El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo
Читать онлайн книгу.Panamá Papers, etc.) que desafían los poderes establecidos, y a redes sociales interactivas (Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, etc.) que democratizan, pero también banalizan en grado importante, los mecanismos mediáticos en que se asienta la opinión pública. Aun así, las actividades y complicidades ilícitas de los que detentan el poder económico y político salen hoy implacablemente a la luz generando una seguidilla de escándalos mediáticos que no tiene precedentes en la historia.
De otro lado, el control por parte del capital transnacional de los mecanismos del poder mediático que modela la cultura contemporánea, introduce cuotas crecientes de sensacionalismo, exitismo, banalidad, y modelos superficiales de vida asociados a la lógica del individualismo utilitarista, y al afán de lucro, distrayendo y perturbando la búsqueda de las virtudes personales y cívicas.
Los preceptos de los moralistas profesionales, sean laicos o religiosos, expresados a nivel retórico tampoco persuaden a muchos. Quizá no sea demasiado aventurado pronosticar que los únicos “mandamientos” a los que todos estarán dispuestos en un futuro cercano a subordinarse, serán los que broten del temor (Hans Jonas 1995, El principio de responsabilidad ). Más precisamente, los que broten de la angustia ante la evidencia creciente de que nuestra casa planetaria común se está derrumbando y es necesario sostenerla. Los sistemas políticos deben reflejar esta ética que ya no puede depender solamente de corrientes ideológicas, ni de preceptos morales tradicionales sino de la defensa transhistórica de la especie humana efectuada colectivamente por los propios seres humanos como habitantes estables de este planeta. En términos weberianos la ética de las convicciones deberá ceder el paso a la ética de las responsabilidades3.
Sin embargo, esto no significa ignorar ni rechazar la ética de las convicciones traducida en algunos valores fundamentales de la cultura occidental que nos legaron los grandes filósofos y moralistas del pasado. Sino más bien, se trata de poner a prueba esas convicciones en el ámbito de la lucha de poderes como un fundamento de la ética de las responsabilidades. En suma, las responsabilidades no pueden eludir el sustrato de las convicciones. Ambas se suponen recíprocamente.
Filósofos y moralistas probablemente deban reformular sus éticas de las convicciones, para que puedan conectarse conceptualmente con las éticas de las responsabilidades que estamos delegando a los instrumentos portadores de la inteligencia artificial para evadir los riesgos del aprendiz de brujo recordado más arriba.
La noción de dignidad humana es clave en este argumento por su carácter multidimensional, y dice relación con la esfera económica, pero lo económico es una condición para el ejercicio de la dignidad en las esferas política y cultural. Los derechos humanos adquieren validez en la medida en que se interiorizan en el comportamiento habitual de los actores sociales dotados de poder. El artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (San Francisco 1948) afirma: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Las teorías del valor económico subyacentes a la lógica de los mercados, deben expresar este amplio contexto de poderes que hoy influencian la vida humana. El instrumento valorizador con el cual intentamos medir la dinámica de los mercados podría, quizá, tomar como punto de partida una renta básica universal, noción apoyada por diferentes filósofos político-sociales, que incluya pero que trascienda la canasta mínima de subsistencia que se puede adquirir con un ingreso pecuniario.
Aquí la multidimensionalidad de los poderes que hemos enumerado guarda correspondencia con la multidimensionalidad de la naturaleza humana que es transhistórica. Siguiendo a Aristóteles, somos animales inteligentes interactuando en los sistemas biológico-ambientales de donde provenimos, por ser animales instrumentalmente racionales interactuamos en sistemas económicos, y por ser, además, moralmente racionales interactuamos en sistemas culturales. Por último, somos animales políticos, es decir, construimos sistemas políticos de donde surgen estructuras multidimensionales de poder donde actuamos como ciudadanos. En la tradición republicana grecolatina nuestra lucha por la libertad y la igualdad consiste en sustraernos a las formas de dominación que brotan de los sistemas injustos donde transcurren nuestras vidas.
El desarrollo del capitalismo, apoyado en las sucesivas revoluciones tecnológicas de los últimos doscientos cincuenta años está llegando a su culminación. Está extrayendo hasta la última gota de su racionalidad instrumental consistente en buscar el lucro a través de la expansión del poder productivo del trabajo humano. Cada aumento de esa productividad dio lugar al reemplazo del trabajo viviente por nuevos instrumentos hasta llegar a la inteligencia artificial, creando las condiciones técnicas de posibilidad para convertir a los seres humanos en innecesarios en la esfera de la producción directa.
Lo nuevo y desconcertante es que, además, las máquinas ahora producen “ideas”, pueden “pensar” (identificar, clasificar, seleccionar, recordar, aprender (modificar comportamientos anteriores y actuar con crecientes márgenes de libertad) y, si las programan para eso, pueden también decidir y actuar. Pueden hacerlo además con más eficiencia, velocidad y precisión que los humanos. Solo que esas entidades carecen de impulsos propios, de principios morales, de sentimientos y de finalidades propias. No sufren ni física ni síquicamente, no aman ni odian. no sienten arrepentimiento ni remordimiento. Y cada vez más estarán dotadas de la capacidad de decidir por nosotros, tanto en la paz como en la guerra. La pregunta obvia e inmediata se interroga sobre la catadura moral de los programadores. El poder de programar estas entidades pensantes hoy recae sobre corporaciones transnacionales (Huawei, Apple, Microsoft, Google, etc.) y sobre algunas potencias hegemónicas con creciente poder digital (bástenos mencionar a Estados Unidos y China).
En la esfera de la economía política del desarrollo a que se refiere este libro, muy pronto los productores directos de la gran mayoría de los bienes y servicios que se tranzan en los mercados serán entidades artificialmente inteligentes. Pero esto significará, por razones ya explicadas, el fin del orden capitalista tal como lo conocemos. La esfera de la técnica es la de la relación persona-cosa, pero resulta que ahora parte creciente de esas “cosas” serán entidades “pensantes”.
¿Cuáles serán los frutos de este cambio técnico sin precedentes en la historia humana? Si no logramos subordinar la esfera de la política y de la economía a la esfera de la ética como lo quería Aristóteles, entonces: ¿Quién defenderá la justicia distributiva? ¿Quién defenderá los derechos humanos? ¿Qué será de las regiones periféricas? En suma, el gran tema-problema será el de la ética de la responsabilidad de los actores dominantes que logren controlar los resortes del poder.
Por ahora, el 99 % de la población del mundo forma parte de las ranas adormecidas en tibio sopor, mientras el fuego subyacente aumenta el calor de la cacerola planetaria. Puede ser que la actual pandemia nos despierte y salgamos a luchar por nuestra vida.
1 Hinkelammert y Jiménez, Economía vida humana y bien común, Reflexiones sobre Economía Crítica. Costa Rica, Enero de 2013. Reflexiones sobre Economía Crítica.
2 “Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo”. Karl Marx (1972), Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (borrador), 1857-1858, Tomo 2, p. 228. Editorial Siglo XXI.
3 Véase: i)Max Weber 1919, La política como vocación); ii) Jonas Hans (1995), El principio de responsabilidad.
PRIMERA PARTE
Desarrollo: contenido
y evolución del concepto
CAPÍTULO I