David Copperfield. Charles Dickens

Читать онлайн книгу.

David Copperfield - Charles Dickens


Скачать книгу
la misma razón, reforzada sin duda por la antipatía, muy rara vez me permitían visitar a Peggotty. Fiel a su promesa, ella venía a verme a los alrededores una vez por semana, y ninguna con las manos vacías; pero muchas y amargas eran las decepciones que sufría cuando me negaban el permiso para ir a su casa. Algunas veces, sin embargo, aunque de tarde en tarde, me permitían ir, y entonces observé que Barkis era un poco roñoso, o, según la expresión de Peggotty, un poquito agarrado, y guardaba el dinero debajo de la cama en una caja, en la que pretendía no tener más que ropa. En aquel cofre guardaba sus riquezas con una tenacidad perseverante, y para obtener un poco de dinero hacían falta grandes artificios. Así, Peggotty tenía que preparar un largo y convincente discurso para sacarle el dinero todos los sábados.

      Todo aquel tiempo era tan consciente de que, por mucho que prometiera, mi inteligencia se atrofiaría a causa de mi abandono, que habría sido completamente desgraciado de no tener mis antiguas novelas. Eran mi único consuelo; nos hacíamos mutuamente compañía, y yo no me cansaba de releerlas.

      Y ahora llegamos a una época de mi vida de la que nunca perderé la memoria y cuyo recuerdo ha venido a menudo, a mi pesar, como una pesadilla, a entristecer mis tiempos más dichosos.

      Había salido una mañana a vagar pensativo, como siempre, en mi vida solitaria, cuando al volver la esquina de un sendero, cerca de nuestra casa, me encontré a míster Murdstone que paseaba con otro caballero. En mi confusión iba a pasar de largo, cuando aquel caballero me gritó:

      -¡Eh! ¡Brooks!

      -No, David Copperfield.

      -No me digas. Eres Brooks, Brooks de Shefield; ese es tu nombre.

      Al oír aquellas palabras miré al desconocido con mayor atención. Su risa acabó de convencerme de que le conocía: era míster Quinion, a quien fui a ver a Lowestof con míster Murdstone antes… (pero poco me importa cuándo: no quiero recordarlo).

      -¿Cómo estás y dónde te educas, Brooks? Me dijo míster Quinion.

      Había puesto su mano sobre mi hombro y me hizo dar la vuelta para pasear con ellos. Yo no sabía qué decir, y miré confuso hacia míster Murdstone.

      -Ahora está en casa —dijo este último-, y no está educándose en ninguna parte. No sé qué hacer con él; es difícil de manejar.

      Aquella antigua mirada hipócrita se detuvo un momento en mí, y después sus ojos oscuros se separaron de los míos con un fruncimiento de aversión.

      -¡Hum! -dijo míster Quinion, mirándonos a los dos-. ¡Qué tiempo tan hermoso!

      Siguió un silencio, y yo estaba pensando cómo desprender mi hombro de su mano para marcharme, cuando dijo:

      -Supongo que seguirás siendo un muchacho muy despierto, ¿eh, Brooks?

      -Sí, inteligencia no le falta —dijo míster Murdstone con impaciencia-; pero harías mejor dejándole marcharse; no te agradece que lo estés molestando.

      Al oír esto, míster Quinion me soltó, y yo me dirigí a casa. Volviéndome a mirarlo al entrar en el jardín, vi a míster Murdstone apoyado en la tapia del cementerio hablando con su amigo. Los dos me miraban, y tuve la sensación de que hablaban de mí.

      Míster Quinion durmió aquella noche en nuestra casa. A la mañana siguiente, después del desayuno, coloqué mi silla, e iba a irme cuando míster Murdstone me llamó, se sentó gravemente delante de una mesa y su hermana se puso en su pupitre. Míster Quinion, de pie, con las manos en los bolsillos, miraba por la ventana; yo los miraba a todos.

      -David -me dijo míster Murdstone-: cuando se es joven se está en el mundo para trabajar y no para soñar ni haraganear.

      —Como haces tú -añadió su hermana.

      -Jane, déjame hablar, haz el favor. Digo, David, que la gente joven está en el mundo para la acción y no para soñar ni para haraganear. Y con mayor motivo tratándose de un muchacho de tu carácter, que necesita corregirse mucho y al que no se pude hacer mejor servicio que obligarle a que se acostumbre a trabajar, que es lo único que puede doblegarle.

      -Y que en el trabajo de nada sirve la terquedad; se les doblega lo que hace falta -interrumpió su hermana.

      Él le dirigió una mirada, mitad de reproche, mitad de aprobación, y continuó:

      -Supongo que sabes, David, que yo no soy rico, y en todo caso lo sabes ahora. Has recibido ya una educación costosa. Las pensiones son caras, y aun cuando no lo fueran, no te enviaría a ninguna. Pienso que no sería beneficioso para ti. En el mundo has de tener que luchar con la vida; por lo tanto, cuanto antes empieces, mejor.

      Yo pensé que me parecía que ya había empezado a luchar en mi pobre camino, o por lo menos se me ocurre ahora.

      -¿Has oído hablar alguna vez de nuestra casa de comercio? —dijo míster Murdstone.

      -¿La casa de comercio? -repetí.

      -La casa de Murdstone y Grimby, en la venta de vinos -replicó.

      Supongo que parecía dudar, pues continuó precipitadamente:

      -¿No has oído hablar de la casa, o de los negocios, o de las bodegas, o de algo así?

      -Me parece que sí he oído algo de negocios -dije, recordando que había oído vagamente algo de sus recursos y los de su hermana, pero que no sabía cuándo.

      -Eso es lo de menos -replicó- Míster Quinion es el director de ella.

      Le miré con respeto, mientras él wguía asomado a la ventana.

      -Míster Quinion dice que allí hay varios muchachos empleados y que no hay razón para que tú no puedas ir en la mismas condiciones que ellos.

      -En el caso -observó míster Quinion en voz baja dando media vuelta- de no tener otro remedio, Murdstone.

      Míster Murdstone, con gesto de impaciencia y malhumorado, continuó, sin hacer caso de lo que le decían:

      -Las condiciones son que ganarás lo bastante para comer y tener algún dinero en el bolsillo. De tu alojamiento yo me ocuparé, igual que del lavado y planchado de tu ropa.

      -Hasta llegar a una cantidad que me pareciese conveniente —dijo su hermana.

      -También me ocuparé de tus vestidos -dijo míster Murdstone- puesto que todavía no eres capaz de valerte por ti mismo. Así es que vas a ir a Londres, David, con mister Quinion, a empezar una vida por tu propia cuenta.

      -En una palabra: estás empleado -observó su hermana-, y trata de cumplir con tu deber.

      Recuerdo que comprendía perfectamente que el objeto de lo propuesto era desentenderse de mí; pero no recuerdo si la idea me gustó o me asustó. Mi impresión es que estaba en un estado de confusión y oscilaba entre los dos puntos sin tocar ninguno. Además tampoco tenía mucho tiempo para tratar de esclarecer mis pensamientos, pues míster Quinion partía al día siguiente.

      Vedme al día siguiente, con mi viejo sombrerito blanco rodeado de crespón negro por mi madre, con una chaqueta negra y un pantalón de cuero que miss Murdstone consideraba como la mejor armadura para las piernas en la lucha con el mundo que iba a comenzar. ¡Vedme así ataviado con todo lo que tenía mío en la maleta, sentado (solo y abandonado, como diría mistress Gudmige) en la silla de postas que llevaba a míster Quinion a Yarmouth para tomar la diligencia de Londres! ¡Ved cómo nuestra casa y la iglesia se van desvaneciendo en la distancia! ¡Cómo la tumba que está bajo los árboles se oculta! ¡Cómo hasta el campanario desaparece al fin y el cielo está vacío!

      Capítulo 11 Empiezo a vivir por mi cuenta, y no me gusta

      Conozco el mundo lo bastante para haber perdido casi la facultad de sorprenderme demasiado; sin embargo, aún ahora es motivo de sorpresa para mí el pensar cómo pude ser abandonado de aquel modo a semejante edad. Un niño de excelentes facultades, observador, ardiente, afectuoso, delicado de cuerpo


Скачать книгу