100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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Y por eso ha de saberse, según la opinión del filósofo en el tercero de la Ética, que el hombre es merecedor de alabanza o de vituperio sólo en aquellas cosas que está en su poder hacer o no hacer; pero en aquellas para las cuales no tiene poder, no merece vituperio o alabanza; porque una y otro han de atribuirse a los demás, aunque las cosas formen parte del hombre mismo. Por lo cual nosotros no debemos vituperar al hombre porque sea feo de cuerpo de nacimiento, porque no estuvo en su poder el ser hermoso; mas hemos de vituperar la mala disposición de la materia de que está hecho, que fue principio del pecado de la naturaleza. Y así no debemos alabar al hombre porque sea hermoso de cuerpo de nacimiento, pues que no fue él quien tal hizo; pero debemos alabar al artífice, es decir, a la naturaleza humana, que tanta belleza produce en su materia, cuando no se lo impide ésta. Por eso dijo bien el sacerdote al emperador que se reía escarneciendo la fealdad de su cuerpo:

      «Dios es Nuestro Señor; Él nos hizo, y no nosotros a Él»; y están estas palabras del profeta en un verso del Salterio, escritas ni más ni menos como en la respuesta del sacerdote. Y por eso vemos que los desgraciados mal nacidos ponen todo su esfuerzo en acicalar su persona, que debe ser en todo honesta, que no hay más que hacer, sino adornar la obra ajena y abandonar la propia.

      Volviendo, pues, a lo propuesto, digo que nuestro intelecto, por defecto de la virtud, de la cual deduce lo que ve -que es la virtud orgánica-, es decir, la fantasía, no puede ascender a ciertas cosas, porque la fantasía no le puede ayudar, pues que no tiene con qué; como son las sustancias mezcladas de materia; de las cuales, si podemos tener alguna de aquellas consideraciones, no las podemos entender ni comprender perfectamente. Y por ello no se ha de culpar al hombre, pues que no fue quien tal defecto hizo; antes bien, lo hizo la Naturaleza universal, es decir, Dios, que quiso privarnos en esta vida de esa luz; y sería presuntuoso razonar el por qué Él hiciera tal. De modo que si mi consideración me transportaba adonde el intelecto, faltábale fantasía;,si yo no podía entender, no soy culpable. Además se ha puesto límite a nuestro ingenio para todas sus obras, no por nosotros, sino por la Naturaleza universal; y por eso se ha de saber que son más amplios los términos del ingenio para pensar que para hablar, y más amplios para hablar que para señalar. Por lo tanto, si nuestro pensamiento, y no sólo el que no llega a perfecto intelecto, sino también aquel que termina en perfecto intelecto, es vencedor del lenguaje, no ha de culpársenos, pues que no somos autores de ello. Es por eso manifiesto que me disculpo en verdad cuando digo: cúlpese de ello al débil intelecto y al habla nuestra, que no tiene fuerza para copiar cuanto et amor le dicta. Por lo que se debe ver asaz claramente la buena voluntad, a la cual se debe respeto en los méritos humanos. Y así, entiéndase ora ya la primera parte principal de esta canción, que tenemos entre manos.

      V

      Una vez que, explicada la primera parte, se ha declarado su sentido, menester es seguir con la segunda. De la cual, a fin de ver mejor, se han de hacer tres partes, conforme a los tres versos que comprende. Porque en la primera parte encomio a esta dama por entero y en general, así en cuanto al alma cual en cuanto al cuerpo; en la segunda desciendo a la alabanza especial del alma, y en la tercera, a la alabanza especial del cuerpo. La primera parte comienza: No ve ese sol que en torno al mundo gira; la segunda comienza:

      Desciende en ella la virtud divina; la tercera comienza: Cosas se advierten en su continente; y tales partes se han de razonar según este orden.

      Digo pues: No ve ese sol que en torno al mundo gira; donde se ha de saber, para tener perfecta inteligencia de ello, cómo gira el sol en torno al mundo.

      Primeramente digo que por el mundo yo no entiendo aquí todo el cuerpo del Universo, sino realmente la parte del mar y de la tierra, que, siguiendo la voz vulgar, así se acostumbra llamar. Por lo cual hay quien dice: «Ése ha visto todo el mundo», por decir la parte del mar y de la tierra.

      Este mundo quisieron decir Pitágoras y sus secuaces que era una de las estrellas, y que otra de igual conformación le estaba opuesta; y llamábala Antictona. Y decía que estaban ambas en una esfera que daba vueltas de

      Oriente a Occidente, y. por esta revolución giraba el sol en torno a nosotros y ora se veía y ora no. Y decía que en medio de éstas estaba el fuego, suponiéndole cuerpo más noble que el agua y que la tierra, y suponiéndole nobilísimo centro entre los lugares de los cuatro cuerpos simples. Y por eso decía que el fuego, cuando aparecía subir, en realidad, descendía al centro.

      Platón fue luego de otra opinión, y escribió en un libro suyo, que se llama

      Timeo, que la tierra y el mar eran el centro de todo, más que su redondo conjunto giraba en torno a su centro, siguiendo el primer movimiento del cielo; sino que tarda mucho, por su densa materia y por la grandísima distancia de aquél.

      Estas opiniones son reputadas falsas en el segundo de Cielo y Mundo por aquel glorioso filósofo, al cual la naturaleza abrió más sus secretos, y por quien se ha demostrado que este mundo, es decir, la tierra, permanece fija y estable sempiternamente. Y las razones que Aristóteles dice para deshacer éstas y afirmar la verdad no es mi intención referir aquí; porque bástale a la gente a quien hablo el saber por su grande autoridad que la tierra está fija y no gira, y que con el mar es centro del cielo.

      Este cielo gira en torno a ese centro continuamente, como vemos; en el cual giro ha de haber necesariamente dos firmes polos, y un círculo igualmente distante de aquéllos, que gire principalmente. De estos dos polos, el uno es manifiesto a casi toda la tierra descubierta, a saber, el septentrional; el otro está casi oculto a casi toda la tierra, a saber, el meridional. El círculo que en medio de éstos se entiende es aquella parte del cielo bajo la cual gira el sol cuando va con Aries y con Libra.

      Por lo cual se ha de saber que si una piedra pudiese caer de este polo nuestro, caería más allá del mar Océano, precisamente sobre la superficie del mar, donde si estuviese un hombre, la estrella estaría siempre sobre su cabeza; y calculo que de Roma a este lugar, yendo derecho a través de los montes, habrá una distancia de casi dos mil setecientas millas, poco más o menos. Imaginemos, pues, para ver mejor, que en este lugar que dije hubiera una ciudad y que tenga por nombre María.

      Digo, además, que si del otro polo, a saber, el meridional, cayese una piedra, caería sobre la superficie del mar Océano, que en esta bola está precisamente opuesto a María; y creo que de Roma, adonde caería esta segunda piedra, yendo derecho por el Mediodía, habrá una distancia de siete mil quinientas millas, poco más o menos. Y aquí imaginemos otra ciudad que tenga por nombre Lucía, a una distancia de cualquier parte que se tire la cuerda de diez mil doscientas millas; y entre una y otra, medio círculo de esta bola; de modo que los ciudadanos de María apoyen los pies contra los pies de los de Lucía.

      Imaginémonos, además, un círculo sobre esta bola que esté en cualquiera de sus partes tan lejos de María cuanto de Lucía. Creo que este círculo -a lo que yo entiendo, por las opiniones de los astrólogos y por la de Alberto de la Magna en el libro De la naturaleza de los lugares y De las propiedades de los elementos, y aun por el testimonio de Lucano en su libro noveno -dividía esta tierra descubierta del mar Océano, allá en el Mediodía, casi por los límites del primer clima, donde están, entre otras gentes, los garamantas, que están casi siempre desnudos, a los cuales llegóse Catón con el pueblo de Roma huyendo del dominio de César.

      Señalados estos tres lugares sobre esta bola, puede verse fácilmente cómo el sol gira en torno suyo. Digo, pues, que el cielo del sol da vueltas de Oriente a Occidente, no derechamente contra el movimiento diurno, es decir, del día y de la noche, sino torcidamente contrario. De modo que su medio círculo, que está por igual entre sus polos, en el cual está el cuerpo del sol, siega en dos partes opuestas el círculo de los dos primeros polos, a saber, en el principio del Aries y en el principio de la Libra; y de él parten dos arcos, uno hacia el Septentrión y otra hacia el Mediodía. Los puntos de los cuales arcos se alejan por igual del primer círculo por todas partes veintitrés grados, y uno de los puntos más; y uno de los puntos es el principio de Cáncer, y el otro es el principio de Capricornio. Por eso acaece que María ve en el principio del Aries, cuando el sol está bajo el medio círculo de los primeros polos, que el propio sol gira alrededor del mundo en torno a la tierra o al mar, como una muela, de la cual no aparece sino medio cuerpo; y que lo ve venir ascendiendo


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