejor manera de cruzar el desierto ha de ser por el aire. Ahora bien, para mí es imposible hacer un ciclón, pero ha estado pensando en el asunto y creo que puedo hacer un globo.

      —¿Cómo?

      —Los globos se hacen con seda a la que se recubre de goma para que no escape el gas. En el Palacio tengo seda de sobra, de modo que no será difícil fabricar un globo. Pero en todo este país no hay gas para llenar el globo a fin de que se eleve.

      —Si no se eleva no nos servirá de nada —puntualizó Dorothy.

      —Verdad —contestó Oz—. Pero hay otra manera de hacerlo volar, y es llenándolo de aire caliente. No es tan bueno como el gas, pues si el aire se enfriara el globo caería en el desierto y los dos estaríamos perdidos.

      —¿Los dos? —exclamó la niña—. ¿Irás conmigo?

      —Sí, claro. Estoy cansado de ser tan farsante. Si saliera del Palacio mis súbditos descubrirían muy pronto que no soy un Mago, y entonces se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Por eso tengo que permanecer encerrado en estos salones todo el día, lo cual es cansador. Más me gustaría irme a Kansas contigo y volver a trabajar en el circo.

      —Con gusto acepto tu compañía —dijo ella.

      —Gracias. Ahora, si me ayudas a coser las piezas de seda, empezaremos a confeccionar el globo.

      Dorothy tomó aguja e hilo y, tan pronto como Oz cortaba las piezas de seda de la forma adecuada, ella las iba uniendo. Primero colocó una tira de seda verde clara, luego una verde oscura y después otra verde esmeralda, pues Oz quería dar al globo diversos matices de su color preferido. Tardó tres días en unir las piezas, pero cuando hubo terminado tenían un gran globo de seda verde de más de seis metros de largo.

      Oz le pasó una mano de goma liquida por la parte interior a fin de hacerlo hermético, y luego anunció que el aeróstato estaba listo.

      —Pero necesitamos la canasta para ir nosotros —manifestó.

      Dicho lo cual envió al soldado de la barba verde en busca de un gran canasto de ropa, el que aseguró con muchas cuerdas a la parte inferior del globo.

      Cuando todo estuvo listo, Oz hizo anunciar a sus vasallos que iba a visitar a un gran Mago colega que vivía en las nubes. La noticia cundió rápidamente por la ciudad y todos salieron a ver el maravilloso espectáculo.

      Oz ordenó que llevaran el globo frente al Palacio y la gente lo miró con gran curiosidad. El Leñador había cortado un gran montón de leña que ahora encendió, y Oz mantuvo la boca inferior del globo sobre el fuego a fin de que el aire caliente que se elevaba del mismo fuera llenando la gran bolsa de seda. Poco a poco se fue hinchando el aeróstato y se elevó en el aire hasta que el canasto apenas si tocaba el suelo. Oz saltó entonces al interior del canasto y anunció en alta voz:

      —Me voy a hacer una visita. Mientras falte yo, el Espantapájaros los gobernará, y les ordeno que lo obedezcan como me obedecerían a mí.

      Ya para entonces el globo tiraba con fuerza de la cuerda que lo retenía sujeto al suelo, pues el aire en su interior estaba muy caliente, lo cual lo hacía mucho más liviano que el aire exterior.

      —¡Ven, Dorothy! —llamó el Mago— Apúrate, antes que se vuele el globo.

      —No encuentro a Toto —respondió Dorothy, quien no quería dejar a su perrito.

      Toto habíase alejado por entre la gente para ir a ladrarle a un gatito, y la niña lo halló al fin, lo tomó en sus brazos y corrió hacia el globo. Estaba a pocos pasos del mismo y Oz le tendió la mano para ayudarla a subir, cuando se cortaron las cuerdas y el aeróstato se elevó sin ella.

      —¡Vuelve! —gritó—. ¡Yo también quiero ir!

      —No puedo volver, queridita —respondió Oz desde lo alto—. ¡Adiós!

      —¡Adiós! —gritaron los presentes, y todos los ojos se alzaron hacia el Mago que cada vez se alejaba más y más hacia el cielo.

      Aquella fue la última vez que vieron a Oz, el Mago Maravilloso, aunque es posible que haya llegado a Omaha con toda felicidad y se encuentre allí ahora. Pero sus vasallos lo recordaron siempre con mucho cariño.

      —Oz fue siempre nuestro amigo —se decían uno a otro—. Cuando estuvo aquí construyó para nosotros esta maravillosa Ciudad Esmeralda, y ahora que se ha ido nos dejó al Sabio Espantapájaros para que nos gobierne.

      Así y todo, durante mucho tiempo lamentaron la pérdida del Gran Mago y nada podía consolarlos.

      CAPÍTULO 18

      EN VIAJE AL SUR

      Dorothy lloró amargamente al desvanecerse sus esperanzas de regresar a su hogar, mas cuando pudo pensarlo con calma se alegró de no haberse ido en el globo, y ella, tanto como sus compañeros, lamentó perder a Oz.

      —En verdad sería un ingrato si no llorara al hombre que me dio este hermoso corazón que tengo —le dijo el Leñador—. Quisiera llorar un poco la pérdida de Oz, si es que me haces tú el favor de enjugarme las lágrimas para que no me oxide.

      —Con gusto —respondió ella, y fue a buscar una toalla.

      El Leñador lloró durante varios minutos mientras ella observaba sus lágrimas con gran atención y se las secaba. Cuando él hubo terminado, le dio las gracias y se aceitó minuciosamente con su enjoyada aceitera a fin de no correr riesgos.

      El Espantapájaros era ahora el gobernante de la Ciudad y aunque no era un Mago, la gente se mostraba orgullosa de él.

      —Porque no hay ninguna otra ciudad del mundo gobernada por un hombre relleno de paja —decían.

      Y, que ellos supieran, estaban en lo cierto.

      Un día después que el globo se hubo llevado a Oz, los cuatro amigos se reunieron en el Salón del Trono para hablar de la situación. El Espantapájaros sentóse en el gran sillón y los otros, muy respetuosos, permanecieron de pie ante él.

      —No estamos tan mal —dijo el nuevo gobernante—, pues este Palacio y la Ciudad Esmeralda nos pertenecen y podemos hacer lo que nos plazca. Cuando recuerdo que no hace mucho estaba clavado en un poste en medio de un maizal y que ahora soy el gobernante de esta hermosa ciudad, me siento muy satisfecho con mi suerte.

      —Yo también estoy contento con tener un corazón —manifestó el Leñador—, y en realidad era lo único que ansiaba en el mundo.

      —Por mi parte me alegra saber que soy tan valiente como cualquier otra fiera... si es que no lo soy más —dijo el León con gran modestia.

      —Si Dorothy se contentara con vivir en la Ciudad Esmeralda, todos podríamos ser felices —agregó el Leñador.

      —Pero es que no quiero vivir aquí —protestó la niña—. Quiero regresar a Kansas y vivir con mi tía Em y mi tío Henry.

      —Bien, entonces, ¿qué se puede hacer? —preguntó el Leñador.

      El Espantapájaros


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