Los años que dejamos atrás. Manuel Délano

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Los años que dejamos atrás - Manuel Délano


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Aylwin rechazó la propuesta de Boeninger y Correa:

      –No, Defensa me la quiero reservar para mí.

      Tiempo después les informó que sería el abogado Patricio Rojas. El cargo “perteneció a las designaciones propiamente presidenciales”, afirma Correa.

      Aylwin tuvo una duda con la designación del ministro de Justicia. Dudaba si nombrar al académico y DC Francisco Cumplido, o al socialdemócrata Eugenio Velasco. Ambos tenían sólidas credenciales. Finalmente se inclinó por el democratacristiano, que había participado en las reformas a la Constitución de 1980 acordadas con la dictadura.

      –Todo el resto del gabinete y de los subsecretarios fueron parte del trabajo de las propuestas nuestras –plantea Correa.

      Para Agricultura, pensaron primero en el socialista Jaime Tohá, que presidía la comisión de este tema en la Concertación. Sin embargo, para un sector de la derecha, que apoyó el No y después a la Concertación y a Aylwin –Carlos Hurtado, Germán Riesco, Hernán Errázuriz Talavera, entre otros–, era muy difícil aceptar a un socialista en el ministerio de Agricultura. Jaime Tohá fue el último titular de Agricultura de Allende, y desde su cargo fue trasladado a Isla Dawson donde estuvo prisionero más de un año hasta que en octubre de 1974 fue expulsado del país.

      Todavía tenían fresca la experiencia traumática –para ellos– de la Reforma Agraria, que impulsó Frei Montalva y profundizó Allende.

      La solución vino por el lado del Partido Radical (PR), que así consiguió inesperadamente dos cargos en el primer gabinete, pese a su pequeño tamaño e influencia. El abogado Juan Agustín Figueroa, que en dictadura había integrado el Grupo de los 24, en que entre otros participaban figuras como Aylwin, Boeninger, Raúl Rettig11, y presidía la Fundación Neruda, quedó en Agricultura, y Jaime Tohá, dotado de una “cultura tecnocrática multipropósito”, según define Correa, en Energía.

      El primer cupo ministerial del PR estaba blindado desde antes en la campaña electoral. Era la Cancillería, que quedó asegurada para el radical Enrique Silva Cimma.

      Masón y ex contralor general de la república, Silva Cimma levantó su precandidatura presidencial a fines de 1988. Recibió apoyo del PPD, el PS-Núñez, el Partido Humanista (PH) y, desde luego, de su colectividad, el PR. Ricardo Lagos, que no quiso lanzar una postulación a La Moneda porque pensaba que no era –todavía– su momento, alentaba la campaña de Silva Cimma. Desde el primer momento era una carta para negociar. Nadie creía que el primer presidente de la democracia pudiera ser alguien que no fuera de la Falange.

      En marzo de 1989, Aylwin, que ya era candidato de la DC, le pidió a Lagos conversar en forma tranquila. El dirigente PPD le preguntó:

      –¿Patricio, va a ir a Algarrobo para Semana Santa?

      –Sí.

      –Yo voy a ir a El Quisco –respondió Lagos y se pusieron de acuerdo.

      Lagos pasó a buscar a Aylwin a Algarrobo. “Vámonos hacia Mirasol”, le propuso Aylwin.

      En esa época Mirasol era una playa solitaria, sin edificaciones ni condominios.

      “La marea estaba alta –recuerda Lagos–, por lo que solo se podía caminar por la arena seca. Ahí aprendí del buen estado físico de Aylwin y su caminar a buen paso, por esa arena en la que uno se enterraba”. Recorrieron desde Algarrobo hasta el final y después volvieron.

      Lagos calcula que fueron unas dos horas de caminata.

      Aylwin le contó a Lagos que iba a pedirle a Krauss que dirigiera la campaña. “También pienso que, en Economía, yo no entiendo nada, creo en Alejandro Foxley. ¿Usted qué piensa?”, sondeó Aylwin.

      “Alejandro es un tipo brillante, fuimos compañeros”, respondió Lagos.

      “Fue lo único que hablamos”, cuenta.

      Aylwin no le advirtió qué pasaría poco después.

      Más tarde, mientras Lagos regaba un nogal que había en la casa donde alojaba, escuchó la típica fanfarria con tambores de la radioemisora que sintonizaban entonces los opositores, “¡Radio Cooperativa está llamando! ¡Urgente!”.

      “Por la radio me informé: ‘Patricio Aylwin ha llegado a un acuerdo y Enrique Silva Cimma ha depuesto su candidatura en favor de él’. Yo, que había sido su generalísimo, su jefe de campaña, no tenía idea” –rememora Lagos.

      Su candidato se había bajado. Y no le informó a quien lo había propuesto. Reflexiona Lagos:

      –La política es así. Sin llorar.

      Los otros partidos que apoyaban la candidatura del radical tampoco fueron previamente informados por Silva Cimma. Fue su jugada, de ajedrecista. Antes que los dirigentes de los otros partidos que lo apoyaron negociaran el precio de que se bajara de la carrera, el gambito o sacrificio lo hizo él. Y tal como en el deporte ciencia, lo hizo para lograr una ventaja.

      Fue así como Silva Cimma llegó a canciller.

      –Era muy buen político. Supo negociar muy bien –explica Correa con cierta admiración–. Y eso le significó tener dos ministerios a los radicales.

      Las designaciones de los subsecretarios obedecieron al criterio de que, si había un ministro de un partido o “sensibilidad”, el subsecretario correspondiera a otra distinta.

      Así fueron los nombramientos en la mayoría de las carteras. Pero hubo excepciones.

      Una de ellas fue en el Ministerio del Interior.

      Aylwin , Krauss, Boeninger y Correa discutían los nombres de los subsecretarios. Cuando llegó la hora de Interior, Krauss planteó reparos.

      –Yo quiero que sea un democratacristiano –dijo.

      –¿Así que el presidente no puede designar al subsecretario del Interior? –preguntó tajante Aylwin a Krauss.

      Con discreción, Boeninger y Correa pidieron permiso y dejaron a solas a Krauss y Aylwin para que conversaran.

      –Por supuesto que sí, presidente. Sí puede. Es un cargo de confianza presidencial –respondió Krauss.

      –¿Qué quiere, entonces?

      –Yo trabajaría mejor con un democratacristiano, además, de otra manera se puede armar un problema con la DC.

      Para evitar las presiones que podía ejercer su partido, Aylwin había congelado su militancia en la DC hasta que terminara la presidencia, en marzo de 1994.

      Estaba consciente de que las complejidades de la transición y los problemas que se iban a enfrentar, hacían necesarios equipos afiatados desde el primer día, que trabajaran en forma armónica. Desde el inicio quería hacerlo mejor que otros gobiernos democráticos en el pasado.

      –¿En quién ha pensado? –Preguntó a Krauss.

      Este le respondió que en Jorge Navarrete. Aylwin le dijo que no, que a Navarrete lo quería en Televisión Nacional (TVN). Era el fundador de ese canal y la persona indicada para levantarlo del pantano en que lo había hundido la dictadura, al reducirlo a un vehículo de propaganda del régimen, sin credibilidad y desfinanciado, cuyo noticiero central, 60 Minutos, era motejado popularmente como 60 Mentiras.

      Entonces Krauss recordó otro nombre. En enero había llamado a Belisario Velasco sondeando su interés para la Intendencia de la región Metropolitana12. Pero Velasco se negó. No le interesaba. No esperaba la propuesta y tenía otro cargo en mente, aspiraba a encabezar TVN. Él era un dirigente democratacristiano de los chascones, el sector más a la izquierda de este partido, uno de los trece que firmó la declaración de un sector de la DC que condenó el golpe militar, y con experiencia en medios como exdirector de radio Balmaceda, la emisora de su partido, y expresidente del directorio de revista Análisis.

      Cuenta Krauss que propuso el nombre de Belisario Velasco como subsecretario del Interior a Aylwin. Este lo pensó


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