100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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motores a quienes hablo, que son motores de aquél; como Boecio y Tulio, los cuales, con la suavidad de su discurso, me inclinaron, como se ha dicho antes, al amor, esto es, al estudio de esta dama gentilísima, la Filosofía, con los rayos de su estrella, la cual es la escritura de aquélla; por donde, en toda ciencia, la escritura se estrella llena de luz, la cual aquella ciencia demuestra. Y, una vez manifestado esto, puede verse el verdadero sentido del primer verso de la canción propuesta, por la exposición ficticia y literal. Y por esta misma exposición puede entenderse suficientemente el primer verso hasta aquella parte donde dice: Éste me hace mirar a una dama. Ahora bien; ha de saberse que esta dama es la Filosofía; la cual es en verdad dama llena de dulzura, adornada de honestidad, admirable de sabiduría, gloriosa de libertad, como en el tercer Tratado, donde se tratará de su nobleza, está manifiesto.

      Y allí donde dice: Quien quiera ver la salud haga por ver los ojos de esta dama, los ojos de esta dama son sus demostraciones, las cuales, dirigidas a los ojos del intelecto, enamoran el alma libre en las condiciones. ¡Oh, dulcísimos e inefables semblantes y súbitos raptadores de la mente humana, que en las demostraciones, en los ojos de la Filosofía aparecéis, cuando ésta a sus amantes habla! En verdad, en nosotros está la salud por la cual quien os mira es bienaventurado y salvo de la muerte, de la ignorancia y de los vicios.

      Donde se dice: Si es que no teme angustia de suspiros, aquí se ha de entender, si no teme labor de estudio y litigio de dudas, las cuales, desde el principio de las miradas de esta dama, surgen multiplicándose, y luego, continuando su luz, producen así como nubecillas matutinas al rostro del Sol, y permanece libre y lleno de certeza el intelecto familiar, como el aire de los rayos meridianos, purgado e ilustrado.

      El tercer verso se entiende todavía por la exposición literal hasta donde dice: El alma llora. Aquí se ha de tener en cuenta alguna moralidad que se puede notar en estas palabras; que no debe el hombre olvidar por un amigo mayor los vicios recibidos del menor; mas si se ha de seguir sólo al uno y dejar al otro, se ha de seguir al mejor, abandonando al otro con alguna honesta lamentación; en la cual da ocasión de que le ame más aquel a quien sigue.

      Luego, donde dice: De mis ojos, no quiere decir sino que fue dura la hora en que la primera demostración de esta dama entró en los ojos de mi intelecto, la cual fue causa muy inmediata de este enamoramiento. Y allí donde dice: Mis iguales, se entienden las almas libres de los míseros y viles deleites y de los hábitos vulgares, y dotadas de ingenio y de memoria, y dice luego: mata; y dice luego: soy muerta; lo cual parece contrario a lo dicho más arriba de la salud de esta dama. Mas ha de saberse que aquí habla una de las partes y allí habla la otra; las cuales litigan diversamente, según está manifiesto más arriba. Por donde no es de maravillar si allí dice sí y aquí dice no, si bien se considera quién desciende y quién sube.

      Luego, en el cuarto verso, donde dice: Un gentil espíritu de amor, entiéndese un pensamiento que nace de mi estudio. Por lo cual ha de saberse que por amor en esta alegoría se entiende siempre ese estudio, el cual es aplicación del ánimo enamorado de la cosa a la cosa misma. Luego cuando dice: De tan altos milagros el adorno, anuncia que en ella se verá el ornamento de los milagros; y dice verdad: que los adornos de las maravillas es el ver la causa de aquéllas, las cuales demuestra, como en el principio de la Metafísica parece sentir el filósofo, diciendo que para ver estos adornos comenzaron los hombres a enamorarse de esta dama. Y de este vocablo, a saber, maravilla, se tratará plenamente en el siguiente Tratado. Todo lo demás que sigue luego de esta canción está suficientemente manifiesto por la argumentación. Y así, al fin de este segundo Tratado, digo y afirmo que la dama de quien me enamoré después del primer amor fue la bellísima y honestísima hija del Emperador del Universo, la cual Pitágoras puso por nombre Filosofía. Y aquí se termina el segundo Tratado, que, como primer manjar, se ha servido antes.

      ****

      TRATADO TERCERO

      Canción segunda

      Amor, que en la mente me habla de mi dama con gran deseo, frecuentemente me trae de ella cosas

      que el intelecto acerca de ellas desvaría.

      Su hablar suena tan dulcemente,

      que el alma que la escucha, y que tal oye dice: «¡Ay, triste de mí! ¡Que yo no puedo decir lo que oigo de mi dama!»

      Cierto que he de dejar ya por el pronto,

      si he de hablar de lo que decir la oigo,

      lo que a entender no alcanza mi intelecto, y de lo que comprende

      gran parte, que decirla no sabría.

      Mas si mis rimas no tuvieran defecto,

      en cuanto a la alabanza que hagan de ella,

      cúlpese de ello al débil intelecto,

      y al habla nuestra, que no tiene fuerza para copiar cuanto el amor le dicta.

      No ve ese sol, que en torno al mundo gira, cosa tan gentil, sino en la hora

      en que luce en la parte en donde mora la dama, de quien amor hablar me hace. Todo intelecto de allá arriba mírala,

      y la gente que aquí se enamora

      en sus pensamientos la encuentra aún, cuando amor deja sentir su paz.

      Su ser tanto complace a Aquel que se lo dio, que infunde siempre en ella su virtud,

      más allá del dominio de nuestro natural.

      Su alma pura,

      que de Él recibe esta salud,

      lo manifiesta en cuanto conmigo lleva, que sus bellezas cosas vistas son.

      Y los ojos de los que están donde ella luce, mensajeros envían al corazón lleno de deseos, que toman aire y se truecan en suspiros.

      A ella desciende la virtud divina, cual sucede en el ángel que la ve;

      y si hay una dama gentil que no lo crea, vaya con ella y contemple sus actos. Allí donde ella habla, desciende

      un espíritu del cielo, portador de fe. Como el alto valor que ella posee,

      está más allá de lo que a nosotros cumple.

      Los actos suaves que ella muestra a los demás, van llamando al amor, en competencia,

      en aquella voz que lo hace oír. De ella decir se puede:

      Noble es cuanto en la dama se descubre, y hermoso cuanto a ella se asemeja;

      y puédese decir que su semblante ayuda a consentir en lo que parece maravilla; por donde nuestra fe recibe apoyo.

      Por eso fue así ordenada por siempre. Cosas se advierten en su continente que muestran placeres del paraíso; quiero decir en los ojos y en su dulce risa, en donde Amor tiene su lugar propio. Deslumbran nuestro intelecto,

      como el rayo del sol a un rostro frágil; y, pues no las puedo mirar fijamente, heme de contentar con decir poco.

      Su belleza llueve resplandores de fuego, animados de espíritu gentil,

      creador de todo buen pensamiento;

      y rompen como un trueno

      los vicios innatos que a los demás hacen viles. Por eso la dama que vea su belleza

      en entredicho, porque no parece humilde y quieta, mire a la que es ejemplo de humildad.

      Éste que humilla a todo ser perverso,

      fue por Aquél pensada que creó el Universo. Canción, parece que hablas al contrario

      de cuanto dice una hermana que tienes;

      pues que esta dama que tan humilde muestras,

      ella la llama fiera y desdeñosa.

      Sabes que el cielo siempre es luciente y claro, y cuán no se enturbia en sí jamás;

      mas nuestros ojos asaz

      llaman a la estrella tenebrosa;

      así cuando ella la llama orgullosa


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