100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.Canción tercera
Las dulces rimas de amor que yo solía buscar en mis pensamientos,
es menester que deje, y no porque no espere
volver a ellas,
mas porque los altivos actos y desdeñosos que en mi dama
han aparecido, cerrado hanme el camino del hablar usual.
Y pues que me parece que es tiempo de esperar, depondré el suave estilo
que en el tratar de amor he usado; del valor hablaré,
por el cual es el hombre en verdad noble,
con rima áspera y sutil, reprobando el juicio falso y vil de los que quieren que de la nobleza
sea origen la riqueza.
Y comenzando, llamo a aquel señor que en mi dama y en los sus ojos mora por el cual de sí misma se enamora.
Uno imperó que quiso que Nobleza conforme a su entender,
fuese antigua posesión, a sostener con bellos mandamientos.
Y hubo otro de saber aún más liviano, pues que dicho tal revocó
y la última partícula borró, porque tal vez él no la tenía. Detrás de éste van todos aquellos
que ennoblecen a otro por la estirpe que de antiguo ha gozado de riqueza.
Y así tanto ha durado
esa falsa opinión entre nosotros, que llámasele noble
a quien puede decir: «Yo he sido hijo o nieto de tal hombre valiente», aunque eso nada valga.
Mas vilísimo parece a quien mira la verdad, quien ha descubierto el camino y luego lo yerra, de suerte que está muerto y anda por la tierra. Quien define: El hombre es un leño animado, primeramente no dice verdad,
y después no habla por entero. Mas tal vez no sé más. Igualmente quien tuvo imperio erró en el definir,
pues que primero expone la mentira, y de otra parte procede con defecto.
Que las riquezas -como se cree-no pueden dar nobleza ni quitarla, porque son viles por naturaleza. Pues quien pinta una figura,
si no puede estar en ella, no la puede exponer; ni la enhiesta torre
desvía al río, que de lejos corre.
Por viles se las tiene e imperfectas, porque aunque están guardadas, no dan tranquilidad, antes cuidados. De aquí que el ánimo recto y veraz, por su correr no deslumbra.
No quieren que el villano noble se haga ni quien de padre villano descienda,
ningún nacido que jamás noble se entienda. Tal lo confiesan ellos.
Por lo cual, la razón es bien que se ofenda, en tanto que se afirma
que necesita la Nobleza tiempo, y así la definiendo.
Síguese, pues, de cuanto llevo dicho, que todos somos nobles o villanos, o que no tuvo el hombre principio; mas yo a tal no consiento,
ni ellos tampoco, no, si son cristianos, que al intelecto sano
manifiesto es cuán son sus dichos vanos, y yo también por falsos los repruebo,
/ de ellos me aparto;
y decir ora quiero, cual lo siento,
qué es la nobleza y de dónde procede, y diré las señales que el noble ostenta.
Digo que la virtud principalmente procede de una raíz,
virtud entiendo que hace al hombre feliz en su ejercicio.
Es ésta -según la Ética dice-un hábito de elección,
el cual mora en el medio solamente,
y las palabras pone.
Digo que la nobleza en su razón siempre importa el bien de su sujeto, cual la villanía siempre importa el mal; y tal la virtud
da siempre a otro de sí buen intelecto; porque en el mismo dicho
convienen ambas y en el mismo efecto,
por lo cual menester es que una de otra proceda, o de un tercero las dos;
mas si la una lo que la otra vale,
y aún más, de ella procederá más bien,
y lo que he dicho aquí, téngase por supuesto. Hay nobleza donde quiera que hay virtud, mas no virtud donde ella está;
lo mismo que cielo es donde hay estrellas, y no la viceversa.
Así, en las damas y en la edad juvenil vemos esta salud,
en cuanto pudorosas se nos muestran, lo cual de la virtud es diferente.
Con que vendrá como del negro el pérsico, de ésta toda virtud,
o su generación, como antes dije. Más nadie se envanezca
diciendo: «Yo la tengo por mi estirpe; porque son como dioses
los que tal gracia poseen, con exclusión de toda culpa Porque sólo Dios al alma lo da,
que ve en su persona
estar perfectamente; del modo que a algunos se adhiere la semilla de felicidad,
puesta por Dios en el alma bien dispuesta. El alma adornada con bondad tal
no puede permanecer escondida;
porque apenas con el cuerpo se desposa, la ostenta hasta la muerte.
Obediente, dulce y pudorosa es en la edad primera,
y su persona ornada de beldad en todas sus partes.
Es en la juventud templada y fuerte,
llena de amor y cortés alabanza, y sólo con la lealtad se deleita. Es en su senectud
prudente y justa, y generosa se oye llamar gozando en sí misma
con oír y hablar de la virtud ajena. Luego en la cuarta parte de la vida, con Dios de nuevo se desposa,
contemplando el fin que la espera, y bendice los tiempos pasados.
¡Ved ahora cuántos son los engañados! Irás, oh mi canción, contra el que yerra, y cuando llegues
al lugar donde esté nuestra dama
no le encubras tu menester.
Puedes decirle ciertamente:
«Yo voy hablando así de vuestra amiga».
I
Amor, según la concorde opinión de los sabios que de él hablan, y según lo que vemos por continua experiencia, es lo que une y junta al amante con la persona amada. Por lo cual, dice Pitágoras: «En la amistad nace uno más». Y como quiera que las cosas unidas comunícanse por naturaleza sus cualidades, y aun a veces la una se cambia del todo en la naturaleza de la otra, acaece que las pasiones de la persona amada entran en la persona amante, de modo que el amor de la una se comunica a la otra, y asimismo el odio, el deseo y toda otra pasión. Por lo cual, los amigos del uno son amados por el otro, y odiados los enemigos; por lo que el proverbio griego dice: «Todas las cosas deben ser comunes en los amigos». De aquí que yo, una vez que me hice amigo de esta dama nombrada en la veraz exposición de más arriba, comencé a amar y a odiar, según su amor y su odio. Comencé, pues, a amar a los secuaces de la verdad y a odiar a los secuaces del error y la falsedad, como ella hace.
Mas como quiera que toda cosa por sí es digna de ser amada y ninguna merece ser odiada, sino porque le haya sobrevenido maldad, lo razonable y honesto es no odiar las cosas, sino la maldad de las cosas, y procurar apartarse de ellos. Y eso si hay persona que se lo proponga, mi dama muy principalmente; quiero decir, el apartar la maldad de las cosas, la cual es causa de odio, dado que en ella reside toda la razón y es fuente de honestidad.