El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo
Читать онлайн книгу.embargo, la ciencia económica que terminó dominando el panorama académico occidental fue la que resultaba funcional a los centros hegemónicos principales del capitalismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta ciencia emanó principalmente de la corriente liberal neoclásica (Menger, Walras, Jevons, Marshall, etc.): abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de “competencia perfecta”, en donde las mercancías transadas se denominaron “bienes económicos” caracterizados por su “utilidad y escasez”.
En el párrafo anterior las palabras “utilidad y escasez” van entre comillas porque sus significados efectivos actuales (distintos a los que nos cuentan los manuales) responden a la racionalidad instrumental del capital y a la lógica sistémica del capitalismo. La utilidad y la escasez de las mercancías se determinan socialmente según cual sea la distribución de los poderes efectivamente operantes en la sociedad. En términos de ética social estamos en el ámbito de la justicia distributiva. Bajo la racionalidad instrumental del capitalismo cuanto más concentrada sea esta distribución menor atención social se prestará a la satisfacción de necesidades objetivas que son inherentes a la naturaleza humana1. En suma, la justicia distributiva tiende a ser desestimada o ignorada completamente no solo en la teoría académica sino también en la praxis concreta de la racionalidad capitalista del siglo XXI.
La racionalidad capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del Gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados por Abraham Lincoln en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos y, también, como liberación de la joven nación de los lazos que la subordinaban a su madre patria.
El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético autoexpansivo fundado en la racionalidad instrumental del capital. Su modus operandi es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico-ambientales. Librado a los poderes económicos que se confrontan en los mercados tiende inexorablemente a generar posiciones monopólicas incompatibles con la democracia (véase la cuarta parte).
Las voces que pronosticaron el fin del capitalismo se han equivocado múltiples veces a lo largo de los siglos XIX y XX y, al final, el capitalismo ha continuado expandiendo y profundizando su dominio, ahora a escala planetaria. Sin embargo, en este siglo se han agudizado o profundizado al menos dos circunstancias históricas nuevas que están cambiando el “campo de juego”: por un lado, el surgimiento de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC), y, por otro lado, la agudización de la crisis biológico-ambiental a escala planetaria. Estos factores están generando un impacto transformador definitivo e irreversible que no tiene precedentes en la historia humana. En particular están afectando en profundidad la lógica de los mercados en cuanto a precios, cantidades y calidades de las mercancías que se tranzan. De allí la necesidad de formular nuevas teorías multidimensionales del valor económico que expliquen este nuevo desempeño y permitan introducir frontalmente la lógica de la democracia en el juego íntimo del mercado.
El impacto planetario de estas mutaciones conduce a un replanteamiento ético nuevo que no puede deducirse directamente de los preceptos morales del pasado. Utilizando una analogía que equipara los sistemas sociales a los juegos. Se trata de un “juego” nuevo, que da origen a nuevos jugadores (tanto los que “ganan” como los que “pierden”), operando con nuevos tipos de jugadas, que conducen a la elaboración de nuevas reglas.
La actual (junio de 2021) pandemia que nos afecta planetariamente se encuadra naturalmente en las formas cómo está respondiendo el poder biológico-ambiental a la presencia depredadora de los seres humanos. Obviamente el que esto escribe no puede establecer ninguna correspondencia o correlación causal entre la crisis ambiental por un lado y la pandemia por el otro, pero de lo que no cabe duda es del alcance planetario de esta peste, y de la necesidad de abordarla de manera conjunta para evitar un derrumbe multidimensional de la civilización humana.
La pandemia no ha hecho más que acelerar procesos históricos que estaban latentes. Estamos en un profundo cambio de época cuyo desenlace desconocemos: pero que puede conducirnos a un apocalipsis terminal o a un nuevo despertar civilizatorio. Por un mínimo sentido de cautela y auto conservación se impone una ética que tienda a preservar la sobrevivencia de la especie humana frente a los impactos objetivos que, en las esferas económica, política, cultural y biológico- ambiental, están derivando de la racionalidad descontrolada del capital y de la lógica sistémica del capitalismo, apoyado en los valores del individualismo utilitarista (véase el capítulo XVII).
Esta ética de la sobrevivencia de la especie no se opone, pero tampoco se deduce directamente de valores trascendentes de naturaleza metafísica como los manifestados a través de las grandes religiones que son origen de las civilizaciones occidentales. Del mismo modo, la ética que nos ligaron los grandes filósofos occidentales (Aristóteles, Tomás de Aquino, Espinoza, Kant, etc.) está compuesta de principios y de preceptos para el comportamiento de personas humanas que mayoritariamente nacieron en sociedades pre o protocapitalistas. Es una ética cada vez menos útil para regular el actuar de autómatas instrumentalmente racionales dotados de personalidad jurídica (como las grandes corporaciones transnacionales) y orientados a maximizar el excedente privado en el marco del capitalismo globalizado actual. Los valores humanos fundamentales tendrán que reinterpretarse para enfrentar los desafíos de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial y, de manera creciente, regulan nuestros comportamientos.
Vivimos en un mundo pragmático en donde el razonamiento científico (y, lo que debería ser, su búsqueda insobornable de la verdad) ha quedado capturado y colonizado por la racionalidad instrumental del capital transnacional, fundada en los criterios microeconómicos del cálculo costo beneficio.
Hoy más que nunca en la historia, la complejidad e interdependencia de los poderes que modelan las sociedades humanas del tercer milenio, exigen una ciencia económica y una economía política que los refleje y traduzca en su teorización general sobre los mercados.
Por un lado, las teorías abstractas del valor económico basadas en la cantidad de trabajo contenido en las mercancías, como lo visualizaron los economistas clásicos y el propio Marx, están destinadas a quedar obsoletas a medida que la técnica continúe imponiendo la robotización en el proceso productivo. Fue el propio Marx el que anticipó este desenlace en el Fragmento sobre las Maquinarias anticipando la defunción futura de su propia teoría del valor económico2. Desgraciadamente, no es posible compartir el optimismo que expresó Marx respecto del futuro de la sociedad humana a partir de ese momento.
El problema emergente del capitalismo actual ya no es (o no es solamente) el ser humano explotado sino el ser humano innecesario y descartable que es marginado del sistema por los algoritmos de la inteligencia artificial que van dando vida a la robotización. La creciente redundancia de la fuerza de trabajo descartada derivada de la robotización creciente, al crear desempleo e insuficiencias de la demanda efectiva a escala global ya está empezando a exigir nuevas políticas como la renta básica universal, que no tienen precedentes en la historia del capitalismo moderno (véase el capítulo I).
Pero, además, (y esto no lo anticipó Marx) el peor de los problemas de las sociedades futuras, sean capitalistas o no, podría ser la subordinación de nuestras libertades y convicciones personales a las reglas y dictados de la inteligencia artificial controlada por algunos pocos actores económicos y/o políticos, que registren exhaustivamente, que prevean, y que luego, intenten manipular (a través de los macrodatos) hasta nuestras más íntimas reacciones y comportamientos.
Por otro lado, las teorías abstractas del valor económico, de corte liberal-neoclásico basadas en las preferencias “soberanas” de consumidores individuales nos obnubilan todavía más. Hacen omisión de todas las formas de poder que permanentemente modelan los mercados y se someten a un insostenible utilitarismo consumista que nos conduce al desastre ecológico. Han sido especialmente diseñadas para desviar la atención