El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo

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El desarrollo y la integración de América Latina - Armando Di Filippo


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      En sus orígenes, la noción de desarrollo fue de naturaleza económica y se asoció con el surgimiento del capitalismo. Este sistema económico dio lugar a sucesivas revoluciones industriales que incrementaron de manera sistemática el poder productivo del trabajo humano. Entre los estudiosos del capitalismo que profundizaron en esta noción de desarrollo están los economistas clásicos (especialmente Adam Smith) y Marx. También dentro de la vertiente neoclásica del pensamiento económico debe registrarse la contribución de Joseph Schumpeter que rescató las nociones de innovación empresarial como un rasgo esencial de la destrucción creadora inherente al desarrollo económico. En resumen, el desarrollo en esta perspectiva económica se refirió a la naturaleza dinámica del capitalismo y su creciente poder productivo.

      Desde fines de la Segunda Guerra Mundial el concepto de desarrollo se predicó fundamentalmente en su dimensión económica, como una respuesta a las necesidades de la reconstrucción de Europa devastada por la guerra, y a las condiciones de pobreza y desigualdad social imperantes en vastas regiones del planeta que se incorporaban a la ONU tras el proceso de descolonización.

      El producto por habitante (presunto indicador de condiciones de vida) y el producto por trabajador (presunto indicador del poder productivo del trabajo humano) fueron compilados y examinados en sus magnitudes promedio como índices de mejorías en las condiciones económicas. Sin embargo, muy pronto comenzaron a surgir visiones alternativas que cuestionaban por un lado las desigualdades distributivas, ante todo en el interior de las naciones más pobres, pero también en las más ricas; por otro lado, también se cuestionó, el carácter unidimensional de los indicadores pura o exclusivamente económicos que se utilizaban para medir el desarrollo.

      En América Latina el primer tipo de temas (desigualdad distributiva) fue tempranamente puesto de relieve por Cepal en sus estudios sobre la concentración del poder productivo a escala mundial, y de la distribución de sus frutos en el desarrollo latinoamericano. Se derivaron de aquí diagnósticos y políticas tendientes a distinguir entre las condiciones de los países hegemónicos desarrollados (centros) y las de los países y regiones subdesarrolladas (periferias).

      El segundo tipo de temas (el desarrollo humano integral) se abordó multidimensionalmente a través de varias agencias sectoriales (FAO, Unesco, Unicef, OIT, OMS) de la ONU a partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de las otras Cartas posteriores de similar orientación. Desde los años noventa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) popularizó la noción de Desarrollo Humano y publicó informes periódicos sobre el tema que han continuado hasta la fecha.

      También, durante los años sesenta, se fue poniendo de relieve que lo humanamente significativo para el desarrollo es lo que las personas pueden llegar a ser y a hacer y no la cantidad de bienes que pueden poseer. Todas estas perspectivas de análisis fueron consagrando la necesidad de diagnóstico y políticas multidimensionales (no solo referidas a las perspectivas económicas sino también a las políticas y culturales).

      El concepto de naturaleza humana, en este libro está entendido como una noción científica y no metafísica. Sin rechazar la visión metafísica trascendente, la perspectiva académica aquí propuesta, se refiere a aquellos contenidos universales de la noción de ser humano, compatibles con las diferencias específicas que singularizan a cada sujeto. El ser humano reúne rasgos que le son definitorios los que están permanentemente enriquecidos y profundizados por el conocimiento científico. Sin embargo sus rasgos esenciales se mantienen de manera transhistórica.

      La multidimensionalidad de los seres humanos (entidades biológicas, dotadas de racionalidad instrumental y moral, capaces de auto-organizarse en subsistemas sociales concretos), requiere, por lo tanto, de un examen multidisciplinario que involucra perspectivas económicas, políticas y culturales, (y hoy agregamos las biológico-ambientales) que determinan la vida humana.

      La noción de desarrollo económico como objetivo deseable deliberadamente asumido por las políticas públicas y sistemáticamente analizado en la esfera académica es solo un aspecto del tema del desarrollo que tomó forma a partir de la Segunda Guerra Mundial. En una perspectiva históricamente más amplia podemos hablar de procesos de desarrollo económico vinculados al surgimiento de la Revolución Industrial Británica que otorgó al capitalismo su dinámica tecnológica contemporánea.

      Si exploramos los orígenes del tema del desarrollo económico, lo que estamos haciendo es rastrear los orígenes del capitalismo. Solamente si abordamos el tema del capitalismo logramos conferir al tema del desarrollo económico su contexto histórico propio.

      En suma, el uso de la noción de desarrollo en la literatura occidental se concentró originalmente en la dimensión económica del concepto y se asoció con la noción de capitalismo, es decir con ese sistema económico que, tras varios siglos de gestación, a partir de la era moderna, se asentó sobre las bases tecnológicas de la Revolución Industrial Británica desde fines del siglo XVIII.

      Un punto de partida para el estudio del capitalismo y, consecuentemente, del desarrollo económico son los trabajos de los economistas clásicos y, en particular del, así denominado “padre de la economía política”, Adam Smith, quien asoció el crecimiento del producto social con el progreso técnico, vinculado a la división técnica del trabajo en el seno de los talleres de manufacturas. Los principales economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Robert Malthus) develaron los rasgos estructurales del capitalismo, y los fundamentos económicos de la estructura de clases que le es inherente. También plantearon los principales problemas del valor económico, subyacente a los precios de mercado que ponderan el producto social.

      El trabajo humano concreto produce mercancías concretas, y la relación entre la cantidad de producto generado (Q) y la cantidad de trabajo requerida para generarlo (T), se denomina productividad (o poder productivo) del trabajo (Q/T) indicador básico de ese fenómeno que hemos denominado desarrollo económico. Cuando la productividad media del trabajo se plantea a nivel macroeconómico ponderada por los precios relativos de mercado, la contrapartida de ese aumento del poder productivo de las sociedades es el incremento en el poder adquisitivo medio de la población. Si denominamos (N) a la población total, podemos llegar a otro indicador (Q/N) que sería la cantidad de bienes y servicios que pueden en promedio ser adquiridos por persona. Si Q se expresa en unidades físicas, estamos en presencia de medidas técnicas y no económicas del desarrollo puesto que las mediciones del producto social pasan a través de las valoraciones del mercado siendo ponderadas por precios relativos. La profundización de la comprensión de esas medidas económicas nos remite nuevamente a la teoría que estudia los rasgos del capitalismo.

      Aparte de la visión economicista que implican las consideraciones anteriores, otra enorme carencia de estas mediciones radica en que son promedios. Por lo tanto, queda afuera la noción de distribución (o reparto) del producto social. Si introducimos la noción de distribución del producto social no todo crecimiento del producto implica desarrollo económico, puesto que junto con el estudio de la distribución se “infiltra” (implícita o explícitamente) el estudio de la justicia distributiva, abriendo la puerta a consideraciones de naturaleza ética y social mucho más amplias.

      El significado del reparto del producto social nos remite a una teoría de la justicia. La primera de esas teorías que ha perdurado largamente en la historia del pensamiento económico y político de Occidente es la distinción aristotélica entre la justicia distributiva y la justicia conmutativa. Este y otros enfoques posteriores sobre el tema de la justicia distributiva (el más importante en la segunda mitad del siglo XX fue planteado por John Rawls en su Teoría de la Justicia) han surgido con mucha fuerza en el siglo XXI, superando los límites del planteamiento de Rawls y planteando los problemas multidimensionales de la igualdad de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.


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