Nosotros los anarquistas. Stuart Christie

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Nosotros los anarquistas - Stuart Christie


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Que rechazando todo compromiso para llegar a la realización de la re volución social, los proletarios de todos los países deben establecer, al margen de toda política burguesa, una gran campaña solidaria de acción revolucionaria.

      Otra resolución aprobada decía:

      Todo Estado, es decir, todo gobierno y toda administración de las masas, impuestos desde arriba, basados necesariamente en la burocracia, los ejércitos, el espionaje y el clero, no podrán establecer jamás una sociedad organizada sobre la base del trabajo y la justicia, ya que por la propia naturaleza de su organismo están inevitablemente forzados a oprimir al trabajador y a negarle la justicia... Creemos que el obrero no podrá emanciparse nunca de esta opresión secular si no sustituye ese organismo absorbente y desmoralizador por la libre federación de todos los grupos productores; una federación basada en la solidaridad e igualdad.

      La fundación de la Confederación Nacional del Trabajo en 1910 fue, para muchos, el dato más significativo de la historia del sindicalismo en España desde 1869. Los trabajadores anarquistas, inspirándose en los principios antiautoritarios, antiestatistas y federalistas del sindicalismo resumidos en la Carta de Amiens en 1906 y, en particular, en los escritos del sindicalista francés Fernando Pelloutier, encontraron en la acción directa y en el antiparlamentarismo del sindicalismo industrial el vehículo ideal para presentar las ideas anarquistas a los trabajadores y el medio para derrocar al Estado.

      Los sindicalistas revolucionarios, en cambio, consideraron los sindicatos industriales, no un medio para un fin, sino un fin en sí mismo.

      La Carta de Amiens fue, sin embargo, un programa que afirmaba que el sindicalismo era autosuficiente. No animaba a los trabajadores anarquistas a formar sindicatos específicamente anarquistas, sino a colaborar con un sindicalismo políticamente neutral que abarcase a toda la clase trabajadora. Establecía exigencias económicas específicas e inmediatas dirigidas a la mejora de las condiciones laborales, pero a la vez, reiteraba que el principal objetivo del sindicalismo revolucionario era preparar a la clase trabajadora para su completa emancipación mediante la expropiación y la huelga general.

      Los anarquistas estaban de acuerdo en que debían desempeñar un papel activo en los sindicatos, pero diferencias considerables los alejaban de los sindicalistas revolucionarios. Su principal argumento (además de creer que había una confianza excesivamente optimista del sindicalismo en la huelga general como panacea revolucionaria y que la sociedad posrevolucionaria debía basarse en la comunidad, no sólo en los órganos de producción) era que los sindicatos eran esencialmente órganos reformistas, conservadores e interesados que ayudaban a preservar el capitalismo. Según ellos, era propio de la naturaleza de las organizaciones sindicales estimular el elitismo y fomentar una mentalidad utilitarista y jerárquica en nombre de la defensa de los intereses de la clase trabajadora.

      Cada vez que se forma un grupo, –escribió Emile Pouget en 1904 en Les bases du syndicalisme–, en que hombres concienciados se ponen en contacto, se debería ignorar la apatía de la masa... Los no concienciados, los no sindicados, no tienen ningún motivo para poner objeciones a la clase de tutela moral que los ‘concienciados’ asumen... Además, los ignorantes no están en condiciones de hacer recriminaciones, ya que se benefician de los resultados logrados por sus camaradas concienciados y activistas, y los disfrutan sin haber tenido que luchar.

      El peligro, previsto por los anarquistas, era que los «hombres concienciados» se sintieran tentados de aceptar cargos de responsabilidad en el seno del sindicato. Desde el momento en que un anarquista aceptase un cargo permanente en un sindicato o en un organismo similar, él o ella tendrían la obligación de defender los intereses económicos del colectivo, la mayoría de los cuales no serían anarquistas, e incluso irían en contra de sus propios principios morales. Ante el dilema de tener que elegir entre derrocar al capitalismo o negociar con él, perpetuando así su status quo, los «hombres concienciados» estarían obligados a ser fieles a su conciencia y a dimitir, o a abandonar el anarquismo para convertirse en cómplices del capitalismo y del estatismo.

      La guerra fue un potente estímulo para el crecimiento industrial y la ex portación. Pero el incremento de las exportaciones supuso la subida de los precios en el país, y a partir de 1916, a medida que la inflación y el desempleo aumentaban, la CNT empezó a atraer a más y más trabajadores. La crisis económica causada por el fin de la guerra, que llevó al hundimiento de las lucrativas exportaciones de productos españoles, dio al movimiento anarcosindicalista un empujón aún mayor. El clima político se radicalizó más a consecuencia de la creciente tensión entre la burguesía industrial y la elite agraria, que propuso gravar los beneficios extraordinarios de la guerra con el objeto de regenerar la fallida industria agrícola.

      A finales de 1917, horrorizada por el curso de los acontecimientos en Rusia, en dónde había caído el gobierno de Kerensky, la burguesía, a pesar del fuerte impulso que le habían reportado los beneficios de la guerra, perdió su inclinación reformista y su valor en la lucha por el poder político. La amenaza de una revolución social por parte de una combativa clase trabajadora con liderazgo anarquista, desplazó el interés por la tierra como principal peligro para los intereses económicos y políticos


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