El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo

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El desarrollo y la integración de América Latina - Armando Di Filippo


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mercados (competencia entre los capitales que buscando maximizar su tasa de individual de ganancia terminan generando la igualación de la tasa general de ganancia).

      ¿Dónde entran los seres humanos, y, con ellos, la ética social en estos procesos? En ninguna parte. En efecto, Marx observa en el penúltimo párrafo de su prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de El capital : “Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas solo como personificación de categorías económicas, como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente pueda estar muy por encima de ellas”.

      En otras palabras, la visión es completamente determinista y la persona es una criatura de las estructuras que lo han condicionado. Las nociones de libertad y de responsabilidad social no son tenidas en cuenta.

      En el primer cuarto del siglo XX, la Revolución Rusa instaló un experimento colectivista de planificación centralizada, inspirado en las ideas de Marx, y basado en la noción de que los precios podían entenderse como una medida del contenido en trabajo contenido en las mercancías. La visión colectivista, desde un punto de vista ético subsumió el individuo en una razón de Estado orientada a un tránsito desde la sociedad de clases a la sociedad comunista. Nuevamente la noción de persona quedó sacrificada a los grandes objetivos políticos de la construcción del comunismo, y el tránsito desde un estadio hasta el otro se debía verificar a través de la dictadura del proletariado, legitimada en sus excesos por el resultado final, en el que las generaciones sacrificadas lo hacían en beneficio de las futuras generaciones que disfrutarían del mundo comunista. Marx consideraba que en la sociedad sin clases aparecería de nuevo la naturaleza humana en toda su integridad sin las alienaciones que se le imponían en el ámbito de las sociedades de clases.

      En las economías centralmente planificadas donde operaba la, así denominada dictadura del proletariado, las consideraciones de ética social y humana quedaban, a la espera de que el proceso de la dictadura del proletariado permitiera llegar al mundo a la tierra prometida del comunismo propiamente dicho. En ese momento utópico, la ética emergería en el comportamiento de las personas efectivamente libres.

      El determinismo implícito en el liberalismo económico neoclásico

      Por otro lado, también es posible demostrar el determinismo contenido en la teoría económica neoclásica. Nótese bien que el liberalismo clásico se fundó sobre otras bases teóricas diferentes al liberalismo neoclásico. A diferencia de los clásicos según los cuales los precios miden trabajo humano, los neoclásicos dicen que los precios miden utilidad y escasez, marginalmente determinadas de acuerdo con el cálculo racional de consumidores y de productores. Los consumidores son el punto de partida de todo el proceso (soberanía del consumidor) y buscan llevar al máximo la satisfacción de sus deseos individuales, expresados a través de sus funciones de preferencias individuales. Aunque los neoclásicos no enfatizaban para nada ese punto, aquel máximo u óptimo depende desde luego del poder adquisitivo general que se posea, determinado en el punto en que (gráficamente hablando de acuerdo con las formalizaciones neoclásicas) “la recta de presupuesto es tangente a la más alta curva de indiferencia en el consumo, con base en la cual cada consumidor determina su canasta” personal. Esta jerga solo inteligible para los iniciados en geometría analítica inauguraba el uso (y en ocasiones el abuso) generalizado del análisis matemático en el estudio de la teoría económica.

      Los productores por su parte, con base en esas preferencias marginales de consumidores solventes enfrentan una curva de demanda que les permite producir bajo condiciones de eficiencia, asociadas al cálculo de costos marginales que determinan las cantidades producidas. En ambos casos los agentes económicos carecen de poder para influenciar los precios significativamente por sí mismos, son en léxico económico “precio-aceptantes”, y las premisas del análisis suponen la atomicidad de esos contratantes (competencia “perfecta”).

      Bajo condiciones y posiciones de equilibrio general (o equilibrio parcial bajo la cláusula ceteris paribus) de los mercados, los agentes del proceso son meros optimizadores de magnitudes, calculadas con base en la racionalidad instrumental de un hombre económico. De esa manera aparentemente son los individuos libres (soberanía del consumidor) los que con sus comportamientos determinan la lógica de los mercados y de los precios. Pero solo aparentemente, porque las premisas de la competencia perfecta hacen que la única “libertad” del hombre económico (caracterizado por John Stuart Mill) consista en desplazarse hacia posiciones de óptimo, según cuales sean sus preferencias de consumo o sus alternativas tecnológicas. El mecanismo es determinista, porque las premisas del modelo de la competencia “perfecta” y del comportamiento del “hombre económico” predeterminan matemáticamente los resultados del funcionamiento del mercado.

      Los dos elementos sustantivos que realmente determinan en última instancia los precios, no son considerados materialmente por la teoría económica neoclásica. La teoría no entra en materia para determinar el contenido de las preferencias de los consumidores ni para determinar el ingreso real que determina su poder de compra. El contenido de las preferencias de los consumidores no es algo que, según la visión positivista de la economía neoclásica, le competa a la teoría, sino solo a los deseos del consumidor soberano. Del mismo modo, la magnitud del ingreso personal consumible forma parte de la distribución del ingreso real que, según los neoclásicos, tampoco es un tema que le competa a la ciencia económica. De otro lado las necesidades esenciales mínimas que todo ser humano debe satisfacer, y que los economistas clásicos (y también Marx) habían considerado bajo la noción de salario de subsistencia, desaparecen del espacio teórico neoclásico. Por lo tanto, la ética social queda fuera de tema al ser imposible determinar ni la justicia distributiva asociada a esos comportamientos, ni, tampoco evaluar la naturaleza o motivaciones de las conductas individuales que se expresan en el mercado. El utilitarismo queda como un trasfondo ético según el cual la utilidad total de los bienes es siempre positiva, lo que constituye una buena base para los excesos de una psicología consumista.

      El proceso, formulado de manera matemática por los neoclásicos, que conduce al equilibrio estable de los mercados es inexorable. Está totalmente predeterminado por las premisas del análisis, y la única racionalidad que se presume en las partes contratantes es de naturaleza instrumental asociada a la noción de eficiencia. Consiste en optimizar los fines (ganancia de los productores o bienestar de los consumidores) para una dada dotación de medios. Pero la ética no entra en el análisis, o, mejor dicho, la única que “puede entrar” es la ética utilitarista en su versión más individualista y consumista, porque las preferencias se evalúan por niveles de satisfacción personal y no por el contenido bueno o malo, altruista o egoísta, justo o injusto de las decisiones de los actores. Esta racionalidad instrumental está perfectamente aislada de los ámbitos de la política y de la cultura. Además, la noción neoclásica de los “hombres económicos” supone que éstos se comunican entre sí solamente a través de los mercados, y su naturaleza “humana” carece de cualquier otra dimensión, no solo ética, sino tampoco cultural, lúdica o política.

      Cuando a la teoría neoclásica, a partir del primer tercio del siglo XX no le quedó otro remedio que admitir, a regañadientes, que la competencia perfecta no existe y que los mercados se ven afectados por asimetrías de poder económico, de poder político o de poder cultural, entonces esa admisión trajo a colación la noción de “imperfecciones” del mercado. Es decir, se examinaron “desviaciones” a las premisas de la competencia perfecta. Aun así, la teoría microeconómica académica que todavía hoy se enseña mayoritariamente en Estados Unidos y América Latina, sigue considerando el mecanismo de la competencia más o menos pura o perfecta como el punto de partida para el estudio de la asignación de recursos. Una vez establecido ese artículo de fe, la teoría económica neoclásica estudia acotadamente algunas de las asimetrías de poder en los mercados bajo el rótulo de “imperfecciones de los mercados” (monopolio, oligopolio, teoría de juegos, competencia monopolística). Bajo estas imperfecciones que, obviamente no son tales, sino


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