100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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tanto, que paréceme fiero

      todo cuanto veo allí donde ella me oiga. Excúsate así, si lo has menester,

      y cuando puedas, a ella te presenta, y dile: «Mi señora, si os es grato,

      yo por doquier tengo de hablar de vos».

      I

      Como en el Tratado precedente se refiere, mi segundo amor tuvo comienzo en el semblante misericordioso de una dama. El cual amor, luego, encontrando mi vida dispuesta para su ardimiento, a guisa de fuego, se encendió de pequeña en grande llama; de tal modo que no solamente velando, sino durmiendo, dábame su luz en la cabeza. Y no se podría decir ni entender cuán grande era el deseo que de verla me daba amor. Y no solamente estaba así tan deseoso de ella, sino de todas las personas que tuviesen con ella alguna proximidad, ya de familia, ya de algún parentesco. ¡Oh, cuántas noches hubo en que cerrados ya los ojos de las demás personas descansaban durmiendo, y los míos miraban fijamente en el habitáculo de mi amor! Y del mismo modo que el multiplicado incendio quiere mostrarse al exterior (porque estar oculto es imposible), me entraron ganas de hablar de amor, el cual no podía existir en modo alguno. Y aunque podía tener poco dominio de mi consejo, sin embargo, tanto por voluntad de amor o por mi solicitud me acerqué a él varias veces, que deliberé y vi que, hablando de amor, no había discurso más hermoso y de más provecho que aquel en que se encomiaba la persona a que se amaba.

      Y para esta deliberación me serví de tres razones, una de las cuales fue el propio amor de sí mismo, el cual es principio de todos los demás; del mismo modo que ve cada cual que no hay modo más lícito ni cortés de hacerse honor a sí mismo que honrar al amigo.

      Porque dado que no pueda haber amistad entre desiguales, donde quiera que se ve amistad se supone igualdad, y donde quiera que se entiende amistad, son comunes la alabanza y el vituperio. Y de esta razón, dos grandes enseñanzas se pueden deducir: es la una el no querer que ningún vicioso se muestre amigo, porque con ello se cobra opinión nada buena de aquel que se hace amigo; la otra es que nadie debe censurar a su amigo públicamente, porque a sí mismo se da con un dedo en el ojo, si bien se mira la razón antedicha.

      La segunda razón fue el deseo de la duración de esta amistad. Por lo cual, se ha de saber que, como dice el filósofo en el noveno de la Ética, en la amistad de las personas de condición desigual ha de haber, para conservar aquélla, una proporción tal entre ellas, que casi reduzca la desigualdad, como entre el señor y el siervo. Porque aunque el siervo no puede devolver igual beneficio, al señor cuando es favorecido por éste, debe sin embargo devolvérselo cuanto mejor pueda con tanta solicitud y franqueza, que lo que es igual per se, se haga igual por la demostración de buena voluntad en que la amistad se manifiesta, afirma y conserva. Por lo cual yo, considerándome más pequeño que esta dama y viéndome favorecido por ella, me esfuerzo en encomiarla según mi facultad, la cual, si no es igual de por sí, al menos la pronta voluntad demuestra que si más pudiese más haría, y así se hace igual a la de esta dama gentil.

      La tercera razón fue un argumento de previsión, porque, como dice Boecio: «No basta con mirar solamente aquello que está ante los ojos, es decir, el presente; y por eso nos es dada la previsión, que mira más allá de aquello a lo que puede suceder». Digo que pensé que muchos a mis espaldas acusaríanme quizás de liviandad de ánimo, oyendo que había trocado mi primer amor. Por lo cual, para disculparme de este reproche, no había ningún argumento mejor que decir cómo era la dama que me había cambiado. Porque por su excelencia manifiesta se puede considerar su virtud; y por la comprensión de su grandísima virtud se puede pensar que toda estabilidad de ánimo es mudable por ella; y así no me juzgarían liviano y nada estable. Me propuse, pues, alabar a esta dama, si no como ella mereciese, al menos en cuanto yo pudiese; y comencé a decir:

      Amor, que en la mente me habla.

      Esta canción tiene principalmente tres partes. La primera es todo el primer verso, en el cual se habla a manera de proemio. La segunda son los tres versos siguientes, en los cuales se trata de lo que se quiere decir, esto es, la alabanza de la gente; la primera de las cuales comienza: No ve ese sol que en torno al mundo gira. La tercera parte es el quinto y último verso, en el cual, dirigiendo mis palabras a la canción, la purgo de toda duda. Y de estas tres partes se ha de hablar por orden.

      II

      Empezando, pues, por la primera parte, que ordenada fue a modo de proemio de esta canción, digo que es menester dividirla en tres partes. Porque, primero, se apunta la inefable condición de este tema; segundo, se refiere mi insuficiencia. para tratarlo con perfección; y comienza esta segunda parte en:

      Cierto que he de dejar ya por el pronto. Por último, me excuso con insuficiencia, de la cual no se debe atribuirme la culpa; y comienzo esto cuando digo: Mas si mis rimas tuvieran defecto.

      Digo pues: Amor, que en la mente me habla, donde principalmente se ha de ver quién es el que así razona y qué lugar es ése en el que digo que habla. Amor, tomándolo en verdad y considerándolo sutilmente, no es sino unión espiritual del alma con la cosa amada, a la cual unión corre el alma por su propia naturaleza pronto o tarde, según esté libre o impedida. Y la razón de tal naturalidad puede ser ésta: toda forma substancial procede de su primera causa, la cual es Dios, conforme está escrito en el libro de las causas; y no reciben diversidad por aquélla, que es simplicísima, sino por las causas secundarias y la materia a que desciende, por lo cual escrito está en el mismo libro, tratando de la infusión de la bondad divina: «y hacen diversas las bondades y dones por el concurso de la cosa que recibe». Por lo cual, dado que todo efecto conserve algo de la naturaleza de su causa, como dice Alpetragio cuando afirma que lo que es causado por cuerpo circular tiene en algún modo esencia circular, toda forma tiene en alguna manera esencia de la naturaleza divina, no porque la naturaleza divina se haya dividido y comunicado a aquéllas, sino que participan de ella, casi del mismo modo que las demás estrellas participan de la naturaleza del sol. Y cuanto más noble es la forma, tanto más tiene de esta naturaleza. Por donde el alma humana, que es la forma más noble de cuantas se han engendrado bajo el cielo, participa más de la naturaleza divina que ninguna otra. Y como es naturalísimo en Dios el querer ser -porque, como se lee en el libro alegado, lo primero es el ser y antes de él no hay nada-, el alma humana quiere ser con todo su deseo. Como su ser depende de Dios, y por Aquél se conserva, naturalmente desea y quiere estar unida a Dios para fortificar su ser. Y como en las bondades de la naturaleza muéstrase la razón divina, acaece que naturalmente el alma humana se une por vía espiritual con aquéllas, tanto más presto y fuertemente, cuanto más perfectas se muestran. El cual aspecto depende de que el conocimiento del alma sea claro o dificultoso. Y esta unión es la que nosotros llamamos amor, por el cual se puede conocer cómo es por dentro el alma, viendo por fuera a quienes ama. Este amor, es decir, la unión de mi alma con la dama gentil, en la cual se me mostraba asaz de la luz divina, es el razonador que digo; pues que de Él nacían continuos pensamientos que contemplaban y examinaban el mérito de la dama que espiritualmente habíase hecho una misma cosa conmigo.

      El lugar en que digo que el tal me habla es la mente; mas con decir que es la mente, no se entiende mejor que antes; y por eso hemos de ver lo que esa mente significa propiamente. Digo pues, que el filósofo, en el segundo del

      Alma, dividiendo sus potencias, dice que el alma tiene principalmente tres potencias, a saber: vivir, sentir y razonar; y dice también mover; mas ésta puede considerarse una con el sentir, porque toda alma que siente con todos los sentidos o con sólo alguno, se mueve; de modo que el mover es una potencia unida al sentir. Y, según dice, es manifiesto que estas potencias están entre sí, de suerte que la una es fundamento de la otra. Y la que es fundamento puede ser dividida por sí; mas la otra que sobre ésta se funda no puede ser dividida por aquélla. Por donde, la potencia vegetativa, por la cual se vive, es fundamento sobre el cual se siente, es decir, se ve, se oye, se gusta, se huele y se toca; y esta potencia vegetativa puede ser alma por sí sola, como vemos en las plantas todas. La sensitiva no puede existir sin aquélla; no se encuentra cosa alguna que sienta, que no viva. Y esta potencia sensitiva es fundamento de la intelectiva, es decir, de la razón; y por eso en las cosas animadas mortales no se encuentra la potencia razonadora sin la sensitiva; mas la sensitiva se encuentra sin ésta, como vemos en las bestias, en los pájaros


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